Manzanas Podridas Su mirada expresiva me está matando, petulante. Tiene cierta manera de verme que destroza en mí la escasa valentía. Esta ha sido sustituida por una cobardía, seca y aguda, como la madera al romperse, o el golpe de un látigo dejando cardenales profundos. El brete es seguro, salir del mismo, una gigantesca duda. Mi garganta se ha secado y pasar saliva duele. Estoy forcejeando por sostener sus ojos que perforan. Y me rindo con el desosiego masacrando mi débil yo. —Aryanna Viscardi, ¿te dignas finalmente en venir? Espero que tengas una explicación consistente y creíble para los días faltantes, hablaremos en mi oficina. —Buenos días, jefe. Primero, me disculpo por todo, y segundo, sí, tengo mis razones. Le explicaré todo. —balbuceo con el aliento cortado. Él, no dice ot