Cuando Rubí finalmente terminó de comer todas las delicias que antes habían llenado la bandeja, sentía que su estómago estaba a punto de estallar. Aunque no negaba que comía estando en esa maldita jaula de oro que León llamaba hogar, la verdad era que todas sus comidas eran estrictamente controladas para mantener su peso a gusto con su dueño, sin contar que uno de los castigos de este había sido quitarle todo alimento a excepción del agua cuando lo encerraba en su habitación. Y como él no era precisamente obediente y no le andaba besando los pies como los demás, sus castigos podrían haber sido algo constantes. Observando al gran vampiro frente a él, quien no sólo lo había sacado de la calle y alejado de quien le perseguía, sino que también le alimentó, Rubí sabía que había hecho bien al