La ira y la satisfacción hierven a fuego lento dentro de mí. Sebastián no se atreve a abrir la boca. Tartamudea como si tuviera algo atorado en la garganta. Levi se suelta y se levanta. Se ajusta los puños de la chaqueta y se limpia la sangre de los nudillos con un pañuelo. Su mirada recorre a los espectadores. Todos están en silencio. Miran el imponente tamaño y musculatura de Sebastian, y luego a Levi, quien lo derribó de un solo golpe, limpio y preciso. Poco a poco se van alejando de él. Nadie acude en ayuda de Sebastián. Finalmente, después de comprobar que nadie más va a enfrentarlo, Levi se acerca a mí, toma mi mano y la pone en su brazo. “Disfrutemos de la fiesta", le pido con una sonrisa radiante. El asiente. Una vez que estamos lejos, la multitud corre hacia Sebastian para