Capítulo 1

1080 Words
Jennifer a pulsó el botón del ascensor y se frotó los ojos, mientras esperaba a que la pantalla digital cobrara vida; no lo hizo, como la mayoría de las mañanas. Funfurrando, se volvió hacia las escaleras y bajó los dos pisos a pie. En circunstancias normales, habría pospuesto comprobar el correo si el ascensor no funcionaba, pero la situación era grave, y la noche anterior se había acostado pronto pensando que la noche pasaría más rápido y podría recoger su correo antes. Jennifer se obligó a sonreír cuando Freddy, el guapo colombiano que vivía dos pisos más abajo, le sonrió y, sin ningún tipo de reparo, la miró de arriba a abajo. Sabía que ofrecía una insólita imagen para el genio de las matemáticas que había estado intentado ligar con ella durante los últimos seis meses; llevaba unos pantalones muy cortos y una camiseta sin mangas. No había previsto encontrarse con nadie, y aquella mañana no le importaba lo más mínimo. Últimamente, siempre estaba obsesionada con el correo. —Hola, Freddy- masculló con una sonrisa, esperando resultar cortés; pero, al estar aún soñolienta. Por suerte, Freddy no consideró apropiado seguirla. Finalmente, llegó a su buzón, suspirando, y murmurando una rápida plegaria, lo abrió. Y allí estaba. El sobre que había estado esperando, junto con otro que en aquel momento no le importó demasiado. Sería perfecto si en él no decía: "Jennifer Wood, vete al carajo". Rápidamente rasgó el lateral, con la garganta seca, y sacó unas hojas de papel. El corazón le golpeaba el pecho y le dolía la cabeza, y sus manos temblaban mientras leía las primeras líneas con la adrenalina recorriendo a toda velocidad su torrente sanguíneo". …Nos complace informarle… ha sido aceptada en el programa...." —¡Oh Dios mío!- grito, dando saltos y apretando la carta contra su pecho, sonriendo como una idiota y sintiendo que el corazón le iba a estallar de un momento a otro. —¿Todo bien, señorita Wood? Jennifer, se giró hacia el portero, el Sr. Nicolás, extasiada de tener a alguien -a cualquiera - con quien compartir la noticia. —¡Me han aceptado en uno de los programas de historia más prestigiosos de Cambridge- Rodeó con los brazos el cuello del anciano, abrazándolo con fuerza y haciendo que se le cayera el cepillo al suelo. Tras apartarse, un poco avergonzada, se secó una lágrima y comenzó a subir los tramos de escaleras. Tan pronto como cerró la puerta de su pequeño estudio, la emoción se apoderó de ella. Lloró rió y leyó y releyó la carta de aceptación. Diez años atrás, nunca se habría imaginado que pudiese acabar allí, sosteniendo aquel papel en la mano, en aquel apartamento de Liverpool, con un porvenir brillante y prometedor. Entonces, era una de siete hermanos que vivían en una casa minúscula que se estaba viniendo abajo, y hacían dos comidas diarias a base de alimentos rancios. Ahora, era ayudante de investigación en la Universidad de Cambridge. Jenifer, tenía una insaciable sed de conocimiento, de logros, de éxitos, de todo. Cuando era pequeña, nunca había llegado a creer que fuera capaz de conseguir todo aquello. De ella se esperaba que acabara la escuela secundaria - o no y que se casara y tuviera un montón de niños, como su madre y sus primas por ambas partes de la familia. Pero, por algún motivo, Jennifer habia pensado que toda aquella expectación era bastante mundana. Cuando se topó con un grupo de universitarios que hablaban sobre complicados temas de gestión, supo lo que quería. Aquella había sido su primera interacción con el saber, y lo quería para ella. Quería ser como ellos, saber cosas complicadas y tener un trabajo y su propia casa, y ser algo más que una ama de casa y madre de varios hijos. Jennifer, se miró al espejo y parpadeó, contemplando sus enormes ojos verdes que siempre le habían parecido demasiado grandes para su cara. Sus pestañas, fastidiosamente gruesas y largas, siempre le ponían de mal humor cuando llevaba puestas las gafas. Su pelo rizado era sorprendentemente dócil, su piel reluciente y clara, y tenía las mejillas rojas debido a la emoción. —Es un día estupendo. Sonriendo, miró el otro sobre que había recogido del buzón y vio el familiar sello. También era de la Universidad de Cambridge ¡La beca! Sintiéndose optimista, lo abrió, segura de que nada podía salir mal. Era su día. Leyó la carta, sonriendo e incapaz de entender las palabras durante unos segundos; tragó grueso. Su teléfono sonó en ese mismo momento, y se sintió agradecida por la momentánea distracción de la desdicha y el desamparo que se filtraban en sus huesos. —Hola, Gabriela.-Me alegro de que estés despierta; quería saber cómo estabas. ¿Ya ha acabado contigo la ansiedad? Jennifer rió. Su mejor amiga, Gabriela, otra ayudante de investigación de Cambridge era sumamente amable y considerada. —Me han aceptado en el programa. —Oh Dios mío, Jennifer. ¿En serio?- grito extasiada. Jennifer rió de nuevo, sintiéndose mejor. —Sí, en serio. Pero no me han dado la beca, lo que es…- se detuvo, con el corazón en un puño. —Ohhh.- Gabriela, se quedó callada. Ambas sabían que ser aceptada en el programa era inútil a menos que tuviera la beca. —No pasa nada. Todo saldrá bien. Encontrarás la forma, Jennifer. Siempre lo haces. Jennifer suspiró. —Sí, pero se me está acabando la magia. ¿Sabes qué? Formar parte del programa, aunque no me pueda permitir hacerlo por mi pésima situación financiera - rió sarcásticamente – ya es todo un logro. —Por supuesto. Tras colgar, Jennifer, llevó la carta de aceptación y la de denegación de la beca a la nevera y las colgó con dos imanes. Una de ellas quedaba muy bien, mientras que la otra le recordaba la realidad de su pobreza y ambición al mismo tiempo. Jennifer, caminaba por el pasillo que dónde estaban ubicadas las oficinas de Recursos Humanos de la Universidad de Cambridge y mordiéndose el labio, se dijo a sí misma una vez más que lo resolvería de alguna forma. Dicen que querer es poder, y Dios sabía que lo quería con todas sus fuerzas. Entró en una de las oficinas en la que había una anciana de pelo encanecido que parecía haber pasado la mitad de su tiempo allí y cuando Jennifer, explicó su situación, le dijo que no podía hacer nada para ayudarla. Jennifer salió de allí aún más decidida.
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