Me desperté con la alarma de mi celular. 5:30 a.m. Siempre me levantaba temprano para hacer mi almuerzo y el de Brian. Sí, yo milagrosamente había aprendido a cocinar, y había tenido que hacerlo por cuestión de supervivencia. Me duché y me vestí con el chándal oficial de la compañía, para luego hacerme una elegante cebolla en el cabello de típica bailarina y alistar las cosas que me llevaría. Miré con nostalgia la bolsa de danza que había utilizado todos los días por 6 años. La que me había regalado Jeremy. Aunque estaba ya un tanto desgastada, no me importaba, ese había sido un regalo de él y la seguiría usando hasta que definitivamente fuera imposible de usar. Miré también con nostalgia el maillot que Jeremy me había regalado, yo lo usaba todos los lunes, porque había sido un lunes que él me lo regaló. Si, seguía recordando a Jeremy con nostalgia, a pesar de que ya habían pasado 6 años desde que él se fue y me dejó.
Ya lista, me dirigí a la cocina y después de poner a calentar agua en la tetera para hacer algo de té, empecé a rebuscar cosas en la alacena para hacer el almuerzo. Aunque Brian siempre se negara rotundamente a que yo le hiciera el almuerzo, yo me hacía oídos sordos y se lo preparaba. También le dejaba comida en el refrigerador para cuando llegábamos en las noches a cenar. Me comportaba como cualquier esposa promedio que le gustaba atender a su esposo.
Como habían sobrado frijoles de los que hizo mi tía ayer, eché una porción ni muy grande ni muy pequeña en el pote de Brian, piqué algunos vegetales y los frité con aceite de oliva para también echárselos e hice un poco de puré de manzana como postre para también echarlo en el pote, todo debidamente separado. En mi pote eché solo las verduras fritas. Había llegado con un kilo de más de Manchester, y debía bajarlo.
Cuando escuché la ducha de Brian, supe que no tardaría en salir de su habitación para ir directo a la cocina, así que me apuré a terminar de hacer el té y prepararle unos huevos, y mientras estos estaban, piqué algo de fruta para ambos.
-Buenos días – saludó él una vez salió de su habitación, ya enfundado en el chándal oficial de la compañía – oye, no me digas que te levantaste temprano de nuevo para preparar el almuerzo – dijo, mirando los potes.
-En los 4 años que llevamos viviendo juntos, siempre lo he hecho – dije, mientras le servía los huevos.
Brian se me acercó por detrás y me abrazo por la cintura, dándome un dulce beso en la mejilla, y quedándose así un tiempo así, abrazándome por detrás y con su cara pegada a la mía. Yo siempre disfrutaba de sus cariños, de su cercanía, de sus atenciones conmigo…él era todo un príncipe, lo que cualquier chica desearía. Maldije mentalmente ¿Por qué Brian tenía que ser gay? Si no lo fuera, de seguro nuestro matrimonio sería real, porque si…era imposible no enamorarse de un hombre como él, y muchas chicas de la compañía me lo decían. Me decían lo afortunada que era yo por tener un esposo como él. Y enserio me sentía afortunada, porque aunque nuestro matrimonio era una farsa, yo si lo sentía como un matrimonio, lo único que faltaba era el contacto carnal.
-Ya ansío con saber el repertorio de esta temporada – dijo Brian, empezando a devorarse su desayuno, mientras yo solo bebía de mi taza de té inglés. Ese sería mi desayuno, junto la ensalada de frutas – ojalá al fin incluyan el lago de los cisnes.
-Sí, para ver como Camille brilla en su papel de Odette, y yo muy seguramente estaré bailando en el fondo, o tal vez ni siquiera me llamen para ese ballet – musité por lo bajo.
Camille Faured-Baud. Bailarina estrella de la Opera de París, y prácticamente la mejor del mundo. Todo tenía que ver con ella. Era una parisina rubia, ojiazul y muy hermosa, que se había graduado de la escuela de la Opera de París y bailaba para la compañía desde los 16 años. A los 17 ya era primera bailarina, y ahora, con 29 años seguía siendo el rostro estrella que representaba el ballet francés. La prensa se descontrolaba al verla, y también los fans, todos querían algo de ella. Y yo, como muchas otras bailarinas tanto de la compañía como del mundo entero la envidiábamos. Toda bailarina quería estar en su lugar.
-Ay, vamos, estoy seguro de que nos subirán de rango esta temporada, ya verás – dijo Brian con despreocupación – escuché que varios desertarían esta temporada, en especial los veteranos…Jules Makiavok ya está en la edad en la que debería ser maestro y no bailarín – dijo, sonriente, refiriéndose a uno de los primeros bailarines de la compañía, el cual ya tenía 40 años – eso significa que quedará un lugar libre para primer bailarín, y lo ocuparé yo.
-Si no pasas de la categoría más baja, no creo que te suban a la más alta, tampoco a mí – dije con pesimismo. Sí, yo era pesimista ¿y qué?
-¡Ay, vamos Bella! ¿No puedes ser optimista por alguna vez en tu vida? – dijo Brian, rodándome los ojos – creo que heredaste la amargura de tu padre.
Apenas terminamos de desayunar, bajamos al parking para irnos en nuestros respectivos autos. Como la mayoría de las veces salíamos a horas diferentes de nuestras respectivas clases, optábamos por cada uno irnos en nuestros autos. Mi auto era un Renault Talisman, el cual fue regalo de mis padres por mi cumpleaños 18. El de Brian era un Audi R8 blanco, que se lo compró apenas llegamos a Francia. Si Brian tenía dinero no era por nuestro miserable sueldo de bailarines de baja categoría, sino porque tenía una acción en la empresa de su tío “Adams Corp”, y recibía altos ingresos mensuales gracias a la acción que prácticamente tenía en esa empresa desde que había nacido. Yo por el contrario, se podía decir que era mantenida por Brian. Yo me había negado rotundamente a que mis padres me mantuvieran, y no quise revelarles el número de mi cuenta bancaria. Brian pagaba todo…las facturas del apartamento, el mantenimiento de mi auto, el mercado…todo, y no dejaba que yo aportara algo. Así que con lo único con lo que le podía pagar era haciéndole de comer. En lo único que yo gastaba de mi dinero era para mis cosas personales.
Llegamos al teatro Garnier, mejor conocido como “la Opera de París”. Lugar que los turistas no podían pasar por alto, y teatro oficial en donde la compañía hacía sus recitales. Aunque no era en esas instalaciones en donde realizábamos nuestros ensayos, si nos citaban ahí para las reuniones generales.
Apenas me encontré con Brian en el parking, caminamos juntos y tomados de la mano hacia el interior del teatro. Y como ya estábamos acostumbrados, varios compañeros nos miraban y cuchicheaban. “Los desertores ingleses” nos llamaban, porque eso era lo que éramos para los ojos de muchos, desertores que habían despreciado el ballet inglés y que habían optado por el ballet francés. Éramos los únicos ingleses de la compañía, y debíamos lidiar con la xenofobia. La tensionante relación política entre Francia e Inglaterra era ahora la misma que había sido en la dinastía Tudor, y ahora los franceses y los ingleses no se podían encontrar en una calle sin que se dijeran cosas. La mayoría de bailarines de la compañía eran franceses, muchos eran egresados de la escuela de la compañía, y de hecho la compañía aceptaba a pocos bailarines de otras escuelas, mucho menos extranjeros. Brian y yo estábamos ahí por mera suerte, y debíamos aguantarnos el bullying, porque nosotros mismos fuimos los que quisimos ser parte de esa compañía y no buscamos opciones en Inglaterra.
Observé a los más de 200 bailarines que estaban ingresando al teatro. A la mayoría ya los distinguía yo, pero algunos otros eran bailarines nuevos, que ingresaron a la compañía ya fuera por graduarse de la escuela de la compañía, o porque habían emigrado de otras compañías grandes, y otros pocos, porque habían participado en el concurso de convocatoria que realiza la compañía en cada verano. Eran pocos los que ingresaban por esa última opción.
Cuando la camaradería finalizó y todos los bailarines estuvimos sentados en las primeras filas del teatro, el director de la compañía, el imponente Dimitri Fontaine, caminó por la tarima para pararse en la mitad de esta con un micrófono en la mano.
-Bienvenidos, bailarines – dijo con su marcado acento francés – a los bailarines antiguos les quiero decir que espero que hayan disfrutado de sus vacaciones y que vengan con las baterías recargadas. A los bailarines nuevos, que son recién egresados de la escuela de la compañía o de otras escuelas del país o del mundo, les doy mi más sincera y calurosa bienvenida a la mejor compañía del mundo, y que ojalá se acoplen rápidamente – suspira – y a los que vienen de otras compañías, también les doy la bienvenida, y que ojalá se acostumbren a nuestro tipo de ballet – activa con un mando el videobeam para que muestre en una gran pantalla que se desplegó al fondo del escenario desde el techo, el cronograma de la temporada – abriremos la temporada con La Cenicienta y La Sylphide – dijo, y tras nombrar los demás ballets que haríamos el resto de la temporada, finalizó nombrando el que cerraría la misma con broche de oro: - y finalmente, cerraremos con El Lago de los Cisnes – cuchicheos se empezaron a escuchar. Desde que yo había llegado hace 4 años a la compañía, no habían hecho el famoso ballet del lago de los cisnes – les haremos llegar a todos el cronograma a sus correos, den todo de sí en esta semana en sus respectivos estudios si quieren conseguir buenos papeles. También les haremos llegar sus invitaciones a la gala que hacemos anualmente para la inauguración de la temporada, la cual será en un mes ¡ahora, levanten esos traseros de cisne y vayan a sus respectivos estudios! ¡Les deseo suerte a todos!
-Pues sí, suerte es lo que necesitaremos – musité por lo bajo, mientras nos levantábamos de las sillas.
-¿Hay alguien que hable inglés fluidamente? – escuché una voz que intentaba hacerse escuchar entre todo el algarabío que se había formado a la salida del teatro - ¿alguien?
Por su acento, supe que era americana. La mayoría de los que estaban en el teatro, al ser franceses de nacimiento, no habían tenido interés alguno en aprender inglés, y los que más o menos sabían hablar, lo hacían muy básicamente y no se les entendía lo que decían.
-¡Aquí, nosotros somos ingleses! – gritó Brian, tratando de ver quién era la que pedía auxilio.
Dentro de la multitud de bailarines abarrotados en la salida, apareció ante nosotros una chica alta, más o menos de mi estatura, castaña y con los ojos café claro, dueña de un rostro angelical que podía enternecer a cualquiera.
-¡Hola! – me saludó con un fuerte apretón de manos, y cuando fue a saludar a Brian, se quedó hipnotizada. Si, Brian era uno de los más guapos de la compañía (por no decir que el más) y podía dejar hipnotizada a cualquiera.
-Hola, soy Isabella, y él es mi esposo, Brian – le dije, marcando territorio de entrada y tomando de la mano a Brian posesivamente.
-¡Oh! – exclamó ella, sorprendida. Si, para todos era raro ver a un matrimonio tan joven – bueno, es un gusto – dijo ella, al fin estrechándole la mano a Brian – me llamo Brenda. Brenda Hoyles – se presentó, sin borrar la sonrisa de su rostro – bueno, les pedía auxilio porque no soy buena con el francés, y le entendí muy poco al director.
-¿Viniste a trabajar a Francia sin aprender bien francés antes? – le preguntó Brian.
-Bueno, es que no tenía pensando venir a Francia – dijo ella – pero ya he empezado a hacer un curso virtual ¿me podrían traducir lo que acaba de hablar el director?
-En resumidas cuentas, dijo que nos esforzáramos esta semana, porque es esta semana en donde asignan los papeles – empezó a explicar Brian – y para el caso de los bailarines que ya llevamos aquí tiempo, es donde se decide si nos suben de categoría.
-Oye, no es por nada ¡pero me encanta tu acento! ¡Siempre me ha encantado el acento de los británicos! ¿De casualidad eres de Manchester? ¡A los de Manchester se les marca más! – dijo ella, aun embobada con Brian. Genial, ni siquiera diciéndole que era mi esposo le quitaba la mirada de encima.
-Sí, mi esposa y yo somos de Manchester – le dijo Brian, y le agradecí mentalmente por haberme llamado con ese título, a ver si así calmaba un poco las hormonas de esta americana.
-¿Y de qué equipo son hinchas? ¿Del United o del City? – preguntó ella.
-United – respondimos Brian y yo al unísono sin dudarlo.
-Mis hermanos son del United – dijo ella, mientras nos dirigíamos al parking – yo no soy muy hincha de los equipos ingleses, pero sigo al United por Ian Harrison ¡vaya que él arde! – dijo, y noté como Brian se tensionó.
-Oye ¿en qué estudio te tocó? – le pregunté, para cambiar de tema antes de que las cosas se complicaran.
-En el 12, y me asignaron con la maestra Lombard – dijo, y yo disimulé mi disgusto. Nosotros también tomábamos clases en ese estudio.
-¡Genial! Nosotros también tomamos clases en ese estudio – le dije, con una falsa emoción.
-¡Genial! – exclamó, casi que dando saltitos de felicidad - ¿sería un atrevimiento pedirles que me lleven?
-Para nada, ven, yo te llevo – me ofrecí, llevándola a mi auto.
-¡Wow! ¡Pero que nave! – Exclamó ella, al ver mi auto - ¿tan bien te pagan en la compañía?
-Oh, no…este auto fue regalo de mis padres – aclaré mientras nos subíamos.
-Entonces supongo que tus padres tienen pasta – dijo ella, maravillándose también con el interior del auto - ¿en que trabajan?
-Son…- quise mentir, pero tarde o temprano, ella se enteraría de que yo era la hija del matrimonio de futbolistas más famosos del mundo. Todos en la compañía lo sabían, así que ella se enteraría de todas formas – mi madre es presidenta del Manchester United, y mi padre el entrenador del equipo masculino – dije, inhalando aire pesadamente.
-¡Oh por Dios! ¡Dime que estás bromeando! – dijo ella, emocionada.
-Ya quisiera yo estar bromeando – dije, al pendiente del volante.
-¡Claro! ¡Eres idéntica a Melanie! ¡Yo si me estaba preguntando a quien te me hacías conocida!
Y mientras ella me hacía preguntas sobre toda mi famosa familia, conduje hasta llegar al estudio. Dado que éramos casi 300 bailarines los que habíamos en la Opera de Ballet, era imposible que nos dieran clases a todos en un mismo estudio, por ende, éramos repartidos en diferentes estudios, y el mío y el de Brian había sido el 12 desde hace 4 años.
-Bien, tu salón es el 4 – dije, al ver su itinerario, ya ambas ingresando al estudio – queda en el segundo piso, primer salón a la izquierda.
-¡Gracias! – Dijo en una gran sonrisa y nos dirigimos a los vestuarios para cambiarnos – oye, de pura casualidad ¿en qué estudio ve clases Camille? – preguntó mientras nos cambiábamos.
-En el estudio en donde ven clases todos los primeros bailarines, el estudio 1, el principal – dije, mientras me ajustaba mis zapatillas de media punta.
-Oh, ya veo – dijo ella, mientras se ponía una balaca que impidiera que su copete se le colara por la frente. Balaca la cual estaba con la bandera de USA – oye ¿nos podemos encontrar para la hora del almuerzo? Es que, bueno…no quiero almorzar sola, y eres la única con la que me hablo hasta ahora.
-Sí, seguro, nos vemos a la hora del almuerzo.
-¡Bien! – dijo, casi que dando un saltito de la emoción.
Si, Brenda era lo que Brian llamaría “una flor empalagosa”, pero eso simplemente me recordaba a Claire, porque ella a veces era igual. Me pregunté entonces si todas las norteamericanas eran así.
Ya una vez lista, me dirigí con mi bolsa de danza colgándome del hombro al salón en donde había tenido clases en estos 4 años que llevaba en la compañía y con la misma maestra. Casi todas las compañías les daban la libertad a los bailarines de escoger a sus profesores, ya que cada bailarín tenía su técnica distinta de baile, así que debían tener clases con el maestro que se les acomodara a esa técnica. Era raro que un bailarín viera clases con un maestro dos años seguidos; varios incluso no duraban con el mismo maestro más de tres meses, pero yo ya llevaba 4 años con la maestra Davina Fablet.
Miss Fablet (como apodaban a Davina) había sido la estrella de la Opera de París en la generación de mis padres, bailó en la compañía desde sus 16 hasta los 35 años. Era ella a la que yo había visto desde pequeña en los recitales que transmitían por TV, y prácticamente había sido por ella que yo me había enamorado del ballet. Era ella la que aparecía en los cientos de DVD’s que yo tenía de recitales de ballet, y también en los afiches que yo tenía colgados en mi habitación. Ahora, con 50 años de edad (que no se le notaban para nada) era maestra de la compañía. Muchos de su generación se habían decepcionado al enterarse que una importantísima bailarina elite como ella, en vez de ser coreógrafa o hasta aspirar a ser directora de la compañía, había decidido por ser maestra de las categorías inferiores de bailarines de la compañía. La explicación que ella siempre daba era que coreografiar era algo muy estresante, y dirigir la compañía igual…que su verdadera vocación era dar clases. También le preguntaban por qué no entrenaba a las primeras bailarinas, y ella también tenía una explicación para eso: las primeras bailarinas eran caprichosas y no aceptaban correcciones ni consejos, mientras que las bailarinas de categoría inferior, al querer superarse cada día más, buscaban el apoyo de sus maestros. Tal y como lo hacía yo.
-¡Isabella! – Me saludó Davina con una gran sonrisa iluminando su bello rostro - ¿otra vez me has escogido como tu maestra? ¡Creí que te irías esta temporada con Franchesca!
-Hola Davina – la saludé, con dos besos en las mejillas. Llevando ya 5 años viviendo en Francia, me había acostumbrado a saludar así – y no, claro que no te seré infiel con otra maestra.
Mientras nos saludábamos, pude ver las miradas celosas de las demás chicas que estaban en salón. Todos sabían que yo era la consentida de Miss Fablet, y el mundo del ballet estaba lleno de envidia, así que ser el consentido de un maestro tiene más desventajas que ventajas.
-¿Cómo están tus padres? – me preguntó Davina mientras yo empezaba a calentar en una barra.
Davina siempre había sido secretamente hincha del futbol, y no era para menos, tenía 3 hermanos varones, fanáticos a morir del deporte rey, y me había confesado que durante su adolescencia, mi padre había sido su amor platónico. Es así como cada vez que yo regresaba de Manchester, ella entonces me preguntaba por ellos.
-Están muy bien, con la mente 100% en el fútbol – respondí.
-Ok, pues ahora tú estarás con la mente 100% en el ballet – me dijo Davina, dando palmadas para incitar a las demás chicas a que calentaran. La primera clase de la temporada estaba por empezar.
Ya cuando todas calentamos, empezamos la clase con ejercicios en la barra. Mientras una melodía de piano sonaba, me movía en cada estiramiento inhalando por la nariz y exhalando lenta y completamente por la boca, llevando mi abdomen hacia adentro; eso hacía más fácil la concentración en músculos en específico para mantenerlos ocupados.
Me aseguraba de que mi espina dorsal estuviera alineada apropiadamente, que mis hombros estuvieran relajados y no extender la espalda de más o empujando la pelvis hacia adelante en una posición no natural.
En los pliés, me aseguraba siempre de mantener las rodillas posicionadas sobre los dedos de mis pies para prevenir lesiones, y si uno de los movimientos involucraba un salto, aterrizaba siempre con las rodillas dobladas.
Yo era muy precavida en todos mis movimientos, quería evitar lesiones. Suficiente había tenido con la fractura de tobillo a mis 15 años, así que cada vez que sentía algún dolor que no fuera normal, paraba. No me expondría a lesiones fuertes, no otra vez.
-¡Buen trabajo señoritas! – Dijo Davina, después de dos horas y media de ejercicios en la barra – ya es la hora del almuerzo, las veo aquí en una hora.
Me dirigí a la pared en donde había dejado mi bolsa de danza y me la cargué al hombro para salir del salón, mientras me secaba el sudor con una toalla que siempre cargaba para eso, y para luego beber grandes sorbos de agua de mi termo.
Y como era típico en la hora del almuerzo, el pasillo se convertía en un ir y venir de bailarines sudorosos, empleados corriendo de aquí para allá, y chicas que corrían al baño a vomitar. Si, la mayoría de las que estaban ahí eran bulímicas, y hacían que los baños apestaran a vomito.
-Sra. Adams – me susurró Brian al oído por atrás - ¿me estaba esperando?
Me volteé y me encontré con sus ojazos azules. Aquellos ojazos que volvían loco a Ian. Rodeé su cuello con mis brazos y le di un pico en los labios. A veces deseaba darle más que un simple pico, pero sabía que estaría mal. Me tenía que controlar muchas veces de darle besos pasionales.
-¿Almorzamos? – me preguntó.
-Claro – respondí, y nos sentamos en el suelo del pasillo, pegados a la pared.
Los estudios de ballet, o por lo menos los de la Opera de París, no tenían cafeterías. ¿Para qué tener cafeterías en recintos en donde había gente que no comía?
-¡Hola! - escuchamos la chillona pero a la vez adorable voz de Brenda, mientras se sentaba al lado de Brian. ¿Qué no podía sentarse simplemente a mi lado, o en medio de ambos? ¿Qué pretendía ella con sentarse al lado de él?
-¡Hola! – La saludó Brian con el mismo entusiasmo, lo cual hizo que me hirviera la sangre - ¿cómo te fue?
-Para ser mi primera clase en la compañía, no estuvo tan mal – respondió ella, mientras sacaba de su bolsa de danza su sándwich, el cual supuse que sería su almuerzo.
-Te acoplarás en poco tiempo, ya verás – le dijo Brian, empezando a devorar el almuerzo que le preparé – oye ¿te puedo hacer una pregunta?
-¡Claro!
-¿Por qué optaste por la Opera de París y no por alguna compañía de tu país? – le preguntó Brian.
-La misma pregunta tendría que hacérsela yo a ustedes – contraatacó ella astutamente – y bueno, yo en realidad quería bailar en el Royal Ballet de Londres, pero no me aceptaron.
-¿No te aceptaron? – pregunté, asombrada. Si a alguien no lo aceptaba el Royal, mucho menos la Opera de París.
-No llené sus expectativas, y bueno…ya tenían suficientes bailarinas altas – explicó ella, mordisqueando su sándwich – iba a probar suerte en Australia, por eso del idioma, pero mi madre me insistió en que audicionara aquí, que tal vez yo si llenara las expectativas de los franceses…y heme aquí – dijo, extendiendo los brazos dramáticamente para señalar el lugar – estoy aquí, sin saber pizca de francés, lo único que sé de francés son los pasos de ballet, de resto, a duras penas sé saludar.
-Nosotros podríamos darte clases – dijo Brian, y me dieron unas terribles ganas de golpearlo – así te ahorras lo de pagar el curso y todo eso.
-¿Enserio ustedes me darían clases? – preguntó ella, sonriente. Aunque yo sabía que estaba emocionada era porque Brian le diera las clases, no yo.
-¡Claro! – respondió él.
Brian y Brenda siguieron congeniando por un buen rato, mientras yo me limitaba a comerme mi ensalada de verduras fritas. Me hervía la sangre, si…estaba celosa, lo admito. No soportaba ver a Brian congeniar con otra chica, me daba miedo que se consiguiera otra mejor amiga. Yo debía ser su única mejor amiga. Si, tal vez yo era egoísta al no dejar que Brian tuviera más amigas, pero es que él era mi único mejor amigo, el que siempre estaba conmigo. No lo compartiría con nadie.
-Iré al baño – dije, al sentir ganas de orinar. Ya casi empezaría de nuevo la clase y debía ir al baño.
Brian y Brenda estaban tan sumidos en su conversación que ni me pusieron cuidado. Rodé los ojos y caminé con pisada fuerte al baño. Hice mis necesidades, aguantándome el fuerte olor a vómitos, y me cepillé los dientes para que no me quedara ningún pedazo de vegetal colado en los dientes. Cuando vi mi celular, noté que ya faltaban 5 minutos para que empezara la clase, así que salí con rapidez del baño, estrellándome contra un chico que iba igual de apurado que yo, con una bandeja de cafés en las manos que se me regaron por todo el cuerpo y me hicieron gritar del dolor al sentir cómo me quemaba.
-¡Cuánto lo siento! – Exclamó el chico en un marcado francés – lo siento, lo siento, lo siento, lo siento – repitió varias veces, no sabiendo qué hacer.
No me preocupaba mi piel quemada por el caliente café, sino que el café había manchado mi maillot. Ese maillot que era tan especial para mí, porque había sido el último regalo que me dio Jeremy. Sabía que el chico no había tenido la culpa, yo había salido apurada del baño, y él también estaba apurado, pero simplemente, la ira de apoderó de mí al ver mi maillot casi que arruinado, y exploté:
-¡Eres un idiota! – le grité al chico en inglés.
Lo miré a la cara. Tenía unos ojos azul zafiro incluso más hermosos que los de mi familia. Su rostro era angelical, con facciones finas dignas de un francés. Mi semblante se relajó al instante. Era como si yo hubiera visto a un mismísimo ángel caído del cielo ¿Quién se enojaría con un ángel? Nadie. Él también me observó, y la preocupación que lo había dominado hace unos segundos desapareció al también conectarse con mis ojos. Ambos nos quedamos como hipnotizados.
-¡Bella! ¿Qué pasó? – Llegó Brian, y nos sacó a ambos del trance – tu grito se escuchó por todo el estudio – dijo, y entonces vio el desastre. Mi maillot y mallas manchadas de café, y el café derramado en el suelo.
-Oye, enserio lo siento, y lo siento mucho – se siguió disculpando el muchacho, el cual debía de tener más o menos mi edad. No lo había visto antes en el estudio, así que supuse que era un empleado nuevo - ¡lo siento tanto! ¡Soy tan torpe!
-Pues la próxima vez fíjate por donde caminas ¡idiota! – le dijo Brian, pronunciando muy bien cada palabra, sobre todo esa última, para que el chico entendiera a la perfección.
-Ya, fue un accidente – dije, estando más calmada – vete Brian, llegarás tarde a tu clase.
-¿No necesitas que te ayude? – me preguntó, secándome con una de sus toallas para el sudor.
-Puedo vestirme sola, ahora vete, no quiero que llegues tarde a tu clase – le dije, más como una orden que como una sugerencia.
Brian no opuso resistencia, después de todo, su maestro era muy exigente con eso de la hora de la llegada a clase, y tras dirigirle una mirada asesina al muchacho culpable de todo esto, se fue.
-Oye, enserio lo siento – me volvió a decir el chico.
-Ya, no te preocupes, fue un accidente – le dije, sonriéndole levemente – la que tiene que disculparse soy yo, no debí decirte idiota.
-Está bien que lo dijeras, porque eso es lo que soy – dijo él, ya tranquilo porque yo lo había perdonado – oye, puedo llevar tu maillot a la lavandería, porque por la cara hiciste al ver que estaba manchado, se te nota que es tu maillot preferido.
Le iba a decir que no, que no era necesario que llevara mi maillot a la lavandería, pero enserio ese maillot era muy valioso para mí, y no podía llevarlo yo misma, tenía que cambiarme rápido y llegar a mi clase. Así que tuve que aceptar.
-Ok, espérame un segundo, me cambiaré – le dije, ingresando de nuevo al baño.
Yo siempre llevaba un maillot y unas mallas de reserva, previendo este tipo de accidentes. Me cambié y salí del baño, para darle mi maillot.
-Estaré en clase con Miss Fablet – le dije, para que supiera en donde podía encontrarme – si estoy ocupada para cuando entres al salón, déjalo en mi bolsa – le dejé ver bien mi bolsa de danza.
-Ok – dijo él, sonriéndome. Tenía una de esas sonrisas que podían causar confianza en cualquiera.
-¿Cómo te llamas? – se me ocurrió preguntarle.
-Justin. Justin Delebois – me dijo, tendiéndome la mano.
-Isabella. Isabella Adams – le dije, estrechándole la mano firmemente y devolviéndole la sonrisa, la cual pareció causar un tipo de hipnosis en él de nuevo.
NARRA SOPHIA
-Mmm Kai – gemí, apretando entre mis manos las sabanas y cerrando mis ojos, extasiada.
Kai besó mis labios en respuesta, mientras aumentaba el ritmo del movimiento de sus caderas.
Los niños aún estaban en la escuela, y hoy Kai no tenía que quedarse a segunda sesión de entrenamiento. El apartamento estaba vacío y sumido en el silencio, el cual solo era roto por nuestros suspiros de placer. No había niños correteando alrededor, ni dibujos animados reproduciéndose en la TV, ni balones rebotando en la pared. Era como si el reloj se hubiera detenido en nuestro ajetreado hogar por primera vez en mucho meses, y ambos sabíamos que era nuestra oportunidad perfecta para aprovecharlo.
-Te amo – le susurré a Kai como si fuera la primera vez que se lo dije, como cuando nuestro amor era aún un secreto.
-Te amo más – me respondió él con devoción, saboreando la intimidad de aquel momento.
Permanecimos tumbados en la cama, yo sobre su pecho, un buen tiempo, disfrutando de la calma post-orgásmica. Acaricie su pecho, el cual ya estaba bastante velludo, y luego pasé a acariciar su cara, sin evitar detenerme en los contornos de sus ojos, los cuales ya estaban marcados con unas patas de gallo dignas de la treintena.
-¿Seguro de que no quieres echarte alguna de mis cremas? – le pregunté, por millonésima vez.
-Déjale las cremas a tu hermano – me dijo, dándome un pico en los labios – no quiero detener lo inevitable.
Genéticamente, los Clooney aparentaban tener más edad de la que ya tenían. Mi suegro Wayne desde siempre había aparentado tener más edad de la que tenía…a los 20 ya parecía de 30, y a los 30 ya parecía de 40, y Kai no se había salvado de esa genética. Tenía 34 años, pero ya parecía de 40, y tras de que nuestra diferencia de edad había dado de que hablar años atrás, ahora sí que más. Y se negaba rotundamente a someterse a algún tratamiento estéticos masculinos como los que se hacían mi padre y mi tío Adam. Quería lucir como la naturaleza así lo quería.
-¿Qué hora es? – pregunté, cuando supuse que ya era hora de ir a recoger a los niños.
-No te preocupes, Ian los trae – dijo, dándome pequeños besos por toda la cara – después de llevarlos a comer helado.
-Por favor dime que solo estará Ian con mis hijos y no también Klay – rogué.
-Oye, ni que Klay fuera tan mal tío – dijo él, reprimiendo una risotada.
-Bueno, la última vez que le confié mis hijos a Klay, casi resultan con la espalda rota porque los columpió muy alto en el parque – le recordé.
-Ay bueno ya, mejor, sigamos…- dijo, posicionándose sobre mí, y besándome el cuello – aguanto para una segunda ronda.
-No, no aguantas a menos que tomes viagra – le dije, y él me fulminó con la mirada.
-No necesito de viagra para segundas sesiones ¡aun no estoy tan viejo mujer! – me amonestó y yo solté la risa.
-Pero aun así, ya no eres capaz de seguirme el ritmo, admítelo – le dije, y él rodó los ojos.
-Bueno, pero puedo complacerte de otras formas – dijo, para bajar un poco más su cabeza y dirigirse a una de mis lolas, para rodear con su boca un pezón.
-Kai…- dije, soltando un jadeo. Yo aún seguía amamantando a Kate, así que mis pezones estaban sensibles.
Y mientras le daba atención a mis pechos, dirigió una de sus manos a mi sexo y empezó a masajear mi clítoris, haciéndome contornear. Kai sí que sabía cómo ponerme a volar. Con su ágil movimiento de dedos, y con el masaje de mis lolas, de las cuales no evitó succionar algo de la leche que le pertenecía a Kate, me hizo tener varios orgasmos.
-Bueno ya, porque o si no dejarás sin leche a Kate – le dije, cuando vi que no se despegaba de uno de mis pechos, succionando del líquido.
-Es que es muy rica, mucho mejor que la leche de vaca – dijo, dándole un último lametón a uno de mis pezones – y más nutritiva, me da más calcio, creo que eso es lo que ha evitado que tenga tantas lesiones, porque créeme que no es coincidencia que apenas empezaras a lactar, mis huesos se hayan fortalecido.
-Ay, ya cállate – le dije.
-Oye, por cierto…- dijo, bajando hasta mi abdomen, depositando un beso, como si hubiera ahí algún bebé- ¿Cuándo me darás el gusto de nuevo? Ya sabes…
-Kai, ya hemos hablado de eso – le recordé.
-Sí, que quieres empezar a estudiar para ser coach – dijo, sobándome el abdomen – pero oye, estudiarás virtualmente ¿no? No afectará en nada.
-Claro que si – repliqué – si no he podido empezar es justamente por andar pendiente de Kate, y ahora que ya entró a la escuela, ya tendré tiempo, pero si vuelvo a quedar embarazada…
-Está bien, no te atosigaré más con el tema – me dijo, rendido. Kai quería tener 3 hijos, eso me lo había hecho saber desde antes de que nos casáramos – es que, bueno…no quisiera que se llevarán muchos años de diferencia.
-Klay y tú se llevan bastante con Ethan, y eso nunca fue un problema ¿o sí? – inquirí.
-No, no lo fue – reconoció.
-Bueno, entonces no hay nada de qué preocuparse, tendremos al tercero cuando yo tenga mi título de entrenadora – le dije en una sonrisa – me presentaré para el próximo año, empezaré a estudiar desde ya para el examen de admisión, le pediré prestados a mi padre los libros con los que él estudió.
-Ok, solo espero que Tim no empiece a presionar con que quiere un hermano varón – dijo Kai y yo reí – que tal que le toque la suerte de Ian…quería hermanos y resultó con dos hermanas locas que lo que hicieron fue volverlo gay.
-¡Oye! – le di un calbazo no muy fuerte – ya te dije que Bella y yo no tuvimos nada que ver con que a Ian le vayan los chicos.
-Oye, a propósito de eso…- me dijo, ahora mirándome seriamente – hoy en el vestuario vi que alguien estaba mirando como que de a mucho a Ian.
-¿Quién? – pregunté, asombrada. ¿Habría otro chico gay en el equipo que le estuviera echando el ojo a mi hermano?
-Adam – dijo con firmeza y yo abrí los ojos como platos. ¿Mi tío Adam?