—¿Ya te vas?—pregunta el hombre canoso, al verme bajar. —Sí, debo irme. —No te vas a despedir—expresa señalando a su familia con la mirada, quienes aún duermen. —Será mejor que no lo haga—sugiero, no soy buena con las despedidas, además aunque nos ayudamos mutuamente, evite revelar mi nombre para no familiarizarme con ellos. —¿Adónde iras?—me cuestiona cuando doy media vuelta. Ciertamente, no es de su interés el que pasara conmigo a partir de este momento, pero no quiero mostrarme grosera cuando ya me han traído hasta acá. —Iré a visitar a un amigo—trato de forzar una sonrisa, quizás para demostrarle que no hay necesidad de preocuparse por una desconocida como yo. Solo entonces el hombre relaja sus músculos faciales y asiente. Continuo mi camino hacia la casa de Stefan, pero mientras