Evan. Observo por el rabillo del ojo a Peach mientras conduzco el coche. Sus manos permanecen juntas sobre su regazo y su mirada va perdida en la carretera. Me molesta. Me molesta porque sé que lo que está pensando no es algo bueno. La ligera, casi imperceptible arruga en medio de sus cejas me lo dice. Carraspeo mi garganta, tratando de llamar su atención. No lo consigo. Así que, como el insistente que soy, carraspeo una vez más. Y otra, otra y otra vez. — ¿Estás bien? — La cabeza de Matt aparece a mi lado, entre el asiento del conductor y el del copiloto —. ¿Tienes algo atragantado en tu garganta? ¿Quieres agua? Me giro a mirarlo en un semáforo en rojo. Estoy seguro de que sólo con mi mirada le digo que se calle. Él mira a su madre y entonces, como el sabelotodo que es, adivina