La gente entraba en el club arrastrando los pies, pagando primero antes de entrar. Estaba abarrotado, y era extraño formar parte del público en lugar de los bailarines. La entrada era cara, pero sabía que el entretenimiento continuaría durante cuatro horas con diferentes actos. Sonreí por dentro cuando me di cuenta de que la mesa en la que siempre me sentaba no estaba aún ocupada.
Me senté rápidamente, reclamando una vez más, y pedí una copa de vino. El ambiente era magnífico, drásticamente diferente al del camerino. Ahora mismo estaríamos entrando en pánico, una mezcla de desesperación y excitación ante el inminente espectáculo. Pero esta vez no formaba parte de ese grupo, sino que era alguien que tenía el placer de ser agasajado por ellos, y tenía curiosidad por saber cómo se veía la ru
