Jennifer, en verdad estaba ojerosa y cansada. Tenía que estar batallando todos los días con las náuseas y los vómitos. Tanto así que Henry tuvo que llevarla al médico. Y por supuesto la consiguió un poco desidrata. Tanto así que él doctor le explicó que son síntomas normales del embarazo, sin embargo le recetó vitaminas B6 y que tomase mucho líquido, para evitar desidratarse. Que las náuseas y los vómitos no iban a desaparecer del todo, pero con el tratamiento iban a disminuir. Henry la llevo a casa y la depósito en la cama.
—Trata de descansar.
—Voy a intentarlo. Se quedó dormida por un rato y cuando se despertó tenía la boca seca, se sentó en la orilla de la cama, para tomar un vaso de agua de la mesita de noche y se dió cuenta que la puerta de la habitación estaba abierta y se podía ver para la habitación de Henry, que también tenía la puerta abierta. El corazón de Jennifer, se aceleró al verlo. Se acercó a su cuarto, estaba dormido, con su pecho desnudo ya que la sabana de seda sólo le tapaba de la cintura hacia abajo. Jennifer, suspiró y no pudo evitar que sus lágrimas corrieran por sus mejillas, odiaba llorar. Se decía: "No te puedes enamorar de ese hombre". Pero él estaba allí, tan cerca de ella, con su apuesto rostro relajado, varonil y más sexsual en esa posición. Tenía miedo de moverse, porque el momento era tan mágico que tenía miedo de arruinarlo. Su mano estaba a pocos centímetros de su cadera. Una mano de fuertes y largos dedos. Se le hizo un nudo en el estómago y sus pechos se tensaron. Tenía los labios entreabiertos, y Jennifer, inhaló con deseo, envuelta en la necesidad de tocarlos, de tenerlos en los suyos, sobre su cuerpo, recorriendole cada parte, cada rincón de su diminuto cuerpo. Su deseo era tan agobiante que se puso tensa, tomando largas y silenciosas bocanadas de aire mientras se recostaba de lado para contemplar su cara. El aroma de su perfume una mezcla de cedro y amizcle llegó a su nariz y lo inhaló con profundidad, subiendo las rodillas hasta el pecho, sintiendo aumentar el cosquilleo entre sus piernas. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos. ¿Y si no se hubieran conocido a través del programa de Victoria Vitto? ¿Y si la hubiera conocido en otro lugar y la hubiese invitado a salir? - ¿Se habría tomado la molestia de estacionarse en su fanática carrera por el éxito para darle una oportunidad? Lo habría hecho si supiera cómo era. Si hubiese llegado a conocer aquella parte de él. Aquella maravillosa y atenta parte de él que ni siquiera se molestaba en colocarse una pijama por qué estaba preocupado por ella. Todavía estaba un poco sorprendida por haber tenido el valor de entrar a su habitación, pero no lo cambiaría por nada del mundo. Estaba cómodo, y no creía que fuera inapropiado. Porque te estás enamorando de él. Retrocedió ante aquel pensamiento. No, eran las hormonas que la ponían sentimental y caliente. Pero hay algo más, argumentó su subconsciente. Nunca nadie la había cuidado de aquella manera. Incluso si era por el bebé, no tenía que esforzarse tanto, y no era tan tonta como para creer lo contrario. Simplemente era un hombre sumamente atento, que hacía lo que estaba a su alcance para que estuviese cómoda en su casa; que no creía que la retribución económica fuera suficiente para compensar lo que le daba. Su hijo. Alguien como él. Un minúsculo bebé que jugaría en sus brazos y viajaría con él y haría los deberes ayudado por aquel hombre. Vas a ser un padre maravilloso, le dijo mentalmente, y aquello hizo que lo deseara aún más. Se imaginó su boca sobre la suya y se preguntó cómo la besaría. ¿Sería tierno? ¿Sería brusco? ¿Reflejarían sus besos el poder y la fuerza que irradiaba su persona? De pronto, quiso experimentar su pasión; su brusquedad. Quería que se apoderara de su cuerpo quería sentir sus manos sobre ella, arañando, acariciando, apretando. Se lo imaginó entre sus piernas, con la pelvis estrellándose contra la suya, su boca en sus pezones, dejándolos húmedos con su saliva
con su lengua hundiéndose en su boca y volviendo a deslizarse sobre sus senos. Suspiró y se estremeció, sintiendo que llegaría al orgasmo sólo con imaginarse el momento. Temblaba de deseo, y él yacía allí, tan cerca y dormido, ajeno a la naturaleza de sus pensamientos, sin saber cuánto deseaba que la tocara, lo mucho que significaba su tacto para ella. Deseó enterrar el rostro en su pecho, había pasado demasiado tiempo; no recordaba la última vez que había confiando en alguien tanto como para buscar consuelo entre sus brazos. Sus padres nunca habían estado presentes de forma emocional, y no tenía una relación estrecha con sus hermanos. Aquel hombre, con su poder y autoridad estampados en sus facciones, con la forma en que se preocupaba por ella y se esforzaba por hacerla feliz, mostraba el poder de sanar sus entrañas. Era una estúpida por creer aquello, pero no podía evitarlo. El deseo irradiada de ella. Quería su cuerpo desnudo presionando contra el suyo. Quería que su masculinidad perforara el espacio entre sus piernas, pero también quería reclinar la cabeza sobre su pecho y olvidarse del mundo. Y, temerosa, pero con entusiasmo, fantaseó sobre cómo sería formar parte de su vida, ser su pareja, la madre de su hijo en el verdadero sentido de la palabra.
Darwin, el chófer de Jennifer, le abrió la puerta del auto, para que subiera y llevarla a casa. Cuando llegaron quiso bajarse, pero ya Darwin estaba bajando a abrir su puerta y ella permaneció sentada, aunque a ella no le costaba nada bajarse por si sola. A esperar que le abrieran la puerta.
—Gracias Darwin.
—Siempre a su orden, Señora.
Al entrar a la casa, vió el reloj era un poco temprano para, faltarían como tres o cuatro horas para que Henry llegará. Acariciando su vientre todavía plano, se dirigió a la cocina y saludó a la Señora Wilson.
—¿Desea algo? Señorita Wood.
—Un jugo estaría bien.
—¿Cenará en su cuarto?.
—No, cenaré con Henry, más tarde.
Se dirigió al salón y se sentó en el sofá y encendió el televisor, gracias a Dios, que las náuseas eran menos frecuentes. Sólo habían sido insoportables durante dos semanas, y ahora que estaba embarazada de casi cuatro meses, eran la menor de sus preocupaciones. Ahora parecía que sus hormonas le estaban jugando una mala pasada. Ahora sentía un gran " Deseo s****l". Deseaba a Henry,va cualquier hora y el hecho de que estuviera embarazada de él sólo contribuía a que se sintiera más urgida y desesperada, por acostarse con ese hombre. Había cierta intimidad en aquel hecho; estaban conectados a todas horas, y lo único que quería era su cuerpo pegado íntimamente al de ella. Se pasaba el tiempo imaginando con aquella sensual boca sobre su cuerpo. Cada vez que él hablaba, ella se regodeaba secretamente en su boca. No mejoraba las cosas que siempre estuviera cerca; ni que riera mucho cuando estaban juntos, ni que bromeara, ni que se negara a cenar con nadie que no fuera ella. De repente, se acordó de que tenía que llamar a Gabriela, porque no había ido a trabajar esa mañana, y agradeció la distracción mientras marcaba su número.
—Hola amiga.
—Hola. ¿Cómo estás?.
—Bien. ¿Que estabas haciendo?.
—Revisando unos libros. Jennifer río
—Hay amiga, vamos a parar locas de tantos libros.
—Y Henry. ¿Cómo está?
—Bien, cada día más entusiasmado con el bebé.
—Y tú con él.
—Claro, que no.
—Eso no te lo crees ni tú misma. Hasta el tono de voz te cambia cuando dices su nombre. Te conozco amiga.
—Tal vez un poco. Se sincero Jennifer.—. Si es un hombre tan guapo, tan sexy.
—Ves, que te tiene loca. Es normal que te sientas atraída por él, un hombre guapo, rico y de paso llevas su hijo en tú vientre. Pero tú sabes que después que el bebé nazca se acaba todo y no me gustaría que sufrieras, recuerda que ésto es un contrato.
—Tienes razón, la que va a salir perdiendo emocionalmente soy yo. Siguieron conversando sobres otros temas durante varios minutos, colgó el teléfono y cuando se estaba levantando del sillón volvió a sonar el teléfono y se imaginó que a Gabriela se le había olvidado decirle algo. Cuando escucho una voz que hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo.
—Hola Jennifer. ¿Cómo estás?
—Hola Henry. Bien
—Te llame para recordarte, que tienes cita con el Doctor la próxima semana.
—Si, ya confirme la cita.
—Muy bien.
Henry, cada rato encontraba una excusa para llamarla por cualquier motivo. Y todas las veces le preguntaba por cosas sin importancia y permanecía al teléfono durante al menos cinco minutos.
—Estoy en casa, por cierto- le informó, recibiendo un vaso jugo de fruta, que le estaba entregando la Señora Wilson y dándole las gracias.
—Y eso. ¿ Te encuentras bien?.
—Si, si me encuentro bien. Gracias a Dios. Sin poder decirle de esa desenfrenada calentura que corre por mi cuerpo y me hace desear tener tu cuerpo desnudo encima de mí.
—¡Que bien!.Dijo emocionado—Yo, aquí también terminé y ya voy para la casa.
—Que bien que ya vengas. Se arrepintió de haber dicho esas palabras. —Disculpa no quise decir eso. Lo que pasa es que quiero ver una película y no me gusta ver televisión sola.
—Yo, te acompaño a ver la película.
—¿Quieres que pedir algo especial para comer, mientras vemos la película?
La posibilidad de estar a solas con él, compartiendo sofá y comida en una sala de cine con poca iluminación en su propia casa, era una oportunidad de jugar con su imaginación sobre los hermosos labios de aquel hombre sobre ella. Vivía para eso......