Las calles de Tiara eran ruidosas en esa época del año, los carruajes debían avanzar lentamente abriéndose paso entre un grupo de personas que se negaban a moverse porque sentían que la calle era suya, era más fácil bajarse del carruaje y completar el camino a pie. Susana tomó un abanico, lo miró de cabo a rabo, lo agitó un par de veces, lo cerró y tomó otro hasta analizar a detalle siete abanicos. – Oiga señora, sí no va a comprar muévase. – ¡SEÑORA! – gritó – señora su abuela, tengo veinte, iba a comprarle cuatro abanicos, pero sabe qué, lléveselos a la letrina porque es para lo único que sirven, para limpiar el trasero de un idiota, espera, todavía no termino. – Ya terminaste – le dijo Evans sujetándola de los brazos. Susana se sorprendió un poco y decidió relajarse para que él la