Edwin se fumó dos cigarrillos seguidos. Tenía la garganta un poco seca. Su rostro apuesto y frío estaba muy sombrío. ¡No podía soportarlo! ¡Llamó a Julianna! ¡Sonó el teléfono! Fue una pena. Julianna seguía en el baño, practicando sus movimientos faciales y corporales. No oyó el teléfono en absoluto. ¡Buzz! ¡Nadie contestó al teléfono! Solo pudo oír la voz robótica que le decía que la llamada no estaba conectada. —¡Maldita sea! ¡Bang! Con un sonido, ¡el teléfono se estrelló contra el suelo de nuevo! Esta maldita mujer volvió a ignorarle. Al ver esto, Andy no pudo evitar fruncir el ceño. Rápidamente tomó el teléfono, sacó la tarjeta SIM y lo cambió por otro. Ya era el quinto teléfono que Edwin rompía este mes. ¡La gente rica era tan obstinada! —Andy, informar Wall Street mercado f