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La Noche del Valiente (Reyes y Hechiceros—Libro 6)

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“Una fantasía llena de acción que le encantará a los fans de las otras novelas de Morgan Rice, igual que a los fans de obras como The Inheritance Cycle de Christopher Paolini…. Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este último trabajo de Rice y rogarán por más.”

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones)

En LA NOCHE DEL VALIENTE, Kyra debe encontrar una manera de escapar de Marda y regresar a Escalon con el Bastón de la Verdad. Si lo logra, le espera la batalla más épica de toda su vida al enfrentarse a los ejércitos de Ra, a la nación de troles, y a la manada de dragones. Si sus poderes y su arma son lo suficientemente fuertes, su madre la esperará para revelarle los secretos de su destino y de su nacimiento.

Duncan debe crear una gran defensa contra los ejércitos de Ra de una vez por todas. Pero incluso mientras pelea las batallas más grandes de su vida que lo llevarán a la batalla final en El Barranco del Diablo, no se imagina el engaño oscuro que Ra le tiene preparado.

En la Bahía de la Muerte, Merk y la hija del Rey Tarnis deben unir fuerzas con Alec y los guerreros de las Islas Perdidas para pelear contra los dragones. Deben encontrar a Duncan y unirse para salvar a Escalon, pero Vesuvius ha resurgido y no pueden anticipar lo que les tiene preparados.

En el final épico de Reyes y Hechiceros, las batallas más dramáticas, las armas y la hechicería, todos conducen a una impresionante conclusión inesperada llena tanto de tragedia desgarradora como de un inspirador renacimiento.

Con su fuerte atmósfera y complejos personajes, LA NOCHE DEL VALIENTE es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros.

“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre El Despertar de los Dragones)

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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO Duncan caminaba por la menguante inundación, con agua salpicándole los tobillos y rodeado por docenas de sus soldados que caminaban por el cementerio flotante. Cientos de cuerpos Pandesianos flotaban y chocaban contra sus piernas mientras él se movía por lo que quedaba de la inundación de Everfall. Había un mar de cuerpos hasta donde alcanzaba a ver, soldados Pandesianos que salían del desbordado cañón y que eran arrojados hacia el desierto por las aguas. Era el aire solemne de la victoria. Duncan miró hacia abajo hacia el cañón lleno de agua que seguía arrojando cuerpos sin detenerse, y después se dio la vuelta mirando hacia el horizonte, hacia Everfall, en donde los torrentes ya habían disminuido notablemente. Lentamente sintió la emoción de la victoria creciendo dentro de él. Todo a su alrededor el aire empezó a llenarse con los vítores de victoria de sus hombres, que caminaban por las aguas sin poder creerlo y lentamente se daban cuenta de que en verdad habían ganado. A pesar de las probabilidades, habían sobrevivido y habían conquistado a la más grande legión. Leifall lo había logrado después de todo. Duncan sintió una gran oleada de gratitud hacia sus leales soldados, hacia Leifall, Anvin y, principalmente, hacia su hijo. Las probabilidades en contra no habían hecho que nadie retrocediera en miedo. Se escuchó un estruendo distante, y Duncan miró hacia el horizonte llenándose de gozo al ver a Leifall y a sus hombres de Leptus, a Anvin y Aidan entre ellos, Blanco corriendo a sus pies, todos regresando de Everfall y cabalgando para reencontrarse. Los gritos de triunfo del pequeño ejército de Leifall, sus cientos de hombres, se escuchaban incluso hasta allí. Duncan miró de nuevo hacia el norte y vio en el horizonte distante un mar lleno de n***o. Allí, tal vez a un día de cabalgata de distancia, estaba el resto del ejército Pandesiano, reuniéndose y preparándose para vengar a sus compañeros derrotados. Duncan sabía que la siguiente vez no atacarían con diez mil hombres, sino con cien mil. Duncan supo que no tenían mucho tiempo. Ya había tenido suerte una vez, pero de ninguna manera podría resistir el ataque de cientos de miles de soldados, ni siquiera con los mejores trucos del mundo; y ya se le habían acabado todos sus trucos. Necesitaba una nueva estrategia y la necesitaba rápido. Mientras sus hombres se reunían alrededor de él, Duncan examinó los rostros duros y dispuestos y supo que estos valientes guerreros buscaban su liderazgo. Sabía que cualquier decisión que tomara ahora lo afectaría no solo a él, sino también a todos estos grandes guerreros; de hecho, decidiría el destino de Escalon. Les debía a todos ellos el decidir sabiamente. Duncan puso a trabajar su cerebro deseando encontrar una respuesta, pensando en todas las ramificaciones de cualquier estrategia. Todos los planes representaban un gran riesgo, consecuencias nefastas, y todos eran mucho más arriesgados que lo que acababan de lograr en el cañón. “¿Comandante?” dijo una voz. Duncan se dio la vuelta y vio el rostro serio de Kavos, que lo miraba con respeto. Detrás de él cientos de hombres también lo miraban. Estaban esperando alguna dirección. Lo habían seguido hasta este momento y seguían con vida; y ahora confiaban en él. Duncan asintió, respirando profundamente. “Si nos enfrentamos a los Pandesianos en campo abierto,” empezó a decir, “perderemos. Todavía nos superan en número cien a uno. También han tenido más tiempo para descansar y están mejor equipados. Estaríamos todos muertos para el atardecer.” Duncan suspiró mientras sus hombres absorbían cada palabra. “Pero tampoco podemos huir,” continuó, “ni deberíamos hacerlo. Con los troles atacando también y los dragones llenando los cielos no tendremos tiempo de escondernos de esta guerra. Y no es de nosotros el escondernos. Necesitamos una estrategia valiente y rápida y decisiva para derrotar a los invasores y liberar a nuestro país de una vez por todas.” Duncan guardó silencio por un largo rato, pensando en la casi imposible tarea a la que se enfrentaban. Todo lo que se podía escuchar era el sonido del viento atravesando el desierto. “¿Qué es lo que propones, Duncan?” presionó finalmente Kavos. Volteó a ver a Kavos, quien apretaba su alabarda y lo miraba con intensidad, mientras sus palabras hacían eco en su cabeza. Les debía a estos grandes guerreros una estrategia; una manera no solo de sobrevivir, sino de obtener la victoria. Duncan pensó en el terreno de Escalon. Sabía que todas las batallas se ganaban gracias al terreno, y su conocimiento del terreno de su tierra natal era tal vez la última ventaja que le quedaba en esta guerra. Pensó en todos los terrenos de Escalon en donde el terreno les podría dar una ventaja natural. Tendría que ser un lugar muy especial, un lugar en el que unos miles de hombres puedan pelear contra cientos de miles. Solo había algunos lugares en Escalon—solo unos pocos en todo el mundo—que podrían permitir eso. Pero mientras Duncan recordaba todas las leyendas y cuentos que le habían contado su padre y el padre de su padre, mientras recordaba todas las grandes batallas que había estudiado de tiempos antiguos, de pronto su mente se enfocó en las batallas que habían sido más heroicas, más épicas, las batallas de los pocos contra los muchos. Una y otra vez su mente pensaba en el mismo lugar: el Barranco del Diablo. El lugar de los héroes. Este era el lugar en el que unos cuantos hombres habían peleado contra ejércitos, en donde los grandes guerreros de Escalon habían sido probados. En el Barranco se encontraba el paso más estrecho de todo Escalon, y probablemente era el único lugar en el que el terreno definía la batalla. Era un muro de acantilados y montañas que se encontraban con el mar dejando un pequeño corredor por el cual pasar y formando el Barranco que ya había quitado más de unas cuantas vidas. Este obligaba a los hombres a pasar en una sola fila. Obligaba a los ejércitos a formar una sola fila. Creaba un cuello de botella en el que unos cuantos guerreros, si estaban bien posicionados y eran valientes, podían pelear contra todo un ejército. Al menos eso decían las leyendas. “El Barranco,” respondió finalmente Duncan. Todos los ojos se agrandaron. Lentamente, asintieron en señal de respeto. El Barranco era una decisión seria; era un lugar de último recurso, un lugar al que se iba cuando no quedaba ninguna otra opción, un lugar en el que los hombres morían o vivían para que la tierra se perdiera o se salvara. Era un lugar de leyenda; un lugar de héroes. “El Barranco,” dijo Kavos, asintiendo por un largo rato mientras se acariciaba la barba. “Fuerte. Pero aún queda un problema.” Duncan lo miró. “El Barranco está diseñado para mantener a los invasores afuera, no adentro,” respondió. “Los Pandesianos ya están adentro. Tal vez podríamos bloquearlo y mantenerlos adentro. Pero lo que queremos es expulsarlos.” “Nunca antes en la vida de nuestros ancestros,” añadió Bramthos, “se ha logrado que un ejército invasor, después de cruzar el Barranco, se vaya por este otra vez. Es muy tarde. Ya han pasado por allí.” Duncan asintió con la cabeza pensando lo mismo. “Ya he considerado eso,” respondió. “Pero siempre hay una manera. Tal vez podremos atraerlos por este hacia el otro lado. Y entonces, una vez que estén en el sur, sellarlo y establecer nuestras defensas.” Los hombres lo miraban, claramente confundidos. “¿Y cómo propones que hagamos eso?” preguntó Kavos. Duncan sacó su espada, encontró un pedazo de tierra seca, y empezó a dibujar. Todos los hombres se acercaron mientras su espada pasaba por la arena. “Algunos de nosotros seremos la carnada,” dijo dibujando una línea en la arena. “El resto estará esperando del otro lado, listos para sellarlo. Les haremos pensar a los Pandesianos que nos están persiguiendo, que estamos huyendo. Mi grupo, una vez que haya pasado, puede dar la vuelta utilizando los túneles y regresar a este lado del Barranco, y entonces sellarlo. Entonces todos juntos podremos crear las defensas.” Kavos negó con la cabeza. “¿Y qué te hace pensar que Ra enviará a sus ejércitos por el Barranco?” Duncan se sintió determinado. “Conozco a Ra,” respondió. “Él desea nuestra destrucción, desea una victoria total y completa. Esto apelará a su arrogancia y, por eso, enviará a todo su ejército a perseguirnos.” Kavos negó con la cabeza. “Los hombres que sirvan de carnada,” dijo, “quedarán expuestos. Será casi imposible el poder regresar por los túneles. Lo más probable es que esos hombres queden atrapados y mueran.” Duncan asintió con gravedad. “Es por eso que yo mismo dirigiré a esos hombres,” dijo. Todos los hombres lo miraron con respeto. Se acariciaban las barbas y sus rostros estaban inundados de preocupación y duda, todos claramente pensando en lo arriesgado que era. “Tal vez pudiera funcionar,” dijo Kavos. “Tal vez pudiéramos atraer a las fuerzas Pandesianas y hasta sellarlos afuera. Pero aun así, Ra no enviará a todos sus hombres. En estas partes solo se encuentran sus fuerzas sureñas. Tiene a otros hombres distribuidos por todo el país. Tiene a un poderoso ejército que cuida el norte. Incluso si ganamos esta batalla épica, no ganaríamos la guerra. Sus hombres seguirían controlando Escalon.” Duncan asintió al estar pensando lo mismo. “Es por eso que dividiremos nuestras fuerzas,” respondió. “La mitad de nosotros cabalgará hacia el Barranco, y la otra mitad irá al norte para a****r al ejército norteño de Ra. Tú los guiarás.” Kavos lo miró, sorprendido. “Si vamos a liberar a Escalon, lo haremos todo al mismo tiempo,” añadió Duncan. “Tú guiarás la batalla en el norte. Llévalos a tu tierra natal, a Kos. Lleva la batalla a las montañas. Nadie puede pelear tan bien como tú en esos lugares.” Kavos asintió, claramente gustándole la idea. “¿Y tú, Duncan?” le preguntó con preocupación en su voz. “Tan escasas como sean mis probabilidades en el norte, tus probabilidades en el Barranco son mucho peores.” Duncan asintió y sonrió. Tomó el hombro de Kavos. “Mejores probabilidades de gloria, entonces,” le respondió. Kavos sonrió con admiración. “¿Y qué hay de la flota Pandesiana?” interrumpió Seavig, dando un paso adelante. “Ahora mismo controlan el puerto de Ur. Escalon no será libre mientras controlen el mar.” Duncan asintió y puso una mano en el hombro de su amigo. “Es por eso que tú tomarás a tus hombres y te dirigirás a la costa,” respondió Duncan. “Usa nuestra flota secreta y navega hacia el norte, de noche, siguiendo el Mar de los Lamentos. Navega hasta Ur y, con la suficiente astucia, tal vez puedas derrotarlos.” Seavig lo miró, tomándose la barba y con osadía y audacia en sus ojos. “Te das cuenta de que tendremos una docena de barcos contra mil,” respondió él. Duncan asintió, y Seavig sonrió. “Sabía que había una razón por la que me agradabas,” le dijo Seavig. Seavig montó a su caballo y, con sus hombres detrás de él, avanzó sin decir otra palabra, llevándolos hacia el desierto y cabalgando hacia el oeste hacia el mar. Kavos dio un paso adelante, tomó el hombro de Duncan y lo miró a los ojos. “Siempre supe que ambos moriríamos por Escalon,” dijo. “Pero no sabía que moriríamos de una manera tan gloriosa. Será una muerte digna de nuestros antepasados. Te agradezco por eso, Duncan. Nos has dado un gran regalo.” “Y yo a ti,” respondió Duncan. Kavos se dio la vuelta, les hizo una señal a sus hombres y, sin decir otra palabra, se montaron en sus caballos y empezaron a cabalgar hacia el norte, hacia Kos. Todos avanzaron gritando y dejando una gran nube de polvo al pasar. Eso dejó a Duncan solo con varios cientos de hombres, todos mirándolo en busca de dirección. Se dio la vuelta y los miró. “Leifall se acerca,” dijo al verlos venir en el horizonte. “Cuando lleguen, cabalgaremos juntos hacia el Barranco.” Duncan fue a subirse a su caballo cuando, de repente, una voz cortó el aire: “¡Comandante!” Duncan se dio la vuelta y se quedó impactado por lo que vio. Desde el este se acercaba una sola figura, caminando hacia ellos por el desierto. El corazón de Duncan se aceleró al verla. No era posible. Sus hombres abrieron camino mientras se acercaba. El corazón de Duncan dejó de latir y lentamente sintió los ojos llenársele de lágrimas de alegría. Apenas podía creerlo. Ahí, acercándose como una aparición en el desierto, estaba su hija. Kyra. Kyra caminó hacia ellos, sola, con una sonrisa en el rostro y directo hacia él. Duncan estaba desconcertado. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Estaba sola? ¿Había caminado todo el camino? ¿Dónde estaba Andor? ¿Dónde estaba su dragón? Nada de esto tenía sentido. Pero ahí estaba, en carne y hueso; su hija había regresado. Al verla sintió como si su alma fuera restaurada. Todo en el mundo se sintió bien, aunque fuera por un momento. “Kyra,” dijo él acercándose con emoción. Los soldados se hicieron a un lado mientras Duncan avanzaba, sonriendo, extendiendo sus brazos y deseando poder abrazarla. Ella también sonreía y extendía sus brazos avanzando hacia él. El saber que ella seguía con vida hizo que toda su vida valiera la pena. Duncan dio los pasos finales, emocionado por abrazarla, y cuando ella llegó hasta él, él la envolvió con sus brazos. “Kyra,” dijo él con lágrimas. “Estás viva. Has regresado a mí.” Podía sentir las lágrimas cayendo por sus ojos, lágrimas de alegría y alivio. Pero al abrazarla, de manera extraña, ella estaba inmóvil y en silencio. Lentamente Duncan se dio cuenta de que algo andaba mal. Pero a medio segundo de poder darse cuenta, su mundo se llenó de un agudo dolor. Duncan jadeó perdiendo el aliento. Sus lágrimas de alegría rápidamente se convirtieron en lágrimas de dolor al ver que no podía respirar. No podía procesar lo que estaba pasando; en lugar de un amoroso abrazo, sintió un frío acero atravesándole las costillas y siendo empujado hacia adentro. Sintió algo caliente que brotaba bajando por su estómago, y se quedó entumecido, incapaz de respirar o pensar. El dolor era tan agudo, tan punzante, tan inesperado. Miró hacia abajo y vio una daga en su corazón, y se quedó completamente impactado. Volteó hacia Kyra, la miró a los ojos y, aunque el dolor era horrible, el dolor de su traición era mucho peor. El morir no le molestaba, pero el morir en manos de su hija lo estaba haciendo pedazos. Al sentir que el mundo empezaba a dar vueltas debajo de él, Duncan parpadeó, consternado, tratando de entender por qué la persona que más amaba en el mundo lo había traicionado. Pero Kyra simplemente sonrió, mostrando ningún remordimiento. “Hola padre,” dijo ella. “Me alegra verte de nuevo.”

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