Violet.
A veces, en días como estos, realmente deseo ser un hombre.
Gimo de dolor cuando los calambres en mi bajo vientre me hacen retorcerme. Me siento tan cansada, como, realmente cansada. Estiro mi mano para tratar de encontrar a Matt y me sobresalto cuando es espacio vacío lo que consigo.
¿Qué...?
De inmediato me alarmo, pero tan pronto los eventos de la noche anterior llegan a mi mente, me tranquilizo.
Matt está bien.
Está con Aaron.
Quito la almohada de mi cabeza y la pongo debajo de mi vientre, acostándome sobre ella. Siempre mejora de alguna forma, pero hoy parece no querer hacerlo.
¡Maldición!
Corro rápido al baño cuando recuerdo que no estaba preparada para este evento, así que probablemente estoy hecha un desastre. Es cuando estoy desnudándome para entrar en la ducha, que me doy cuenta de que aún sigo con el vestido de la fiesta. Y como en pequeñas diapositivas, recuerdo vagamente a Evan.
¿Evan trayéndome hasta la cama?
¿Evan diciéndome algo?
¿Evan diciéndome qué?
Trato de recordar, pero todo es demasiado borroso en mi cabeza.
Mentiría si dijera que ya no duele la discusión que tuvimos anoche. En realidad, más que dolor es enfado. Me enfada que no piense en mí y en lo que sus acciones me afectan. Pero, lo que más me enfada, es mi esperanza que parece nunca quemarse.
Trato, llevo años tratando de recordarme que el Evan que conocí hace años atrás, no lo volveré a ver. Que ese Evan sólo fue producto de alguna clase de experimento cruel que él creó, pero que no fue real. El problema es que no puedo olvidarlo. Real o no, aún veo atisbos de ese Evan cuando estamos juntos. Y así sea producto de mi imaginación o mi esperanza jugándome una mala jugada, extraño y quiero de vuelta a mi mejor amigo.
Años luchando contra el sentimiento de añoranza y, hasta el momento, nunca he ganado esa batalla.
Me pregunto si alguna vez lo haré.
Me ducho lo más rápido que puedo mientras hago todo lo posible por ignorar los cólicos y el extraño sentimiento de cansancio. Cuando ya estoy lista, llamo a Matt para saber cómo se encuentra. Después, me apresuro a la cocina a preparar su merienda para llevársela antes de que Aaron o Bess puedan llevarlo a la escuela.
— ¿Qué haces?
Me sobresalto cuando escucho a Evan detrás de mí, pero no me giro a mirarlo, fiel a mi palabra de ignorarlo de ahora en adelante.
— Hoy no me despertaste — dice, sonando malhumorado —. ¿Por qué no me despertaste?
¿Dónde había dejado las galletas de avena que a Matt le gustan tanto?
Me alzo en la punta de mis pies para buscarlas en los repartidores, pero no encuentro nada.
— ¿Qué buscas?
— Algo que tú no, evidentemente — gruño cuando descubro que sus ojos están en mi trasero —. ¿Se te perdió algo en mis pantalones?
— ¿Ves? — Me regala una odiosa sonrisa ladeada —. No puedes ignorarme.
Ruedo los ojos y decido que puedo volverlo a intentar, ¿cierto?
— Si estás buscando las galletas de avena de Matt, están sobre la nevera. Las puse ahí para que él no las encontrara porque se las estaba comiendo a escondidas de ambos.
¿Por qué diablos me conoce tan bien?
A veces me pregunto si lee mi mente.
— No buscaba eso — gruño de nuevo, pero aun así voy hasta la nevera y alzándome de nuevo en la punta de mis pies, las alcanzo en un rápido movimiento.
— ¿Quieres dejar tu intento de ignorarme? Sabes que saldrás perdiendo — puedo sentir sus ojos en mí en todo momento, pero consigo no mirarlo mientras continúo preparando la merienda de mi hijo.
— ¡¿No tienes algo mejor que hacer que estar mirándome?! — Exploto, porque me está poniendo de los nervios.
En todo caso, él ignora mi grito.
— ¿Sabes que a Matt no le gusta eso, cierto? — Señala la lechuga en mi mano, la que estoy a punto de meter en el pan de su sándwich —. Matt odia tus sándwiches, Vi. Especialmente, odia la lechuga.
Lo miro de reojo cuando se planta a mi lado, su costado rozando el mío.
— Eso no es cierto — susurro con exasperación —. Él ama mis sándwiches. Siempre se los come cuando se los preparo.
— Porque no quiere herir tus sentimientos, pero el mocoso los odia — me empuja ligeramente por la cadera y toma el sándwich para dejarlo a un lado —. Yo me lo comeré.
— ¿Y qué le voy a dar a Matt?
— Le compraré un cruasán en la panadería.
Me congelo cuando lo dice, así que no hago nada cuando él termina la merienda y la cierra bruscamente de un tirón.
— ¿Cómo lo sabes, Evan?
— ¿Saber qué?
— ¿Cómo sabes que Matt ama los cruasanes?
Lentamente detiene su masticar y me mira como si mi pregunta no tuviera sentido. Y tal vez no la tiene. No para él, pero para mí sí.
— ¿Por qué no lo sabría, Vi?— Me mira, esperando que le responda, pero no lo hago —. Oye, me estás asustando.
Y él me está asustando un poco a mí.
En mi cabeza, hasta ahora estoy logrando asimilar que él sepa las comidas favoritas de Matt y, también, lo que menos le gusta. Detalles que, debo confesar, ni siquiera yo misma sabía.
Es difícil de asimilar porque siempre hemos sido sólo Matt y yo. No estoy acostumbrada a que nadie más sepa esas cosas de mi hijo. Pequeños detalles que no son muy importantes, pero que hacen una gran diferencia. Jamás he dejado que nadie se acerque lo suficiente a él para saberlo. Y que Evan lo sepa, es algo completamente nuevo que, además, me encuentra con la guardia baja.
Intentando ocultar lo que me pasa, me apresuro hacia él e intento quitarle la merienda de las manos.
— Yo le compraré el cruasán. Hay una panadería cerca de donde Aaron, puedo encargarme de eso — le digo, esperando a que suelte la merienda, cosa que él no hace.
— Yo lo puedo hacer.
— Evan...
— Tienes calambres, Vi. Yo le llevaré la merienda a Matt. Tú quédate en casa — como si sus palabras me hubieran golpeado, retrocedo un paso, necesitando poner distancia entre nosotros.
¿Cómo demonios...?
Me giro y apoyo las manos sobre la encimera, tratando de tomar respiraciones profundas.
Mierda, probablemente él piensa que enloquecí.
Y tal vez lo hice.
— ¿Cómo lo sabes?
— ¿Eh? — Pregunta distraído.
Me giro a mirarlo para encontrarlo hurgando en la nevera.
— ¿Cómo sabes que tengo calambres?
Ni siquiera soy capaz de reprenderlo cuando bebe directo de la boquilla del jarro de la leche. Me siento demasiado conmocionada por su respuesta.
— Tienes ojeras — señala al mismo tiempo que limpia su boca bruscamente con el dorso de su mano —. Luces cansada y tu mano está en tu vientre — miro hacia mi mano que, efectivamente, está en mi vientre. La alejo de inmediato.
— ¿Y qué con eso?
— Pues que luces así cuando estás en tu regla. Y la mano en tu vientre es señal de que te duele. Siempre te dan calambres, pero por el ligero inclinamiento de tu cuerpo, puedo decir que hoy duele más que las otras veces.
Abro mi boca, tratando de buscar algo por decir, pero siento todas mis emociones a flor de piel.
Y de nuevo, no estoy acostumbrada a esto.
No estoy acostumbrada a que alguien nos conozca tan bien a Matt y a mí.
Y sí, siempre he sabido que soy un libro abierto para Evan. Maldición, ni siquiera David me conoció tan bien como Evan lo hace, y eso es mucho por decir, pero el punto de que lea mi cuerpo y sepa exactamente lo que me pasa, eso es traspasar un límite que me está mareando. Y mi hijo, mi hijo es completamente otra cosa.
¿En qué momento Evan se acercó tanto a nosotros?
Me apoyo contra la encimera y lo miro directamente a los ojos cuando él me devuelve la mirada con preocupación.
— Estás pálida... — Sé acerca un paso a mí —. Maldición, Violet — mi cabeza da vueltas cuando mis rodillas ceden al piso, pero antes de que pueda caerme, Evan me sostiene. Sus brazos salen a envolverme en la espalda y detrás de mis rodillas, y como si pesara menos de cincuenta kilogramos, me lleva directo a su habitación.
— Siento que voy a vomitar.
— Diablos, estás ardiendo en fiebre — susurra cuando me deja en su cama y mide con su mano mi temperatura —. ¡Ves lo que haces!
Me sorprendo al verlo tan alterado.
— ¿De qué me hablas?
— Tú, condenada mujer loca — me señala con un acusador dedo —. Anoche te encontré durmiendo en el sofá sin nada cubriéndote. ¡Y ahora te refriaste!
— Yo... — antes de que pueda terminar lo que iba a decir, un estornudo me interrumpe. Seguido de otro y otro y otro más.
— ¡Te vas a morir! — Pasa una mano por su cabello, luciendo un poco desesperado y... chiflado —. Me vas a llenar de gérmenes y también a Matt, y terminaremos todos muertos.
— ¿Por qué eres tan — estornudo — dramático?
— ¡No es drama! — Mira el reloj en su muñeca y maldice en voz baja —. Voy a llevarle la merienda a Matt, tú quédate malditamente ahí y espera a que vuelva.
— Evan...
Se marcha de la habitación, susurrando algo sobre ir a una droguería para conseguir algo que detenga mi resfriado antes de que se convierta en una pandemia.
Ruedo los ojos, porque él puede ser la persona más exagerada que conozca sobre la faz de la tierra.
No es mi intención dormirme, pero es inevitable que lo haga. Cuando mis ojos vuelven a abrirse, Evan está a mi lado, un plato en su mano.
— ¿Matt? — Pregunto algo desconcertada —. Su merienda, tengo que...
— Ya se la llevé, está en la escuela ahora.
Me sorprendo, porque podría jurar que cerré los ojos sólo por cinco minutos.
Suspiro, sintiéndome tan cansada e inevitablemente mis ojos se cierran de nuevo. Siento algo caliente rozar mis labios, así que los abro de inmediato. Es una cuchara que contiene algún liquido salado.
— ¿Qué es eso? — Pregunto, girando mi rostro un poco.
— Sopa — responde —. Anda, come.
Quiero preguntarle por qué no está en el trabajo, pero realmente no tengo ni las fuerzas para hacerlo. En algún momento, mientras él me alimenta, vuelvo a caer en oscuridad.
Me despierto dos veces más. En la primera, Evan tiene una pastilla en su mano que me obliga a tomarme. La segunda vez que me despierto, estoy tiritando del frío.
Puedo sentir mis dientes castañear. El dolor en mi bajo vientre es insoportable, tanto, que no soy capaz de controlar los pequeños gemidos que salen de mi boca.
— Mmm... — murmuro cuando una cálida manta se moldea en mi espalda.
— ¿Te duele mucho? — La voz de Evan pregunta sobre mi cabeza y entonces comprendo que la manta caliente es él. Su cuerpo me está envolviendo y ni siquiera tengo las fuerzas para alejarlo. No, ni siquiera quiero hacerlo.
Asiento, moviéndome hacia atrás para juntar más nuestros cuerpos. Puedo sentirlo soltar una brusca respiración, pero no me importa. Sólo quiero que quite el frío.
Mi cuerpo se estremece cuando una cálida mano se posa en mi vientre. Es tan grande que abarca casi todo mi estómago. Pero así como es grande, es cálida y todo lo que quiero es sentirlo contra mi piel.
Sonrío cuando su mano se escabulle por mi camiseta y me da lo que quiero. Piel contra piel y puedo jurar que él es mejor remedio que una compresa caliente.
— ¿Mejor? — Pregunta, moviendo suavemente su pulgar en la piel de mi vientre. Sonrío, empujándome más en el calor de su cuerpo.
— Te voy a contagiar — le digo cuando recuerdo que es en su cama en la que estamos.
— No creo que me vaya a dar la regla. La última vez que miré, tenía pene y no v****a — susurra, algo de diversión en su voz —. En cuanto al resfriado, preferible que sea yo y no el mocoso.
— ¿Por qué haces eso?
— ¿Qué?
Preocuparte por mi hijo— quiero decirle, pero no lo hago. No estoy preparada para su respuesta, sea cual sea. Además, lo conozco lo suficiente para saber que probablemente ni él sabe que se está preocupando. Evan es muy lento en cuanto a los sentimientos. Eso siempre lo he sabido.
Sacudo la cabeza para dejar de pensar en él y mi hijo en la misma oración. Así que, porque quiero hacerlo, llevo mi mano sobre la suya en mi vientre y la dejo allí, sintiéndolo en más de un sentido.
— ¿Me estás oliendo? — Pregunto cuando siento su rostro enterrado en mi cabello.
— Estaba probando si te habías bañado bien.
— ¿Pasé la prueba?
— Yo huelo mejor que tú.
Sonrío por su estúpida e infantil respuesta.
Te he extrañado.
Tal vez lo dije en voz alta, tal vez no. La tensión de su cuerpo probablemente me indica que fue la primera, pero me preocuparé por ello más tarde. Por el momento, sólo quiero dormir sin preocuparme de expresar lo que realmente siento.
Quiero a mi mejor amigo de vuelta, ¿es tan difícil conseguir eso?
— Sólo descansa, Peach.
Mi corazón se paraliza por unos dolorosos segundos y no puedo evitar que las lágrimas llenen mis ojos. Y no podría decir si estoy sensible por el periodo, o porque Evan me hace sensible. Probablemente son ambas. Sea cual sea la respuesta, un sollozo se escapa de mi boca.
— Hace mucho no me decías así — aprieto con más fuerza su mano en mi bajo vientre —. Más de ocho años.
Siento sus cálidos dedos hacer a un lado mi cabello, entonces su nariz se entierra en la parte trasera de mi cuello y un ligero beso es dejado allí. No se aparta, se queda allí, inhalándome.
Justo antes de que vuelva a caer dormida, creo escucharle decir:
— Eso no es cierto... en mi cabeza, nunca has dejado de ser mi Peach.