Capítulo 3

6648 Words
Adams Corp. Una de las corporaciones mercantiles más importantes de Europa, por no decir que la más, y una de las únicas corporaciones inglesas que seguía manteniendo el mercado entre Inglaterra y Francia pese a los conflictos políticos. Tenía una sede en París, de la cual el gerente era el hermano de Brian, Daniel. Después de un duro día de clases, en donde me esforcé al 100% al saber que los ojeadores enviados por el director Dimitri se estaban pasando por todos los estudios a observar a los bailarines, aproveché que salí más temprano que Brian para ir a las instalaciones de Adams Corp, la cual quedaba en todo el centro de negocios de la ciudad. Me había tenido que cambiar y ponerme un vestido más o menos elegante. Yo era parte de la familia Adams, así que tenía que verme como tal. No podía llegar vestida con el chándal de la compañía de ballet. Incluso me apliqué uno de los mejores perfumes que tenía. Uno de Chanel que mi prima Sarah me había regalado. -Srta. Adams – me saludó la recepcionista apenas me vio – que gusto tenerla de nuevo por acá. -Hola, vengo a hablar con Daniel – dije. -Claro, siga – me dijo sin duda alguna. Obviamente me trataban con atención preferencial, después de todo, yo era de la familia dueña de esa corporación. Una vez ingresé en el ascensor, marqué el último piso, ahí era en donde estaba la oficina de Daniel. Apenas llegué, me dirigí hacia el puesto de la secretaria de gerencia. -Srta. Adams – me saludó casi que con susto la mujer – buenas tardes ¿Cómo está? -Muy bien Georgina – la saludé, con una sonrisa que logró calmarla - ¿estará Daniel muy ocupado? -No, justo acabó de salir de una reunión – dijo, para descolgar el teléfono y ponérselo en la oreja – jefe, aquí está su cuñada…ok – dijo, y colgó, para luego mirarme – puede pasar, Srta. Adams. -Gracias – le dije, dedicándole una última sonrisa para al fin entrar a la oficina. Apenas entré, Daniel se levantó de la silla de su gran escritorio para saludarme con un fuerte abrazo. En estos años, él me había cogido mucho cariño, y yo a él, y aunque él estaba que ardía (porque vaya que era sexy) no me atraía en absoluto, y no le atraía yo a él. Nos queríamos como la familia que prácticamente éramos. -Oye, ya, vas a partirme – me quejé. Él era igual de fuerte a Brian. -Lo siento – me dijo, para después darme un sonoro beso en la mejilla, haciéndome cosquillas con su barba - ¿Qué trae por aquí a la mujer más hermosa de toda Europa? – Me preguntó, mientras se dirigía de nuevo a su escritorio – si vas a tratar un tema de negocios, soy todo oídos ¿al fin convenciste a tu padre de que comprara una acción en la corporación? -No, vengo a tratar un tema más importante que el de los negocios – le dije, sentándome en la silla de al frente. -¿Y que puede ser más importante? – me preguntó. Claro que había algo más importante para Daniel que los negocios. -El cumpleaños de Brian – le dije, y él de inmediato cambió su semblante. Para Daniel, lo primero en su vida, más allá de los negocios y el dinero, y hasta que su propia vida, era su hermano. -Sí, sé que cumple la próxima semana – dijo con interés – el 7 de septiembre no se me puede borrar de la cabeza, fue el día en que mis padres llegaron a casa con el chico que pondría mi mundo de cabeza – dijo, soltando una leve risa - ¿quieres café? -Sí, un poco – respondí. Mientras Daniel se paraba a servir algo de café de la maquina eléctrica que tenía en una esquina de la oficina, observé por milésima vez las fotos que tenía en su escritorio. Fotos de él durante su tiempo en las fuerzas armadas británicas, también de su tiempo en la legión francesa…pero la mayoría de las fotos eran de Brian. Me enternecía lo mucho que él amaba a Brian, era lo más importante en su vida, más que los negocios, más que él mismo…Brian era su eterna adoración. Y bueno, la verdad era que Brian podía enloquecer a cualquiera, incluso a mí. Me detuve entonces a observar una foto en donde estaba con un gran rifle de asalto, portando orgullosamente el uniforme del ejército británico. Cualquiera que lo hubiera visto en esa época no hubiera creído que él resultaría dedicándose a los negocios. La razón por la que él ya no estaba en el ejército era porque lo habían jubilado a temprana edad, cuando el estrés post-traumático de una misión en Siria afectó de forma irreversible sus facultades psicofísicas. Según Brian me había explicado, fue muy duro para Daniel ver cómo sus propios compañeros les disparaban a niños y mujeres inocentes…porque algo que muy pocos sabían, era que las fuerzas británicas estaban apoyando el conflicto en Siria, y de hecho, el conflicto entre Inglaterra y Francia resucitó cuando un pelotón inglés estalló una bomba contra un campamento de soldados franceses, causando así indignación mundial, y gracias a que nuestro actual rey, Guillermo de Cambridge, es bastante diplomático, ha evitado una guerra entre ambas naciones, porque Francia desde hace rato que está amenazando con guerra a Inglaterra. Todos los ciudadanos tanto ingleses como franceses temíamos que estallará una guerra, porque sin duda alguna se derramaría mucha sangre inocente. Pero yo en lo único que pensaba, era que si estallaba la guerra, las fuerzas armadas británicas reclutarían a mi hermano. Él era joven y soltero…lo reclutarían sin duda alguna, y a Brian tal vez, reclutarían a todos los civiles posibles en caso de que los soldados que ya hacen parte del ejército y los reservistas escasearan. Incluso a mi padre lo podrían reclutar al tener buena condición física, pero se salvaba por dos cosas: 1) Si iba Ian, no tenía por qué ir él, solo iba un hombre por cada núcleo familiar, y 2) tener la nacionalidad irlandesa lo salvaba. Irlanda no estaba metida en ese embrollo. -¿En qué piensas? – me preguntó Daniel, ofreciéndome la taza de café e interrumpiendo mis pensamientos. -¿Crees que haya guerra entre Inglaterra y Francia? – no evité preguntarle. -No sé por qué cada vez que alguien viene a mi oficina me pregunta eso, es como si yo tuviera cara de guerra – dijo, mirando también sus fotos de su época en la milicia – no lo creo…nuestro rey no quiere una guerra. -Pero en caso de que la haya ¿Ian y Brian tendrían que ir? – pregunté con temor. -Reclutarán primero a los que ya hacen parte del ejército, luego a los reservistas como yo – empezó a explicar con tranquilidad. Él estaba convencido de que no habría ninguna guerra – pero si la guerra se llega a extender y escasean los hombres, reclutarán a civiles, y a los primeros que cogerán será a los jóvenes con buen físico y que no tengan niños ni mujeres a su cargo, así que si…tal vez recluten a tu hermano – dijo, bebiendo de su humeante bebida – pero al mío no, si voy yo, no lo reclutan a él, además…está casado contigo. -Dudo que sigamos mucho tiempo casados – dije, con nostalgia – ya cumplimos 5 años de estar aquí, apenas me den la ciudadanía, nos divorciaremos. No habrá razón por la que debamos seguir casados. -¿Y eso te entristece? – me preguntó, al ver que no estaba muy feliz. -No es que me entristezca, es que…- suspiré pesadamente – enserio quisiera estar casada con él. -Oh Bella…- dijo en un susurro, para luego dirigirme una mirada dulce y comprensiva – sé que mi hermano es un tipazo, y que ha sido para ti tu ideal de una pareja, pero…creo que deberías conocer más chicos – me toma las manos – sé que tu trabajo casi no te permite salir mucho ni hacer muchos amigos, pero trata aun así de socializar…y tal vez así encuentres al que el destino te tiene deparado como tu esposo. -Das muy buenos consejos como para ser un solterón de 30 años – le dije y él se rio. -No me presiones chica, mira a Brad Evans…tuvo una familia después de los 30, así que yo aún tengo tiempo – dijo, muy animado – y mira a ver si no me presentas a alguna linda bailarina de tu compañía, como a la Camille esa…el cumpleaños de mi hermano podría ser la oportunidad perfecta para que tú y yo socialicemos. -Eso, hablemos del cumpleaños de Brian – dije, al fin retomando el tema para el cual vine a ver a mi “cuñado” - ¿Qué haremos? -Bueno, yo estaba pensando en una fiesta en el Rex Club – dijo, refiriéndose al nightclub más conocido de París. -Eso sería perfecto si tuviéramos amigos a quienes invitar, porque los de la compañía no son una opción – decreté. -¿Y por qué no? Es la oportunidad perfecta para que los dejen de ver como los ingleses enemigos, y los vean como los ingleses amigos – opinó Daniel – y bueno, yo podría decirles a algunos familiares de Manchester que vengan, y tengo uno que otro amigo aquí en París, así que por si nadie de tu compañía va, pues aun así tendremos invitados. -Ok, intentaré invitar a los de la compañía – dije, aun dubitativa – pero necesitaré invitaciones formales, para que vean que es algo serio. -Las mandaré a hacer, te las estaré enviando estos días – me dijo, más emocionado él que yo por la fiesta. -Ok, entonces quedamos así – dije, levantándome de la silla – tengo cosas que hacer en casa. -Ok – dijo, levantándose para despedirse de mí – y de una vez te digo que debes prestarme a mi hermano este domingo, tendremos tarde de chicos. -Será todo tuyo – le dije, abrazándolo. -Te veo pronto – dijo, dándome un beso en la frente. Salí del edificio Adams Corp directo a mi apartamento. Al llegar, no evité sentir hambre, y busqué en la alacena una barra de maní dietética para comérmela junto a una manzana. Seguía sintiendo hambre. Maldije por lo bajo. Tomé bastante agua para así tratar de engañar a mi estómago aunque fuera por un rato. Eso de comer poco y tener que lidiar con el hambre era un martirio, y yo no quería hacer lo que la mayoría de bailarinas hacían para no sentir hambre: fumar. El olor a cigarrillo era normal en los estudios de ballet y en los teatros, las bailarinas fumaban todo el tiempo. Si…tal vez era muy poco glamoroso ver a una bailarina con un cigarrillo, pero esa era la única forma en que no sentían hambre. Pero yo no pensaba si quiera probar el cigarrillo. Si algo he aprendido en todos estos años al tener hermanos asmáticos, es a respetar los pulmones. Y yo no quería mis pulmones ennegrecidos. Comí entonces otra barrita de maní, confiaba en que Claire me dijera que esas barras no engordaban, y tomé más agua, compensando así la sed que el insoportable calor veraniego me causaba. Me quité la ropa y quedé en top y en bragas, para sentarme a un lado de mi cama a hacer lo que tenía que hacer, aprovechando que tenía al fin una tarde libre en la semana. Arreglar mis nuevas zapatillas de punta. Al inicio de cada temporada, nos daban a las bailarinas unas nuevas zapatillas de punta, y nos exigían que debíamos cuidarlas muy bien, porque aunque el presupuesto de la compañía era muy alto, aun así salía muy caro comprar zapatillas para las más de 100 bailarinas que estaban en la compañía. Nos tenían entonces establecido un tiempo de vida útil de las zapatillas que nos entregaban…el de las bailarinas de mi rango, era de 4 meses. No podíamos pedir nuevas zapatillas en 4 meses, y si por alguna razón se nos partían las zapatillas, o si se nos perdían, debíamos sacar de nuestros bolsillos para comprar unas nuevas. Esto último era lo que nos tocaba hacer a todas, ya que una bailarina profesional debía tener varios pares de zapatillas de acuerdo al tipo de clase, coreografía, suelo, estado de los pies, o sencillamente porque es mejor disponer de varios pares. Saqué mis nuevas zapatillas de la caja, y me puse manos a la obra. Cogí un martillo y un alicate para desbaratar la zapatilla. Si, las bailarinas profesionales desbaratábamos las zapatillas, cambiando el diseño de fábrica para hacer nuestro propio diseño según nuestras necesidades. Saqué el alma central de las zapatillas (la suela interior, la que daba el soporte a los pies) y las corté por la mitad, para que así al pararme en puntas, se me marcara más la curva de los pies al arquearlos. Algunos consideraban eso como trampa, pero era algo necesario. Volví a meter las almas en su puesto y las cocí, para luego cocer las cintas y remendar las puntas. Esto último se hacía para extender su uso. Tomé unas tijeras y raspé la suela y las puntas para no resbalarme cuando estuviera bailando. Ya cuando estuvieron listas, cogí el martillo y empecé a golpear las puntas, para que no sonaran tanto en las tarimas. Continué con el largo ritual hasta que escuché que se abrió la puerta del apartamento. Había llegado Brian. -Bella, estoy en casa – lo escuché decir desde la entrada. -Ok – dije lo suficientemente alto como para que me escuchara. -Traje a Brenda conmigo – dijo, e inmediatamente la sangre me hirvió de nuevo. ¿Cómo se había atrevido a traerla ella a nuestro apartamento sin ni siquiera pedirme permiso? Refunfuñé por lo bajo para ponerme una blusa de tirantes y una pantaloneta corta de andar por casa y salir descalza de mi habitación. Sí, yo, al igual que muchos bailarines, andaba descalza cada vez que podía. Era lo más placentero del mundo. -¡Ay pero que lindos! – Decía Brenda mientras observaba una foto que estaba pegada en el refrigerador, en donde yo salía con Brian – oh ¡hola Bella! – me saludó ella apenas me vio. ¿Bella? Los únicos que me decían así eran mis allegados, y ella para mi seguía siendo una completa extraña. -Que sorpresa verte acá, Brenda – le dije, tratando de sonar lo más neutral posible. -Brian me ha invitado, espero no incomodarte – me dijo sin borrar su estúpida sonrisa de su rostro. -No, no me incomodas para nada – le mentí. -¿Quieres té mientras está la cena? – le preguntó Brian a Brenda. -¡Claro! Quisiera probar algo de té inglés – respondió esta. -Yo…uhmm…iré al estudio – dije. Definitivamente no quería estar con ellos, y así también le expresaría mi disgusto a Brian de forma sutil – practicaré un poco y de paso ablandaré mis nuevas puntas. -Pero… ¿no cenarás antes? – me preguntó Brian mientras yo regresaba a mi habitación. -Cenen ustedes solos – dije, cerrando la puerta tras de mi con más fuerza de la necesaria. Con eso les había enviado la indirecta a ambos. Tras quedar atascada en el tráfico de la hora punta, al fin logré llegar al estudio. No había nadie, después de todo, eran las 9 p.m. y mientras no estuviéramos en época de recitales, los estudios ya estaban vacíos a esa hora. Saludé a Ralph (el guardia de seguridad) que a cambio de unas barritas de chocolate siempre me dejaba entrar en las noches al estudio. Los pasillos estaban vacíos y oscuros, pero entonces, cuando subí al segundo piso (lugar en donde se encontraba el salón más grande, y en donde me encantaba practicar) escuché una melodía. Si, era una melodía de ballet, y cuando me fui acercando, noté que la música salía de aquel salón en donde yo iba a ensayar, y había alguien ahí obviamente, ya que también salía luz de él. Me acerqué con sigilo al salón, y al ver quién era el que me había robado el salón, me sorprendí. Era Justin, aquel empleado del estudio que hace un par de días me había derramado café encima y que se había ofrecido a llevar mi maillot a la lavandería. Justin bailaba la pieza de música con soltura, en una coordinación perfecta entre cuerpo y melodía. Daba saltos en el aire que hasta el mejor bailarín del mundo envidiaría de lo altos y perfectos que eran, quedando suspendido en el aire un buen tiempo, y cayendo como una pluma al suelo, sin hacer ruido alguno. Una técnica que sin duda era envidiable, porque la mayoría de bailarines, sobre todo los más altos y corpulentos, hacían mucho ruido al caer después de un salto. Pero este chico bailaba con una ligereza digna de un cisne, era como la mismísima encarnación del ballet. Aparte de que tenía cara de ángel, ahora resulta que bailaba como uno. Era simplemente perfecto. Cuando la melodía finalizó, no evité empezar a aplaudir, como si estuviera en el teatro y hubiera acabado de ver bailar a unos de los primeros bailarines.  Justin obviamente se sobresaltó y hasta puso cara de horror. Al parecer, no quería que lo pillaran bailando. -¡Isabella! – exclamó, apagando la grabadora que estaba reproduciendo la melodía. -¡Eso ha sido magnifico! – le dije, acercándomele - ¡simplemente fantástico! -Por favor, no le vayas a decir a nadie que me viste – dijo con temor – no quiero que me despidan. -Pues yo tampoco debería estar aquí, así que no te preocupes – le dije y él sonrió. Mierda…hasta su sonrisa era angelical. ¿No había nada imperfecto en este chico? -Supongo que vienes a ensayar, dicen que mañana el mismísimo Dimitri se pasara por este estudio a ojear a los bailarines – dijo Justin, y yo abrí los ojos como platos. -¿Enserio vendrá Dimitri? – pregunté. -Sí, bueno…eso le escuché a algunos, no lo sé. -Tu…deberías estar bailando para la compañía, no llevando cafés – le dije, y era cierto. La técnica con la que bailaba sin duda era la de un profesional, sin duda alguna Justin estuvo en alguna escuela de ballet. -Bueno, algunos nacimos solo para ser espectadores – dijo, haciendo ademan de quitarse sus zapatillas de media punta, pero se lo impedí. -Enséñame a hacer lo que tú haces…caer sin hacer ruido alguno – le pedí. Lo único que me criticaba mi maestra era que hacía mucho ruido al caer, y yo quería corregir eso, a ver si así con eso me ascendían. -Isabella, yo…enserio debería irme ya – dijo, pero lo retuve. -¡Por favor! – le rogué, y él no se resistió a mis ojos suplicantes. -Se supone que tú eres la bailarina profesional, yo no debería enseñarte algo a ti – dijo, negando con la cabeza mientras sonreía. -¿Y tú no eres profesional? Porque vaya que lo pareces – le dije, mientras me quitaba el chándal y quedaba en maillot y mallas. -Estuve en una escuela pública de ballet hasta los 14, no alcancé a terminar – dijo, recostándose contra una de las barras del salón mientras yo calentaba. -¿Y por qué no terminaste la escuela de ballet? – le pregunté. -Mi padre murió, y tuve que empezar a trabajar para sostener el hogar – respondió, y yo lo miré con pésame. -Lo siento, no debí preguntar – dije, enserio arrepentida. -No te preocupes, ya estoy acostumbrado a contar esa historia, siempre me preguntan por qué un chico brillante como yo no está bailando o no está estudiando una carrera universitaria – dijo con despreocupación – tu…¿eres inglesa, verdad? -¿Tanto se me nota en el acento? – pregunté, haciendo unos estiramientos en la barra, cerca de donde él estaba. -Sí, y bueno…cuando me dijiste “idiota”, lo hiciste en inglés – dijo y ambos reímos – y bueno…ya estoy acostumbrado a ver como ingleses y franceses se insultan. -Oh no, no creas que soy de esas que tratan mal a los franceses por la situación entre nuestros países – aclaré – me importa un bledo la política. -Igual a mi…me importa un bledo la política – dijo – y me caen bien los ingleses, hasta me encanta el fútbol inglés. Oh no…un hincha del fútbol inglés, eso no podía ser bueno. Para nada bueno. Al parecer, Justin era el único de esta compañía que aún no sabía que yo era integrante de una familia famosa de futbolistas. Y prefería que siguiera así. -¿Eres hincha de algún equipo inglés? ¿O no te importa para nada el fútbol? – me preguntó. -Bueno, nunca he sido muy fanática del futbol – dije. -¿Eres de Manchester? – preguntó. Mierda…odié que mi acento mancuniano fuera tan marcado, incluso hablando fluidamente el francés. -Sí, soy de Manchester – admití. -¿Y no apoyas a algún equipo de tu ciudad solo por sentido de pertenencia? ¿Manchester United? ¿Manchester City? -United – respondí por inercia. -Yo también soy del United, después del Paris Saint Germain, el equipo de mis amores es el United…lo sé, un francés hincha de un equipo inglés, es algo muy loco, pero bueno – suspira – mi sueño siempre ha sido ir al mítico Old Trafford, y quisiera una camisa autografiada por Ian Harrison ¡él es un crack! – Vuelve a suspirar, pero esta vez lo hizo melancólicamente – pero son sueños imposibles…ni siquiera he podido ir a un partido el PSG ¿Cómo podría ir a uno del United? Y es aún más imposible tener un autógrafo de Ian Harrison. No evité morderme los labios. Mientras algunos conseguían las cosas tan fáciles en la vida (como yo) chicos como Justin definitivamente no. Había renunciado al ballet por hacerse cargo de su familia al morir su padre, y su situación económica era tan limitada, que no tenía para comprar un boleto e ir a ver al equipo de su ciudad. Me sentí culpable por ser tan bendecida en la vida mientras que otro no tenían la misma suerte. Justin se veía que era un buen chico,  y hasta se notaba que tenía talento, ya quisieran muchos bailarines profesionales poder bailar como lo hace él…pero él simplemente no tuvo la oportunidad. La mayoría de los que estábamos en la compañía pudimos terminar nuestras escuelas de ballet al tener padres ricos que nos apoyaran, y así no tener que preocuparnos por la situación económica de nuestros hogares. -Ok…empecemos a ensayar – dije, al fin incorporándome – enséñame pues como es que haces para volar y caer luego como una pluma. -Será un gusto – dijo en una luminosa sonrisa que podía cegar a cualquiera. Justin incluso tenía cuerpo de bailarín: alto, con brazos y piernas fuertes, delgado pero no hasta al punto de parecer un fideo. Si, era muy esbelto. Su forma de moverse era perfecta, sus pies no emitían sonido alguno cuando chocaban contra el suelo. Tenía todo el porte, gracia y habilidad que debía tener un bailarín de ballet profesional. Hacía que pasos difíciles como las vueltas, saltos y brincos parezcan lo más sencillo del mundo. Justin parecía un verdadero cisne. Con el permiso de mi amado Brian, podía decir que Justin era el Sigfrido que yo siempre me había imaginado en El Lago de los Cisnes. Justin era simplemente perfecto. Justin era la encarnación de la palabra perfección. -¡Eso, así es! – me decía cada vez que yo daba un perfecto salto, sin que resonasen mis pies en el suelo - ¡perfecto! -¡Sí! – exclamé, feliz, al terminar de hacer mis saltos – sin duda alguna, Miss Fablet quedará feliz al ver que por fin he dejado de hacer ruido al caer. -Bueno, yo debo irme ya – dijo, mirando su reloj de muñeca – debo irme en metro, y mi barrio no es muy seguro a la media noche – dijo, relevando así que vivía en los suburbios de París. -Ok, yo también me iré, ya he ensayado suficiente y aflojado un poco mis nuevas zapatillas – dije, empezándomelas a quitar – oye, enserio que deberías ser bailarín de la compañía. -Ese siempre fue mi sueño, pero si no tengo mi cartón de la escuela, no me permitirían ni siquiera inscribirme en las audiciones, y aunque tuviera el cartón, a estas alturas ya estoy viejo para audicionar – dijo, mientras se quitaba sus zapatillas de media punta desgastadas y se ponía unas vans negras. -¿Acaso cuántos años tienes? – se me ocurrió preguntarle al fin. -Veintidós – respondió. -Yo igual – dije, y él sonrió. -Otra cosa que tenemos en común – dijo, colgándose su mochila al hombro. -Y… ¿vives muy lejos de aquí? – le pregunté mientras salíamos del estudio – porque si no vives muy lejos, puedo acercarte. -¿Tienes auto? – me preguntó. -Sí, es ese – dije, señalando el único auto que quedaba en el parking. -Oh vaya, que bebé ¿tan bien te pagan en la compañía? – preguntó lo mismo que Brenda. -No, fue regalo de mis padres…tuvieron que trabajar mucho para poder comprármelo – dije, no queriendo todavía revelarle que en realidad mis padres eran millonarios y que eran los jeques del equipo del cual él era hincha. -Pues que nave tan bella – dijo, admirando mi Renault – pues, lamento decirte que vivo un poco lejos de aquí – dijo, y me lo pude imaginar. París era una de las ciudades más grandes de Europa, y los suburbios quedaban muy retirados de la rentable zona en donde yo vivía y de donde quedaban los estudios de ballet. -Bueno, pues…llama cuando llegues a tu casa, me sentiría culpable por hacerte ir tarde de acá y que te hagan algo en el camino – le dije, enserio preocupada. París no estaba exenta de la criminalidad. Saqué entonces mi IPhone para apuntar su número, y él, tímidamente, sacó su Nokia modelo clásico, si…de los que solo servían para hacer y recibir llamadas. No evité sentirme fatal. Mientras que este chico debía exponer su vida al tener que irse en metro tan tarde, yo podía irme en la comodidad de un buen auto, y mientras yo tenía siempre a la mano los celulares último modelo con facilidad, él tenía una baratija que muy de seguro la había conseguido con mucho esfuerzo. Me sentí culpable por haber sacado mi moderno celular…y por mostrarle mi lujoso auto. Caí en cuenta entonces de que yo en mis 22 años de vida nunca me había codeado con gente humilde. Todos en mi entorno familiar y social eran de dinero, yo nunca me había relacionado con alguien humilde. Justin era el primero. -Yo…te llamaré – le dije, al suponer que no tendría minutos para llamar. -Ok – dijo, algo nervioso – bueno…entonces, me voy. -Ok, yo también me voy – dije, también algo nerviosa. ¿Por qué yo ahora estaba nerviosa? Ni que fuera la primera vez que yo hablaba con un chico. Y entonces, me tendió la mano. -He escuchado que los ingleses se saludan y se despiden así – dijo, mientras nos estrechábamos la mano  firmemente – nada de besos en las mejillas. -Bueno, ya llevo 5 años viviendo aquí, ya me he acostumbrado a los besos en ambas mejillas a modo de saludo y despedida – dije, atreviéndome a demostrárselo. Me empiné para darle un beso en cada mejilla. Sobraba decir que Justin era bastante alto, más o menos de la misma estatura de Brian. Y ese simple tacto me hizo sentir un corrientazo por todo el cuerpo ¿pero por qué rayos? ¿Por qué Justin me causaba algo así?   NARRA IAN   -Oye, dulzura ¿no tendrás por ahí algún postre? – le pregunté a una de las cocineras, utilizando mis encantos. -Lo siento, nos prohibieron darles algo más de lo servido, mucho menos algo de dulce o de chatarra – me dijo la señora, la cual calculé que debía tener unos 50 años. Mierda. Supongo que fueron órdenes de mi padre. Eso de que las cenas de las concentraciones fueran estrictamente controladas, y que además, los del cuerpo técnico revisaran nuestro equipaje para asegurarse de que no llevábamos dulces ni nada que podía afectar nuestro rendimiento, me tenía aburrido. Mi padre definitivamente era un paranoico. Si no fuera mi padre, lo seduciría y lo convencería de que me regalara alguna de las barras de chocolate con las que siempre cargaba para su hipoglicemia, pero dado que era mi padre, y que nunca me miraría con otros ojos diferentes a los que un padre mira a su hijo, no tenía opción alguna. Debía irme a dormir sin comer postre después de la cena. -¿Ves? Te dije que no ibas a lograr seducir a la de la cafetería – me dijo Klay mientras íbamos en el ascensor camino a nuestras habitaciones – oye, Jackie Chan, dile alguno de tus proverbios chinos a Ian para que aprenda la lección – le dijo Klay a nuestro compañero de equipo y buen amigo, Tai Weng. Tai era chino pura r**a, hijo de un amigo de mi padre. Había llegado al equipo hace dos años, procedente del Shanghai Shengua, el equipo de fútbol más importante de China. Mi padre había querido fichar al muchacho desde su infancia, pero su padre, Chin, se había negado, ya que quería que su hijo estuviera lo suficientemente en China como para aprender bastante de sus raíces. Con decirles que Tai era cinta negra en Kungfu y otras artes chinas. La familia Weng al parecer era de esas familias chinas muy arraigadas a sus raíces y costumbres. Solo fue hasta hace dos años, cuando Tai cumplió los 22, que su padre al fin lo dejó volar. Ahora, era mi compañero de gol en la delantera, y junto a Kai y Klay hacíamos un cuarteto perfecto…tanto que nos habíamos ganado el apodo de “Los 4 fantásticos”. Y aparte de ser compañeros de gol, también éramos mejores amigos. Ya no éramos solo los doble K (Kai y Klay) y yo, si no que ahora éramos los doble K, Tai y yo. -Creo que no sé algún proverbio chino sobre comelones – respondió Tai. -Y yo que creí que tenías un proverbio para todo – dijo Kai. -Oigan ¿les parece una partida de FIFA? ¡A que yo gano esta vez! – propuso Klay. -Yo paso – dije. E inmediatamente mis amigos supieron por qué. -Tendrás sesión de cibersex con cierto bailarín ¿eh pillín? – me dijo Klay, codeándome – salúdamelo. -Ay, ya déjame Klay – me quejé – Tai ¿no tendrás algún proverbio para Klay? -El que es chismoso, tiene su vida tan poco interesante que la de otros le divierten – dijo Tai con su voz de narrador chino, y Kai y yo nos partimos de la risa. -¡Turn down for what! – Dijimos Kai y yo al tiempo – tuturuturu... -Los odio a todos – refunfuñó Klay, fulminándonos con la mirada – en especial a ti, Jackie Chan – le dijo al joven chino, sacándole la lengua infantilmente. Al fin estando en la soledad de mi habitación, lejos de todos esos idiotas, tomé mi celular para escribirle a Brian, a ver si podíamos hacer videollamada, y cuando me dio el visto bueno, abrí el Skype para iniciar. No hacia ni una semana desde que nos habíamos visto en persona, pero es que simplemente tenía que ver su sonrisa así fuera unos minutos al día. La imagen más o menos pixelada me dejó ver que Brian ya estaba en la comodidad de su cama. -Hola mi amor – lo saludé. -Hola príncipe ¿Cómo estuvo tu día? – me preguntó, pero algo en su tono de voz me hizo saber que él no estaba muy bien. -Atareado, pero al parecer no más que el tuyo ¿todo bien? – le pregunté, y rodó los ojos para luego negar con la cabeza. -Tu hermana – respondió. -¿Ahora que te hizo? – le pregunté. Causándome algo de gracia que fuera Bella la que siempre le diera dolores de cabeza. -Se enojó porque traje una amiga a casa, Brenda ¿recuerdas que te hablé de ella el lunes? -Sí, la americana. -Bueno, resulta que la traje a casa, y Bella se enojó, asumió una actitud muy infantil…cerró duro la puerta de su habitación, y luego se fue, supuestamente al estudio a ensayar – explicó, con una evidente rabia en sus ojos. -Sabes cómo es ella, ya se le pasará – le dije, también enojándome un poco el hecho de que Bella fuera tan celosa y posesiva con él. Ni siquiera yo siendo el novio de Brian era así con él. -¿Alguna vez Klay te ha celado así? Ya sabes…cuando quisiste tener otro amigo aparte de él. -Un poco, pero no tanto como Bella te cela a ti – le dije – debes hablar eso con ella – le recomendé. Podría hacerlo yo, poner a mi hermana en su lugar, pero ambos nos habíamos prometido que ni yo me metería en su amistad con Brian, y que ella no se metería en mi noviazgo con Brian – debes decirle de una vez por todas que te molesta que sea tan celosa y posesiva contigo, que tienes derecho a tener otras amigas. -¿Y cómo se lo digo sin herirla? – preguntó, con una evidente preocupación en sus ojos. -Pues a veces las verdades duelen, Brian – dije. No quería que mi hermana se sintiera dolida, pero es que ella ya se estaba pasando, y mucho. -Como sea…oye, podría hablar otro rato contigo, pero tengo mucho sueño. -Ok mi amor, hablamos mañana – le dije, enviándole un beso – te amo. -Y yo a ti – me dijo, también enviándome un beso. Yo no tenía sueño aun. Abrí entonces el i********: para entretenerme un rato. Le di like a fotos de mis compañeros de equipo, de mi hermana Sophia con mis sobrinos, a amigos, a cantantes y actores que yo seguía, y luego me encontré con una selfie de Bella. La había publicado esta mañana. Ella, aunque no era muy fan de las r************* , al parecer había sido obligada por la compañía a abrir una cuenta de i********: por cuestiones de publicidad. No tenía muchos seguidores, después de todo, trataba de mantenerse lo más lejos del mundo de la farándula que pudiera, ni siquiera publicaba fotos conmigo. La selfie al parecer se la había tomado antes de iniciar una clase, con su peinado de bailarina y su hermosa cara sin nada de maquillaje. Era idéntica a mí, si…mi versión femenina. La temporada se acerca. #OperadeParís #Ensayos #Ballet #París #Francia Ese era el pie de página de la selfie, en donde salía mirando a la cámara con aquellos ojazos idénticos a los míos, y hasta con aquella sonrisa fresca idéntica a la mía. Sentí un pinchazo en el pecho. Había veces en que yo no me interesaba por llamarla, primero pensaba en Brian antes que en ella, y se supone que debía de ser al contrario. Entonces le marqué. -¿Hola? – contestó ella al quinto tono. -Hola Barbie – la saludé. -¡Hola bro! ¿Cómo estás? – me preguntó ella, y por el sonido típico de tráfico, supe que estaba conduciendo. -Espero que tengas puesto el manos libres – le dije. -Sí, claro que sí. -¿Qué andas haciendo? – le pregunté. -Acabo de salir del estudio, quise ensayar un poco. -¿A estas horas? – pregunté, viendo que en mi reloj ya eran casi las once de la noche. -Bueno, es que…tampoco quería estar en el apartamento – reveló. -Sí, acabo de hablar con Brian, me dijo que te enojaste porque llevó a Brenda a casa – dije, esperando que ella me contara más sobre su disgusto. -Si…me enojé – confesó – es que…ash…olvídalo. -Bella, está bien, no tratemos ese tema, ambos prometimos en que no nos entrometeríamos en nuestras respectivas relaciones con Brian – suspiré – solo…quería hablar contigo, vi la selfie que publicaste hoy en Insta, y recordé lo estúpido que soy por no hablar casi contigo, por preferir llamar a Brian antes que a ti. -Awwwnsss ¿te pusiste sentimental hermanito? -Ay, cállate – refunfuñé – es que…detesto que te parezcas tanto a mí. -Mañana me tomaré otra selfie, y esa será solo para ti, te la enviaré por w******p. -Ok, la esperaré con ansias, y se la mostraré a mi amigo Tai, a ver si así hago que se fije en ti, y los ennoviaré, porque vaya que Tai necesita una novia… -Tai es lindo, pero los asiáticos no son de mis gustos – dijo y yo reí. -Ay ¡vamos! ¡Tai es un tipazo! ¡Acepta por lo menos una cita! ¡Hasta papá quiere que salga con él! -Pues será hasta las vacaciones del próximo año. -¿Eso es un sí? – pregunté, emocionado. -Tal vez… -Ok, me aseguraré de decírselo a Tai en frente de Klay, porque él también molesta a Tai contigo. -Como sea…oye, hoy hablé con Daniel, tu querido cuñado, estamos planeando la fiesta de cumpleaños de Brian. -¿Enserio? -Sí, será en un club ¿podrás venir? La haremos ese mismo 7, Brian tuvo la suerte este año de cumplir justo un sábado. -Sí, claro que podré ir, ya estaba planeando escaparme a París de todas formas para ese día, juego con el equipo el viernes – sonreí malévolamente - ¿puedo llevar a Tai? ¡Sí! ¡Será tu pareja de baile en la fiesta! -Como sea…- dijo, y no tuve que ser adivino para saber que rodó los ojos – y tráete a todos los que puedas, porque invitados es lo que necesitaremos, dudo que los de la compañía acepten la invitación. La iba a seguir molestando con mi amigo chino, pero alguien tocó a la puerta de mi habitación. Supuse que era mi padre o algún otro m*****o del cuerpo técnico haciendo las rutinarias visitas nocturnas para asegurarse de que todos los jugadores estaban en sus habitaciones. -Oye Barbie, debo colgar, ya están molestando con las inspecciones nocturnas – le dije a mi hermana. -Ok…oye, no le digas nada a Brian sobre la fiesta, será sorpresa. -Ok – dije – nos estamos hablando estos días, bye. Colgué, y me dirigí a la puerta. Al abrirla, me encontré con mi tío Adam, el cual me sonrió complicemente y me dio un brownie. -Tal vez tus encantos no funcionen con las mujeres mayores de 40, pero los míos  si – dijo él y a mí se me hizo agua la boca al ver el brownie. -Definitivamente eres un alcahueta, Adam – le dije, dando media vuelta para dirigirme a la salita de mi habitación, dándole a entender a Adam de que podía pasar. -Si tu padre se entera de que estoy haciendo que rompas tu dieta,  dejando que comas un brownie casi a la media noche, me matará – dijo y ambos reímos. -Tú de por si siempre has sido un padre alcahueta – dije, para luego darle mi primer mordisco al brownie – oh, esto sabe a gloria. -Bueno, yo ya me voy, no te molestaré más, solo vine a traerte el brownie – dijo Adam, dirigiéndose a la puerta.   NARRA ADAM   Salí de la habitación de Ian, frustrado. Si, frustrado, igual que siempre. ¿Cuándo sería capaz de expresarle mis sentimientos? Tal vez nunca. Sí, me gustaba Ian, y mucho, y me sentía culpable por eso. Ian era 20 años menor que yo, yo perfectamente podría ser su padre. Pero no era el asunto de la diferencia de edad lo que me hacía sentir fatal, sino el hecho de que se supone que yo debería querer a Ian como un sobrino, no como algo más. Desde bebé, lo amé y le di el cariño que un tío podía darle a un sobrino, y aunque en realidad no fuéramos familia, era como si lo fuésemos. Y desde hace unos meses, yo había dejado de ver a Ian con ojos paternales, a verlo de otra forma…de una forma más pasional. No podía evitar verlo un poco de más en los entrenamientos y en el vestuario…sobre todo en este último lugar. Yo por lo general no solía ingresar a los vestuarios, por eso de que los jugadores no se sintieran incomodos al tener a un gay cerca viéndolos, pero a veces me era inevitable…y cuando veía a Ian, simplemente suspiraba. Créanme que había hecho un gran esfuerzo por no ver a Ian con otro ojos, pero es que él simplemente es perfecto…ya a sus 29 años es todo un hombre, y pone a volar a cualquiera. Su hermoso rostro, su cuerpo esbelto, su personalidad…todo en él es perfecto. Sabía que nunca podría haber nada entre Ian y yo, y aunque pudiera haberlo, sus padres serían una traba. Melanie y Jake eran mis mejores amigos, no podría traicionarlos de esa forma. Porque si…salir con su hijo sería una especie de traición, y no…no perdería a mi Melanie por salir con su hijo, ni tampoco a Jake, el cual yo consideraba como el hermano que no pude tener. No, no podía tener con Ian, ni siquiera algo de una sola noche. Nada. Pero una cosa era lo que decía la mente, y otra la que decía el corazón.
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