XVIII Al día siguiente, después de la clase, la señora Grose encontró un momento para preguntarme en voz baja: —¿Escribió usted, señorita? —Sí, he escrito —pero no añadí que la carta, cerrada y franqueada, estaba aún en mi bolsillo. Había tiempo suficiente para enviarla antes de que el mandadero fuera al pueblo. Entretanto, por el comportamiento de mis pupilos, se hubiera creído que ninguna mañana podía ser más brillante ni más ejemplar. Como si ambos se hubiesen puesto de acuerdo, sin necesidad de palabras, para eliminar cualquier reciente fricción. Se aplicaron maravillosamente en sus ejercicios de aritmética, superando casi mis conocimientos en la materia, y desempeñaron con más entusiasmo que nunca la representación de algunos personajes históricos y algunas características geográf