La arena entre los dedos de los pies, era una sensación que le gustaba, enterrar los pies en la arena se estaba volviendo fría a causa de la noche.
—¿Te gusta la playa eh? — preguntó Kaleb, al verla como una niña pequeña.
—Mucho —contestó Valentina con una sonrisa de oreja a oreja. — Gracias por traerme aquí. — dijo sincera
—Un placer haber hecho algo bien al final.
Valentina río, al oírlo
—Hombre... no todo ha sido tan malo.
—¿No?
—No...habría estado mejor, sino te hubieras colado en mi baño... y si te hubieras ahorrado esos comentarios.
—Era verdad — dijo con una sonrisa pícara.
—¿El qué?
—Que tienes un culito bonito, muy bonito.
—Kaleb... — su tono era de advertencia.
— Y un cuerpo precioso... — susurró él.
Ella aceleró el paso, como se parace... Sólo Dios sabía lo que pasaría si ella se quedaba quieta, podría ser que se lanzara a sus brazos, o bien lo abofeteaba, aunque estaba más segura de la primera opción.
—¡Valentina!
Ella bajó el paso, y él tomándola de la muñeca la hizo girarse.
—Kaleb...
—No te ofendas... solo te dije la verdad...
—Quizás.. quizás... quizás no debería oirla.
—¿Tartamudeas?
—Por tu culpa.
Él sonrió, ¿cómo no hacerlo? hundió su mano en el espeso cabello de ella, tan suave y sedoso como una caricia, enredando los dedos entre sus rizos, se llevó uno a la nariz para olerlo.
—Yo tengo otro problema contigo — murmuró él.
—¿Así, cuál? —preguntó Valentina, tragando saliva.
—Me vuelves loco.
—Como tú a mí. — replicó ella.
—¿Te vuelvo loca?
—Aja...
—Habrá que buscar una solución, ¿No crees?
—La tregua...
—Es una opción, ¿Eso significa que la aceptas?
¿Porque le costaba tanto respirar?
¿Y porque le daba la impresión de tenerlo cada vez más y más cerca?
Podía sentir su pecho contra el suyo, sus piernas fuertes, pegadas a las suyas.
Su respiración en la cara y su mano en la espalda, la caricia de su cuello de aquellos dedos fuertes junto a su pelo.
—Por el bien de los dos — aceptó ella — Ningún comentario más ni intromisión en el baño.
—A menos que tú me permitas el paso...
—Kaleb...
—Valentina... ahora debemos hacer algo con mi locura.
—Ya hicimos... la tre... tregua.
—Mi locura es otra cariño... me vuelves loco pero de deseo.
—Kaleb
—¿Qué te parece si sellamos la tregua? — preguntó él pegándose más a su cuerpo, con la respiración más pesada, ella entreabrió los labios, quizás debería quejarse, pero lo único que hizo fue responder al beso, cuando él unió su boca a la de ella. Ninguno entendió cómo y porqué pasó, pero había pasado, ninguno dijo más nada y salieron rumbo a casa.
Valentina suspiró mientras se llevaba a la boca el vaso de Coca-Cola, con la mirada fija en la televisión.
Buscó a ciegas el cuenco de palomitas, y cogió unas cuántas con una mano, y con la otra comenzó a coger de una a una para ir comiéndoselas.
—¿Es interesante?
Dio un respingo, mientras miraba a Kaleb, que por lo visto estaba sentado a su lado.
—¿Cuándo has llegado?
—Hace cinco minutos.
—Mentiras — dijo ella — No te he oído.
—Lo sé — río él —¿Interesante la peli no?
—Uhm, ¿Qué quieres Kaleb?
—Oh nada, es que he pensado, que como ahora somos amigos, pues podemos ver la peli juntos.
—Pensaste mal, adiós — masculló comiendo más palomitas.
Comenzaba a odiarlo... la irritaba, sobre todo porque cada vez que lo miraba, solo conseguía dibujar en su mente el beso que le había dado en la playa.
Recordaba el sabor de sus labios junto a los suyos, su lengua abriendo paso entre sus dientes, y como había jugado con la suya.
Sus manos acariciando su espalda, y su cuello, haciendo que la piel se le erizara, y deseara más que un simple beso.
Por eso había tenido que romperlo, o sino... sólo Dios sabría que habría acabado pasando allí.
—¡No seas así! — se quejó él— déjame verla.
—Está bien, está bien... pero cállate.
—Ok.
—¡SHH!
La película había acabado siendo un auténtico muermo, una comedia romántica, en la que increíblemente Valentina había acabado medio saltando cuando los protagonistas habían acabado juntos.
Lo único bueno en toda la película, había sido cuando los protagonistas habían hecho el amor... momento en el que Valentina se había dedicado a mirarlo de reojo, medio ruborizada y otra cosa buena era haberla visto con ella, quién sin darse cuenta, había acabado aplicándose contra él.
—Se acabó — dijo ella bostezando.
—¿Tienes sueño? —preguntó él acariciándole el pelo.
—Un poco — contestó cogiendo un puñado de palomitas.
—Uhm.. ¿Están buenas?
—Ajá — contestó ella comiendo.
—¿Me das? — preguntó él.
—Sírvete — dijo ella, cogiendo otro puñado de palomitas que iban a ir a su boca.
Kalen cogió la mano sujetándola por la muñeca.
—Me serviré — dijo.
Se inclinó sobre ella, para coger unas pocas palomitas de su mano.
El cuerpo de Valentina se estremeció, y sintió cómo su cuerpo reaccionaba a ese simple gesto.
Los ojos hipnotizadores de Kaleb la miraban mientras le habría los dedos e iba comiéndose las palomitas de su mano.
—Eres un fresco — dijo ella en un murmullo.
El la ignoró y continuó comiendo, lento y sensualmente, una a una saboreándolas, sin soltarle la mano, para que no la retirara.
—Si que están buenas — comentó él, una vez que no quedó ninguna.
Malditas palomitas... jamás las vería con buenos ojos.
—¿Quieres? —preguntó él.
—Sí — voz tenue e hipnotizada.
Kaleb cogió una simple palomita y se la colocó entre los labios, después se acercó a Valentina y como pudo dijo.
—Toma...
Fue un farmullo que ella bien entendió, con los ojos como platos miró a Kaleb, quién era capaz de hacerle perder la cabeza.
Lo odiaba. ¿De verdad? Se preguntaba a sí misma.
Pero no respondió nadie.
Sólo podía mirar aquella palomita, que estaba rogando por ser comida por ella, y por él... porque sería una palomita con suerte, una palomita compartida.
Valentina se inclinó un poco, y cogió la palomita con los dientes, arrebatándosela a Kaleb, sonrió dichosa y se fue a retirar, cuando sintió la mano de Kaleb en la nuca.