CAPÍTULO DOS

2518 Words
CAPÍTULO DOS En cuanto se detuvieron delante de la casa de los Caldwells, Keri sintió una punzada en el estómago. Sin importar con cuánta frecuencia se reuniera con la familia de un niño posiblemente secuestrado, siempre se dejaba transportar hasta esa primera vez cuando vio cómo su propia pequeña, de solo ocho años, era llevada a través del brillante verdor del césped de un parque por un malévolo extraño con gorra de béisbol, calada de tal manera que le ocultaba el rostro. Sintió ahora cómo subía por su garganta el mismo y familiar pánico que experimentó al perseguir al hombre por el estacionamiento de grava y verle arrojar a Evie al interior de su van de color blanco como si fuera una muñeca de trapo. Revivió el horror de ver cómo el adolescente que intentó detener al hombre era apuñalado hasta morir. Hizo un gesto ante el recuerdo del dolor que sintió al correr con los pies descalzos sobre la grava, ignorando los fragmentos afilados de roca que se enterraban en sus pies, mientras trataba de darle alcance a la van que estaba acelerando y ya se alejaba. Recordó la sensación de impotencia que la arropó al darse cuenta que la van no tenía placas y que prácticamente no tenía ninguna descripción que darle a la policía. Ray estaba familiarizado con lo mucho que siempre la afectaba este momento y guardó silencio en el asiento de conductor, mientras ella recorría y trabajaba todo el ciclo de emociones y se rehacía para lo estaba por venir. —¿Estás bien? —preguntó, cuando vio que su cuerpo finalmente se relajaba un poco. —Casi —dijo, bajando el espejo de la visera y dándose un último vistazo para asegurarse de no lucir como un total desastre. La persona que la contemplaba se veía mucho más saludable de lo que ella había estado hacía apenas unos pocos meses. Ya no estaban los círculos negros que solía tener bajo sus ojos pardos, y estos ya no estaban inyectados de sangre. Su piel estaba menos manchada. Su cabello rubio cenizo, aunque recogido hacia atrás en una práctica coleta, no estaba grasoso y sin lavar. Keri se acercaba a su cumpleaños número treinta y seis, pero se veía mejor que nunca desde que Evie habías sido raptada cinco años antes. No estaba segura si era debido a la sensación de esperanza que albergaba desde que el Coleccionista había asomado hacía semanas que estaría en contacto. O quizás era la posibilidad real en el horizonte de un romance con Ray. Podía también haber sido la reciente mudanza de la destartalada casa bote que durante varios años había llamado hogar a un apartamento de verdad. O podría haber tenido que ver con la reducción en el consumo de grandes cantidades de whisky escocés de malta. Fuese lo que fuese, notaba que los hombres volvían sus cabezas con más frecuencia de la normal cuando ella iba a pie por esos días. Nada de eso le importaba, excepto que por primera vez sentía que tenía algo de control sobre su a menudo incontrolada vida. Subió la visera y volteó hacia Ray. —Lista —dijo. Al caminar hacia la puerta principal, Keri examinó la urbanización. Era la parte más septentrional de Westchester, adyacente a la autopista 405 y justo al sur del Centro Howard Hughes, un gran complejo comercial y de oficinas que dominaba el horizonte de esta parte de la ciudad. Westchester tenía la reputación de una urbanización de clase trabajadora, y la mayoría de los hogares era de tipo modesto, de una sola planta. Pero incluso esos habían subido mucho su costo en la última media docena de años. Como resultado de ello, la comunidad era una mezcla de veteranos que habían vivido allí por siempre, y familias jóvenes, de profesionales que no querían vivir en desarrollos hechos en serie sino en algún lugar con personalidad. Keri supuso que esta gente era de los segundos. La puerta se abrió antes de que llegaran al porche y de allí salió una pareja abiertamente preocupada. A Keri le sorprendió su edad. La mujer —pequeña, hispana, con el cabello adecuadamente corto— lucía a mitad de los cincuenta. Llevaba un hermoso pero bastante usado traje de oficina, y unos viejos pero inmaculados zapatos negros. El hombre era por lo menos treinta centímetros más alto que ella. Era blanco, con una calvicie que iba dejando mechones de rubio grisáceo, y espejuelos que colgaban de su cuello. Era al menos tan viejo como ella y probablemente cercano a los sesenta. Estaba vestido de manera más casual en comparación con ella, con unos cómodos pantalones y una camisa de cuadros nueva y bien planchada. Sus mocasines marrones estaban arañados y una de las trenzas no estaba hecha. —¿Son ustedes los detectives? —preguntó la mujer, alargando su mano para estrechar las de ellos antes de que se lo confirmaran. —Sí, señora —contestó Keri, tomando la iniciativa—. Soy la Detective Keri Locke del Departamento de Policía de Los Ángeles División Pacífico Unidad de Personas Desaparecidas. Esta es mi pareja, el Detective Raymond Sands. —Encantado de conocerles, amigos —dijo Ray. La mujer hizo un ademán mientras hablaba. —Gracias por venir. Mi nombre es Mariela Caldwell. Este es mi marido, Edward. Edward asintió pero no dijo nada. Keri tuvo la sensación de que no sabían por dónde empezar, así que tomó la iniciativa. —¿Por qué no nos sentamos en la cocina para que puedan contarnos qué es lo que les tiene tan preocupados? —Por supuesto —dijo Mariela, y les condujo por el estrecho pasillo adornado con fotos de una chica de cabello oscuro y cálida sonrisa. Habría al menos veinte fotos que cubrían su vida entera desde su nacimiento hasta el momento actual. Llegaron a un pequeño pero bien amueblado rincón para desayunar—. ¿Se les ofrece alguna cosa —café, un refrigerio? —No, gracias, señora —dijo Ray, mientras pegado a la pared maniobraba dando un rodeo con dificultad para alcanzar una silla—. Solo sentémonos y saquemos tanta información como sea posible y tan rápido como podamos. ¿Por qué no comienzan por contarnos qué es lo que les ha preocupado? Tengo entendido que Sarah ha estado fuera de contacto por unas pocas horas. —Casi cinco horas en este momento —dijo Edward, hablando por primera vez mientras se sentaba frente a Ray—. Ella llamó a su madre al mediodía para decir que iba verse con una amiga que no había visto hacía tiempo. Son casi las cinco p.m. ahora. Ella sabe que se supone que debe reportarse cada dos horas cuando sale, aunque sea un mensaje de texto para decir dónde está. —¿A ella nunca se le olvida? —preguntó Ray, manteniendo su tono neutral de tal manera que solo Keri captó el escepticismo subyacente. Ninguno de los Caldwells habló por un instante, y a Keri le preocupó que Ray los hubiera ofendido. Finalmente Mariela respondió. —Detective Sands, sé que es difícil de creer. Pero no, a ella nunca se le olvida. Ed y yo tuvimos a Sarah tarde en la vida. Después de numerosos intentos fallidos, fuimos bendecidos con su llegada. Ella es nuestra única hija y tengo que admitir que ambos somos un poco, ¿cuál es la palabra, revoloteantes? —Padres helicóptero —añadió Ed con una irónica sonrisa. Keri sonrió también. Difícilmente podía culparlos. —En todo caso —continuó Mariela—, Sarah sabe que ella es lo que más amamos en este mundo y sorprendentemente, ella no lo resiente ni se siente reprimida. Horneamos juntas en el fin de semana. A ella todavía le encantan las jornadas de ‘lleva tu hija al trabajo’ junto con su padre. Fue incluso conmigo a un concierto de Motley Crue hace unos meses. Ella nos consiente. Y porque sabe cuán preciada es para nosotros, ella es muy diligente en cuanto a mantenernos informados. Nosotros establecimos la política de ‘textea dónde estás’. Pero ella fue quien eligió la regla de las dos horas. Keri observó a ambos con atención mientras hablaban. La mano de Mariela estaba en la de Ed, y él acariciaba el dorso de la de ella con su pulgar. Esperó hasta que terminara, entonces habló. —Y si alguna vez lo olvidara, por primera vez, ella no se habría ido por tanto tiempo sin hacer contacto o contestar alguno de nuestros textos o llamadas. Entre los dos, le hemos enviado una docena de mensajes de textos y la hemos llamado una media docena. En mi último mensaje le dije que estaba llamando a la policía. Si los hubiera recibido, se hubiera comunicado. Como le dije a su teniente, el GPS de su teléfono está apagado. Eso nunca había sucedido. Ese inquietante detalle quedó flotando en el aire, amenazando con imponerse a todo lo demás. Keri trató de sofocar cualquier señal que tendiera al pánico haciendo rápidamente la siguiente pregunta. —Sr. y Sra. Caldwell, ¿puedo preguntarles por qué Sarah no estaba hoy en la escuela? Es viernes. Ambos la miraron con una expresión de sorpresa. Incluso Ray lució atónito. —Es el día después de Acción de Gracias —dijo Mariela—. Hoy no hay escuela. Keri sintió que el corazón se le hundía. Solo un padre sabría esa clase de detalle y en la práctica, ella ya no lo era. Evie tendría trece ahora. Bajo circunstancias normales, Keri habría estado negociando cómo asegurar el cuidado de su hija para poder venir a trabajar hoy. Pero ella no había vivido circunstancias normales desde hacía mucho tiempo. Los rituales asociados con los recesos escolares y las vacaciones familiares se habían desvanecido en años recientes, hasta el punto en el que algo que solía ser obvio para ella ya no lo era. Intentó responder pero salió como un murmullo ininteligible. Sus ojos se humedecieron y bajó la cabeza para que nadie pudiera verla. Ray vino a rescatarla. —¿Así que Sarah tuvo el día libre, pero ustedes no? —preguntó. —No —contestó Ed—, poseo una pequeña tienda de pinturas en el Westchester Triangle. No es como para decir que estoy nadando en dinero. No puedo tomarme muchos días libres —Día de Gracias, Navidad, Año Nuevo— eso es todo. —Soy secretaria legal en un gran bufete en El Segundo. Normalmente estaría libre hoy, pero estamos preparando un caso enorme de cara al juicio y necesitan toda la ayuda disponible. Keri aclaró su garganta y, confiando en que podía controlarse, se unió de nuevo a la conversación. —¿Quién es esta amiga que Sarah iba a ver? —preguntó. —Su nombre es Lanie Joseph —dijo Mariela—. Sarah tuvo amistad con ella en la escuela elemental. Pero cuando nos mudamos de nuestra antigua urbanización, perdieron el contacto. Francamente, hubiese deseado que quedara así. —¿Qué quiere decir? —preguntó Keri. Mariela vaciló, así que Ed intervino. —Vivíamos en South Culver City. No está demasiado lejos de aquí, pero la zona es mucho más miserable. Las calles son más rudas y también lo son los chicos. Lanie tenía una manera de ser que siempre nos incomodó un poco, incluso cuando era pequeña. Ha empeorado. No quiero hacer juicios, pero pensamos que ella se ha metido por un camino peligroso. —Nosotros economizamos y ahorramos —intervino Mariela, abiertamente incómoda ante la idea de lanzar calumnias delante de extraños—. El año en que Sarah comenzó la escuela secundaria nos mudamos para acá. Compramos este sitio justo antes de que el mercado explotara. Es pequeño pero ahora no seríamos capaces de comprarlo. Casi que tampoco entonces. Pero ella necesitaba un nuevo comienzo con chicos diferentes. —Así que perdieron el contacto —Ray insistió con gentileza—. ¿Qué les hizo reconectarse recién ahora? —Ellas se veían un par de veces al año, pero eso era todo —contestó Ed—. Sin embargo, Sarah nos dijo que Lanie le envió un mensaje de texto ayer, y le decía que en verdad quería verla, que necesitaba su consejo. No dijo por qué. —Por supuesto —añadió Mariela—, como ella es una chica dulce, que se preocupa por los demás, accedió sin vacilar. Recuerdo que me dijo anoche, ‘¿Qué clase de amiga sería, mamá, si no ayudara a alguien cuando más me necesita?’ Mariela se interrumpió, abrumada por la emoción. Keri vio a Ed darle un pequeño apretón de apoyo. Envidió a esos dos. Incluso en ese momento, al borde del pánico, eran un frente unido, terminando las frases del otro, respaldándose emocionalmente. De alguna manera su devoción y amor compartidos los protegían de venirse abajo. Keri recordó una época cuando pensaba que tenía lo mismo. —¿Dijo Sarah dónde iban a verse? —preguntó. —No, no lo habían decidido al mediodía. Pero estoy segura de que era por aquí cerca, quizás el Centro Howard Hughes o el Fox Hills Mall. Sarah no conduce todavía, así que tendría que ser un lugar con fácil acceso al bus. —¿Puede darnos fotos recientes de ella? —preguntó Keri a Mariela, que de inmediato se levantó para ir a buscar algunas. —¿Está Sarah en las r************* ? —preguntó Ray. —Ella está en f*******:. i********:, Twitter. No sé dónde más. ¿Por qué? —preguntó Ed. —Algunas veces los chicos comparten detalles en sus cuentas que son de ayuda en las investigaciones. ¿Conocen algunas de sus claves secretas? —No —dijo Mariela mientras sacaba algunas fotos de sus marcos—. Nunca tuvimos motivos para pedírselas. Ella nos muestra todo el tiempo lo que publica en sus cuentas. Nunca parece que esté ocultando algo. Incluso somos sus amigos en f*******:. Nunca sentí la necesidad de preguntar ese tipo de cosas. ¿No hay forma de que tengan acceso a las mismas? —Podemos —le dijo Keri—, pero sin las claves secretas, lleva tiempo. Necesitamos una orden de la corte. Y ahora mismo no tenemos una causa probable. —¿Qué hay del GPS desactivado? —preguntó Ed. —Eso ayuda a hacer un caso —contestó Keri—, pero a estas alturas todo es circunstancial en el mejor de los casos. Ambos han sido convincentes en cuanto a por qué esta situación es tan inusual. Pero en el papel, podría no lucir así para un juez. Pero no dejen que eso les moleste demasiado. Apenas estamos comenzando. Esto es lo que hacemos, investigar. Y me gustaría empezar yendo a la casa de Lanie y hablando con su familia. ¿Tienen su dirección? —La tengo —dijo Mariela, entregándole a Keri varias fotos de Sarah antes de sacar su teléfono y desplazarse entre sus contactos—, pero no sé de cuánta ayuda será. El padre de Lanie está fuera del radar y su madre… no se involucra. Pero si piensan que ayudará, aquí está. Keri copió la información y todos caminaron hacia la puerta principal. Se estrecharon las manos de manera formal, lo que chocó a Keri porque le parecía fuera de lugar entre gente que había estado discutiendo algo tan íntimo. Ella y Ray iban a medio camino en dirección al vehículo de él, cuando detrás de ellos, Edward Caldwell les lanzó una última pregunta. —Siento preguntar esto, pero ustedes dijeron que apenas estaban empezando. Eso hace que suene como si esto pudiera llegar a ser un largo proceso. Pero hasta donde yo sé, en el caso de una persona desaparecida, las primeras veinticuatro horas son cruciales. ¿Estoy equivocado? Keri y Ray se miraron entre sí y luego se giraron para ver a Caldwell. Ninguno estaba seguro de quién debía responder. Finalmente habló Ray. —No está equivocado, señor. Pero todavía no tenemos nada que indique que algo sospechoso ha sucedido. Y en cualquier caso, usted nos contactó con rapidez. Eso es de gran ayuda. Sé que es difícil de hacer, pero intente no preocuparse. Le prometo que estaremos en contacto. Se giraron y caminaron de regreso al automóvil. Cuando Keri estuvo segura de que no les podía escuchar, musitó por lo bajo: —Eres bueno mintiendo. —No estaba mintiendo. Todo lo que dije era cierto. Ella podría estar de regreso en su casa de un momento a otro y esto habrá concluido. —Supongo que sí —reconoció Keri—, pero todos mis instintos me dicen que esto no va a ser tan fácil.
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