LA DEGUSTACIÓN

1402 Words
En el mall más cuico de la capital de Chile, es muy escasa la cantidad de personas que pasan a comprar. La gran mayoría viaja a menudo por el mundo y se compra todo allá, donde es más económico. Muchos pagan por objetos sólo cuando es urgente y absolutamente necesario. Gonzalo lo sabía muy bien. Él era el mejor vendedor de la tienda en la cual trabajaba. Por lo que se esmeraba en atender adecuadamente a cada persona que ingresaba a su local. De ellos, el 90% se iba completamente satisfecho. La atención era perfecta y como resultado las compras también. De vez en cuando, Don Eduardo, un exitoso abogado, ingresaba a su tienda a elegir algunas camisas y corbatas. Él era muy loco para vestir, por lo que Gonzalo no siempre lograba una venta con él.  Seamos francos, un viejo que es abogado y se viste con pantalones verdes color limón, añadiendo a eso una camisa de vaquero con unas corbatas color fucsias y unas gafas gigantes, se ve ridículo. A Gonzalo le hacían bullying sus compañeros, ya que era el único que lo atendía. Este trataba de evitarlo, pero Eduardo lo buscaba con la mirada por la tienda y no había caso de ocultarse. Un día, Don Eduardo fue para la tienda y le compró muchas cosas a Gonzalo. Tantas que llenó tres bolsas atestadas de ropa. El joven vendedor estaba muy contento, al fin lograba venderle al desgraciado.  Pero Eduardo, el viejo abogado de nariz ancha y suave calvicie, tenía un plan que venía meditando hace un tiempo. El se sentía solo. Jamás se había casado y tampoco quería hacerlo. A su avanzada edad, gustaba de las jovencitas. Algunas caían, otras no eran tan tontas. Pero pasado los años, Eduardo ya estaba cansado de probar lo mismo de siempre. Acaso uno no se cansaría de comer siempre lo mismo durante años? De servirse el mismo plato?  Todo cambió dentro de su pelada cabeza cuando uno de sus viejos amigos le confesó, mientras jugaban una mesa de pool y bebiendo whisky, que había tenido el placer de degustar a un señorito. Tal como lo hacían los grandes faraones en tiempos remotos. Este le dijo que fue la experiencia más gratificante de su vida y que nunca lo podría olvidar.  Eduardo siempre había sentido una extraña atracción hacia Gonzalo. El joven tenía un cuerpo envidiable a sus 28 años de edad, mientras Eduardo a sus 65 años ya se sentía viejo y arrugado.  Gonzalo podría ser una especie de regalo para su cuerpo. Claro, todo esto si lograba servírselo. La primera semana pasó a regalarle unos puros. La segunda fue y le compró un blazer de gigantescos botones y una enorme insignia en el bolsillo superior izquierdo. Ahora, ya había logrado una perfecta excusa para lograr su cometido. Le compraría a Gonzalo una enorme cantidad de ropa con un solo inconveniente: no tendría cómo trasladarlo a su casa y necesitaba que la fueran a dejar. Gonzalo, por vender, le ofrecería llevarla él mismo. Sólo que el viejo estaría ahí en la noche. El muchacho sólo debía acceder. Lo cual, en definitiva, fue así. Eduardo se frotaba las manos. Por fin podría probar a su propio señorito. La tarde de un viernes, Eduardo compró tres bolsas de ropa. - Gonzalo, no te olvides que debes llevarme la ropa apenas salgas de aquí- le pidió Eduardo. - No se preocupe Don Eduardo, la llevaré yo mismo en mi vehículo- afirmó Gonzalo. Esa misma noche, Eduardo había mandado a la gran mayoría de sus criados temprano para sus casas. Sólo había dejado a una sola: la señora Teresita. Una mujer anticuada en todo sentido, por ende muy servicial. Al viejo le planchaba hasta los calzoncillos. Mandó a Teresita a comprar una serie de cosas al supermercado antes que llegara Gonzalo. Los jardines de su mansión yacían regados y los perros dormían. Gonzalo llegó como a las 21:30, Eduardo lo atendió por citofono y haciendo como que había olvidado por completo la compra. El joven estaba impactado por la inmensidad del lugar. Guardó su auto adentro, aconsejado por el mismo viejo. Gonzalo miró por el retrovisor como se cerraban las puertas gigantes de fierro y electrónicamente. En la puerta se encontraba Teresita, que con un gesto de mano lo hizo pasar al salón. Gonzalo le explicó que traía unas compras de Don Eduardo, pero ella con una sonrisa en los labios no le dio importancia, lo cual fue bastante extraño para él. De inmediato sintió ganas de terminar luego el tramite. - Bienvenido!- gritó Eduardo, asustando un poco al joven vendedor. Gonzalo no pudo evitar la incomodidad de lo que veía. El viejo abogado vestía una bata abierta de color burdeo de seda. Mostrando todas sus presas con los bellos encanecidos y sus testículos flácidos daban un aire de tristeza. El muchacho sorprendido de la facha ni se percató cuando el viejo le puso en su mano una copa de brandy, mientras con la otra sostenía la suya. - Gracias- dijo intimidado Gonzalo. - De nada muchacho, ven a degustar mis quesos preferidos- lo invitó. Pasaron a un comedor, donde había una mesa gigante de una madera bien oscura y a la vez bien reluciente. Encima de ella habían distintos tipos de quesos, tales como: Morbier, con la característica ceniza en su centro, Petit Epicea, Tomme de Savoie, Comte, Tres Leches, entre otros. De los cuales, algunos ni siquiera conocía Gonzalo. - Estos son exquisitos, pruébalos!- insistió el anciano metiéndole uno en la boca a la fuerza. Tan a la fuerza, que los labios del joven y la mano del vejestorio quedaron embetunadas. Gonzalo pensó que ya era el momento de irse, cuando se sintió un poco mareado. - Estas bien?- preguntó inquieto el viejo. - No, no lo estoy. Me siento mareado- respondió apenas Gonzalo. - Perfecto!- gritó el viejo y lo hizo pasar a una pequeña sala de estar. En ella había un sillón de cuero rojo, que daba frente a un telón donde al parecer se proyectaban peliculas. Gonzalo dejó caer su lánguido cuerpo sobre el sofá. Al parecer, en un momento entro Teresita a ofrecer algo pero el viejo la echo violentamente cerrando la puerta tras ella. Y con la vista borrosa notó que el viejo se paseaba a hurtadillas instalando unas cintas en el viejo proyector. La película empezó a andar y Gonzalo vislumbró unas extrañas imágenes pornográficas. Donde salía un viejo, atado de manos y pies, siendo penetrado por unos negros musculosos de manera salvaje, casi animal. Gonzalo no tardó en percatarse que era Don Eduardo, el viejo sometido a terribles actos sadomasoquistas. El viejo murmuró en el oído de Gonzalo: "Si quieres masturbarte no me molestaría en lo absoluto", esto lo dijo muy exitado. Gonzalo apenas podía reaccionar, pero en un momento de lucidez se levantó y corrió hacia la puerta. Estaba de suerte, ya que apenas la abrió, su auto permanecía ahí donde el lo había dejado. Hurgó en el bolsillo y tenía las llaves, sintiendo un gran alivio. El viejo lo siguió por el pasillo y le increpaba. - Gonzalo ven a probar mis quesos! No seas ridículo! Para adonde vas a estas horas de la noche?! Esto es inaudito! Jamás te lo perdonaré!! Me oyes?!! Jamás!! Gonzalo pudo arrancar el motor y salió disparado. Menos mal que la reja se abrió, al parecer tenía un sistema automático que obedecía al sentir la aproximación de un carro. Gonzalo jadeaba como perro y sentía mareos. Imágenes llegaban a su cabeza como rápidos flashbacks sobre el viejo queriendo sobrepasarse con él. No importaba, ya se había ido. Pero entonces, que haría cuando el viejo regresara a comprar a la tienda? Lo evitaría simplemente, eso! En un momento sentía alivio pero en otros angustia. Desesperación, pero queridos lectores míos: el viejo nunca volvió. Al parecer la vergüenza fue tremenda. Tanto que dicen las malas lenguas que se suicidó, colgandose de la bañera. Otros no son tan pesimistas y dicen que el viejo no fue más para la tienda debido a que su viejo amigo le llevó un señorito y pudo comérselo. Satisfaciendo así sus propias necesidades. Y los más optimistas opinan, y esto también le gustaría creer Gonzalo, que el viejo vendió todo, se instaló a vivir en el sur y se casó con una campesina. Teniendo muchos bebés, producto de éstos el viejo se redimió y pidió perdón de rodillas en la iglesia del pueblo.   Aunque la verdad es muy diferente, pero me la reservaré dejando la interrogante en tu ambiciosa mente querido lector.   FIN DEL TERCER CAPITULO
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