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Almas Muertas

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Almas Muertas es una novela venezolana inspirada en los años 80s. Protagonizada por un joven psiquiatra que regresa a su país de orígen debido a la soledad que sentía a pesar de tener una familia y una carrera en auge. Sin embargo, cuando llega a casa las cosas no son como las recordaba. Se debatirá entonces con las sombras de un pasado que amenaza su presente y una figura que amenaza su futuro. Aquí se replantea la codicia humana, el duelo, la vida y la esencialidad del carácter de la muerte para poder proseguir con la existencia.

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El dilema de la vida
La suerte siempre acompaña a quien pueda darle la suficiente fuerza para instalarse en su vida. El dilema de la vida es la resolución de las cosas en el momento que se consagra a un ser humano o animal específico. Todo lo demás es la esclavitud de las cosas más hermosas, guiadas a través del amor. Amor al trabajo, amor a la cotidianidad, amor a la comodidad sublime del gesto sagrado de cada ser humano, que creyéndose dioses, pueden dar y quitar la vida. ¿Por qué es una enfermedad adueñarse del poder que nos es concedido por la vida misma, y si acaso, por la divina providencia? La destrucción total del ser humano no es más que un sencillo y ruin mito de la humanidad. ¿Acaso alguno de nosotros desaparece realmente? No es posible, sino para los seres más marginales de nuestro planeta, ser olvidado. Solo si consagras tu vida a no ser recordado, entonces es posible que no lo seas. Los que te conocen, realmente, estarán abiertos a recordarte siempre. Sean tus acciones buenas o sean malas serás recordado por lo que fuiste, dijiste, hiciste, pero jamás por las fantasías que aguarda tu inconsciente, tu vida, tus pasos. ¿De que sirve a un hombre el divino éxtasis de saborear algo que solo está en su mente si no lo hace realidad? El arrepentimiento también es una forma de consolación y, por supuesto, autoconsolación. Cuando nos arrepentimos en un aspecto específico, curamos al otro para curar nuestra propia alma herida. Estos problemas específicos del ser humano se resuelven al morir. ¿Es acaso la muerte una solicitud de nosotros mismos para acabar con los demás y hasta con nuestra propia vida? Es una certeza que puede ser poco segura. El problema de la vida no es la solución precisa. ¿Como la muerte, antítesis natural de la vida, puede ser su solución? ¿Es la vida entonces un remedio a la muerte? Es necesario ponerse a pensar en estás elecciones que la vida nos tiene preparadas. Cada cosa que pasa no necesariamente es un acertijo que debemos resolver, pero si es la causa de la aproximación humana, partiendo primeramente de sus acciones. Todo esto era pensando por un médico que estaba escalando en el renombre de la alta jerarquía médica francesa. En aquel momento fumaba un cigarrillo, que le dispersaba el molesto humo, de los cuales algunos comenzaban a quejarse insistentemente. Recordaba que cuando su abuelo manifestaba aquel habito en su pipa, incluso su padre quién era un habitual fumador de tabaco, nadie les decía que les molestaba. Era difícil conciliar una vida así. Pocos días se tenía trabajo en aquella hermosa ciudad de cristal, como la llamaba aquel médico, unos días había pacientes, otros se quedaba con la mirada plasmada en la inmensidad. ¿Y que puede hacer un hombre que no era de allí? Termino de fumar la colilla hasta que el sabor se hizo extraño. Era el filtro que se comenzaba a adueñarse del sabor de aquel deleite que tenía ahora pocas pausas. Cada vez se hacía más frecuente uno de aquellos en su boca para pasar las sombras de su vida. Era dueño de una hermosa familia. Una mujer de delgadas y hermosas curvas, labios rojizos, piel casi transparente y cabello ensortijado de color rojizo. Sus senos eran prominentes y no había francés que no se detuviera para dedicarle una mirada. Por otro lado, su hija de apenas cinco años era el colirio de sus ojos, una niña rebelde pero juguetona que con sus caricias y abrazos era lo suficientemente dulce para dar todo lo que necesita un hombre con el bolsillo vacío y las deudas sobrepuestas. Paso por el delgado pasillo entre la cama y el escritorio de aquel pequeño apartamento. El calendario iluminado por la luz de la luna marcaba el 23 de enero del año 1980. Mientras el pasaba penurias, desgracias y tristezas, su familia en Venezuela gozaba los grandes beneficios que una nación en despilfarro pudiera dar. En cambio, Francia ofrecía una real coñaza a un hombre inmigrante que se quedó luego de los estudios en una de las universidades más grandes de aquel precioso país. ¿Era Francia una ciudad de plástico? Al menos así decía la canción de un salsero que escucho en una fiesta a la que le invito una amiga de su esposa. El capitalismo contra el socialismo era la moda política de aquel entonces y de que todo el mundo quería hablar. El médico aquel estaba ya hastiado de esa estupidez de quién era quién y lo que pensaba en como debería redistriburse la riqueza. ¿Países del primer mundo? Que se vayan a la mierda. Aquel hombre se iba por qué se iba de esa mierda que no ofrecía nada a los extranjeros, que no cabían en aquella sociedad, que aún despreciaba a los negros. El vuelo de París hasta Caracas duraba diez largas horas, las cuales se escrustaron como espinas en su asiento debido a la desesperación por llegar a su ciudad natal. Atrás quedaba la magnífica universidad de La Soborna, la esbelta figura de la Torre Eiffel, los grandes jardines parisinos y el psicoanálisis francés que tanto le llamaba la atención, pero que muchos de sus colegas despreciaban hasta la misma muerte. Lo que era sacrilegio para la experimentada sociedad médica de París, para el joven médico era un deleite. Cuántas veces no se pasaba por los pasillos del hospital donde trabajaba hablando de psicoanálisis solo para sacarle la piedra a los viejos colegas que, como dicen en su tierra, ya estaban mascando el agua. Si, dejar a París no era sencillo. Era como la mujer de la que estuviste enamorado pero no le diste ni un beso, como el momento poco aprovechado que siempre se lamenta porque nunca fue llevado a cabo, asimismo se sentía dejar a la ciudad que lo despreciaba, pero que consideraba él le había pagado muy bien. Diez largas horas eran insoportables para un hombre que prendía un cigarrillo cada treinta y cinco minutos. El mismo se había tomado el tiempo una tarde que intentaba, a través de los métodos de la psicología conductual, dejar el cigarro lo cual no pudo lograr. Era tanto el poder que ejercia aquel vicio que comenzó a pensar que el destino si existía y que seguramente Dios, o cualquier otra deidad, le había puesto en su camino una muerte tan terrible como la del cáncer, la cual había observado durante largas y atentas horas de escucha de psicoterapia a estos pacientes. Hasta Armando, su más cercano amigo en Francia, le había dicho luego de referirle a unos pacientes oncológicos >. Cuando escucho estás palabras lo dió por loco, pero cuando solicitó las estadísticas del hospital, se percató que cada año aumentaban los casos, sobre todo los de cáncer de pulmón. Si detectaban 7 casos en un día, terminaban sometiéndose al tratamiento 2 y los otros cinco morían irremediablemente. > pensaba mientras miraba por la ventanilla como una postal a la Francia hermosa que dejaba atrás, para lo que esperaba fuera una vida mejor, dónde pudiera ser valorado por su trabajo y no que su existencia fuera el ciclo del sin dinero y la desdicha. Las diez amargas horas se convirtieron, para él, en la eternidad perpetúa. Mientras su hija dormía en el pecho de su esposa, Elías apenas podía pensar en quien los recibiría en el aeropuerto de Maiquetía ¿Sería su bondadosa pero anciana madre? ¿Sería su padre el borracho politiquero que en ocasiones detestaba? ¿Sería su hermana, Noelia? ¿O sería su prima Verónica, quién siempre estaba en sus sueños más húmedos durante su adolescencia? Al pensar esto último, los colores se le vinieron al rostro. Aquel cuerpo, a pesar de ser el de su prima, despertaba aún pasiones a sus 27 años de edad. Ya no era un joven irresponsable, era un hombre con una familia que mantener y un techo que buscar antes de que alguien pudiera verlo en Venezuela. Debía ser el gran psiquiatra que llegó de París con mucho dinero para gastar y con tanto por comprar. Para darse sus lujos y demostrar que tenía dinero, dejo su pequeño apartamento en París cuando los tiempos habían sido extremadamente bondadosos, pero los cuales ya no tenían sentido alguno. Además de eso tomó sus mejores ahorros para traerlos a Venezuela y poder tener un lugar donde vivir que no fuera la casa vieja de El Hatillo que tenía su mamá o del dinero que su padre había robado cuando sus días trabajando para el ministerio del interior en el último gobierno Adeco. Para nadie era un secreto que la familia de Elías tenía grandes cantidades de dinero, si no era así ¿Cómo mandaron al jóven con su tía ya fallecido a Europa con apenas 12 años de edad? Era imposible no tener aquellas cantidades de dinero en aquel tiempo para mandar a un hijo al viejo continente y decir que no lo tienes. La familia Rojas Fernández era una de las más adineradas de Caracas, el primer apellido era de un linaje sumamente extenso de hombres interesados por el país quiénes intervinieron con sus aportes en las política y el intelectualismo venezolano de las dos décadas pasadas. Por otra parte el apellido de su madre, Fernández, pertenecía a una amplia familia de militares que se comprometieron con la patria en sus días más oscuros, pero aquel apellido cayó en desgracia con el General Juan Vicente Gómez y jamás pudieron levantar vuelo, después de que un tal General Fernández se le voltio a Gómez años después del golpe de 1908, según recordaba Elías de la historia familiar. Su interés seguía vivo en saber de la familia, como siempre le decía su madre que >, pero ya no podía recordarlos bien, habían pasado más de diez años desde que ella misma se los contaba mientras ponía a lavar en la lavadora, máquinas de último modelo que le hacían la vida más fácil a quién las tenía. El rechinido de la rueda al aterrizar le distrajo de sus cavilaciones. Había llegado finalmente a aeropuerto internacional "Simón Bolívar" el cual era el aeropuerto principal y más grande del país. Allí entraban y salían miles y Miles de personas diarias en aquellos meses de 1980. Quedaba a treinta minutos de la capital Caracas, y era lo que todos querían alcanzar para ir a Miami a comprar en la temporada de noviembre y diciembre, se traían carros último modelo, grandes container de mercancía y mucho más. Era el país de los "dame dos" como lo veían los extranjeros que pasaban un buen momento cuando se acercaban a dejar el frío invernal europeo para instalarse en las playas de La Guaira, Falcón, Aragua y Puerto Ordaz. Al bajar del avión y las puertas del aeropuerto darle la bienvenida, nadie los esperaba. ¿Era que nadie se acordaba de que habían llegado? Patricia, su encantadora esposa, se había tornado extraña en aquel momento, nadie de la familia estaba allí para recibirlos. La pequeña María, su hija, pregunto extrañada también >. Nadie le contesto, porque específicamente nadie sabía. Tomaron sus maletas y se dirigieron a la salida, en busca de un taxi que los llevará al hotel más cercano para pasar algunos días antes de ir a ver las casas en venta. - ¿Amigo, disculpe, puedo llevar su horrenda maleta? Dijo una voz áspera que anunciaba el inicio de un seguro conflicto. Inmediatamente, Elías se dió vuelta para ver quién se atrevía a referirse a sus cosas de una manera despectiva. Apenas se dió la vuelta vio a un viejo robusto, alto, cabello castaño oscuro y tez blanca. No pudo recinocer quién era, la confusión se adeuñana de aquella escena tan extraña, pero vio directamente el flux, color café y corbata azúl acompañado de una camisa blanca, no podía ser otro que su padre Alberto. - ¿Que paso chamo? ¿Ya no reconoces al hombre que te dió la vida? ¿Ah? - Espeto con una sonrisa en los labios. Elías había quedado mudo. Su padre si se acordó de su llegada al país ¿Y los demás?. - Papá... -Apenas alcanzó a decir- Te acordaste de que iba a llegar... - ¡Claro! ¿Quien más? Mira, por allá también está tu mamá y tu prima. Lamentablemente tu hermano no pudo asistir a esta reunión, ahorita está en Canadá. Ya sabes cómo es. Al volver la mirada, en el umbral de la salida estaba su madre, más pequeña de lo que recordaba, su cabello corto denotaba que el tiempo había pasado por encima de ella, pero aún seguía recia ante los embates de la vida. - ¡Hijo mío! -Exclamo extendiendo los brazos a aquel hombre alto en que se había convertido su hijo- cuánto tiempo sin verte. ¡Cómo haz crecido! El abrazo fue inminente, parecía inmiscuirse en su alma, rompiendo los paradigmas elementales en los que se creía haber construido un personaje independiente, con sus propias metas y sus propias razones de existencia. Sin embargo, una silueta en botas negras y un hermoso vestido verde, cabello n***o casi hasta la cintura caminaba hacia él, posicionándolo entre la duda y el desconcierto de una figura que apenas podía recordar. Al mirar los labios carmesí la recordó, era su prima Verónica, a quién la cirugía estética había hecho de sus pechos más grandes de lo que podían haber crecido. El corazón se le aceleró. Su esposa abrazaba a su suegro, pero sabía el panorama que estaba observando, era otra persona que había puesto casilla en el territorio de su esposo. - ¿Cómo estás primo amado? ¡Años sin poder verte! ¿Cómo va esa carrera brillante en Francia? - ¡Verónica! Prima de encantadores juegos ¿Cómo va esa vida de adulto? Seguro no pensamos que sería así de complicada. -Menciona Elías mientras rie, abrindose paso para darle un abrazo. Nadie lo había notado, pero justamente detrás de Verónica, había un hombre delgado vestido a la moda, traje gris y corbata negra, llevaba unos lentes oscuros para tapar la intensa mirada que muchos denunciaban marcaba el odio como la muerte misma. Su cabello lacio y entre rojizo y dorado, el cual hacia contraste con su piel pálida, era como el de un ángel acabado de llegar a la tierra para destruir. Era como mirar al mismo Lucifer en la pintura de Alexander Cabanel "El ángel caído". - Ay, se me pasaba. Eli, él es mi esposo Lucio, es un empresario muy importante en Venezuela. -Mucho gusto mi amigo, bienvenido a esta tierra llena de gracia que muchos ven como el infierno. -Dijo Lucio mientras extendía su mano y la estrechaba con Elías. ¿Sería verdad que el diablo puede bajar a la tierra a destruir a su antojo? Pues para Elías esto era posible si aquel hombre se descubriera los ojos. - El gusto es mío, Lucio. Espero este cuidando muy bien a la única prima que tengo en el país- Dice tornando la mirada dulce a una agria, salida solo de los celos. - ¡Claro! ¿Cómo no me va a tratar bien si ya llevamos tres años juntos? ¿Verdad mi amor? - Interrumpe Patricia el momento incómodo con risa nerviosa. El interés por su esposa fue retomado por Elías en un instante fatídico. Se le había pasado que ella seguía allí, entretenida con su madre, para no molestar los saludos de su esposo. Por su parte, la pequeña María estaba encantada con la calvicie de su abuelo, el cual era la primera vez que le veía. Patricia le había acompañado en los mejores momentos de su vida adulta. La conoció en el hospital donde estaba su consultorio cuando aún no había hecho su especialidad en psiquiatría. Lo enamoraron sus piernas gruesas y fornidas que terminaban en un botín de cuero y tacón, estaba perdido en sus piernas mientras revisaba sus reflejos en un rutinario chequeo al cual ella asistía un poco penosa, pero sin embargo decidida a mirarle directamente a los ojos cafés de aquel hombre que le estaba dando su abnegado servicio como paladín de la salud. Un sonido hecho por una joven Patricia le hizo salir de sus piernas para seguir con el chequeo médico. Ese día sintió que había faltado a su profesión, pero lo justificaba el amor. ¿Cuántas veces no se le había quedado mirando el trasero a muchas francesas encantadas con el joven caribeño? Pero eso no era amor, eso era otra cosa muy distinta. Mientras sus demás familiares se acomodaban en el auto de Lucio, el cual era un Caprice Classic, vehículo que solo la clase más pudiente de Venezuela podría comprarse, mientras su padre era un poco más moderado en sus gastos, prefería su Chevrolet Montecarlo de color vinotinto, una belleza andante de motor V8 de ocho cilindros en V y transmisión manual de tres velocidades, todo lo que el público de la clase media alta quería. En este último se acomodaron los padres de Elías adelante, él, su hija y su esposa detrás. Después de su padre colocar las maletas en la maletera del carro, partieron. Cuando noto que no iban directamente a la casa heredada por el abuelo en El Hatillo, sino que se dirigían más al este de la ciudad dónde la vida de rico que vivía al máximo, pregunto extrañado. - ¿A dónde vamos papá? ¿A alguna fiesta de un amigo tuyo? ¿Herrera? ¿Rangel? ¿Pérez? - Dice mientras buscaba en su americana el paquete de cigarrillos Marlboro. - No hijo - Contesta mientras suelta una leve carcajada- vamos directamente a la mansión de Lucio ¿Tu prima no te dijo que era un empresario, pues? - Si. ¿Pero en serio tanto dinero tiene como para tener una mansión? - Mira extrañado a su esposa Patricia, quien hace un gesto de desconcierto como respuesta. - Claro, es uno de los magnates con los cuales al gobierno de mi amigo, el presidente Herrera Campings, está haciendo diversos negocios. Y por supuesto, allí está metida nuestra familia también. Me gustaría que te involucraras un poco más en este negocio de la política hijo, así llevarías a mi nuera a Miami el mes que entra. ¿No crees tú Patricia? Patricia contesto con la delicada risa de una princesa francesa. - Pero papá - Prosiguió Elías en su preguntadera- ¿Tu no eres adeco, pues? ¿Estás haciendo negocios con el gobierno del partido contrario COPEI? Antes eras un ferviente defensor del partido de Betancourt, ahora te veo que estás metido en todos lados. - Precisamente hijo - Hace una pausa para agarrar una curva y murmurar algo entre dientes por un conductor que tomo la curva muy cerca de su auto- aquí no sobreviven los partidos, sobreviven los que hacemos negocios con ellos. ¿Te vas a meter en la vaina o vas a seguir atendiendo locos como en Francia? - Ya sabes mi respuesta viejo -Da una bocanada al cigarro recién encendido- no soy un tipo que me guste la política. Se lo qué se, por tí y tu bendito empeño de que aprendiera la historia de tu partido amado, lo cual se extendió a muchas horas de historia nacional. Es decir, no me voy a meter en tus negocios con gente chueca. - ¡Elías! Respeta a tu padre, mira que el está haciendo un esfuerzo inmenso por qué tengas una vida mejor de la que nosotros tuvimos. Sea con trampa o no, el se ha ganado la vida a su manera. -Discrepo la madre de Elías apenas escucho su altanería al final de sus palabras- - Déjalo Leonor, déjalo. Él aún está muy joven para saber cómo está esta vaina aquí. Esto no es Francia hijo, aquí tienes que ser más vivo que los que te rodean. Pero, bueno, te dejare que hagas tus cosas a tu manera. Total, haz vivido solo desde la muerte de tu tío allá, y seguramente haz agarrado cuerpo de macho, como te enseñamos desde pequeño. El silencio impero por unos momentos que parecieron resurgir algunos recuerdos que Elías quiso evitar, y que María su hija, con unas tiernas palabras contento la situación ya casi llegando a la mansión de Lucio. Eso hizo que la atmósfera se situará en una posición diferente, las risas de sus padres hicieron que hasta el mismo gruñón de Elías soltará algunas carcajadas, pero sin comprender aún que el dilema de la vida se basa en la vivencia de los momentos más hermosos y del presente, no de lo que se vivió en algún momento amargo, acumulando los rencores como si fueran tesoros invaluables de nuestra existencia.

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