Adam
Al tener a Natalie llorando de esa manera, no dije palabra alguna. La verdad, no sabía qué decir.
Mi mirada se dirigió hacia la mansión, en donde pude ver cómo Ethan nos miraba por un ventanal de manera fija. Aquello me sorprendió, pero no dije nada, solo le devolví la mirada con firmeza.
Tras algunos segundos, el joven rubio se alejó.
Le debía absolutamente todo a Blanca y Wells, quienes me habían dado una oportunidad que yo jamás podría terminar de pagar.
Pero ahora tenía una posibilidad para poder servirles. Antes de viajar, ambos me habían suplicado que mantuviera alejada a cualquier persona que pudiera dañar a Natalie.
Y eso iba a hacer, la iba a cuidar… aunque fuera de su propio hijo.
**
Horas más tarde, cuando Natalie ya dormía en su cuarto, vi a Ethan cruzar el pasillo. Estaba empapado de pies a cabeza e iba dejando caer gotas de agua a su paso.
Fuera, la tormenta se había detenido finalmente.
Ethan paró frente al pasillo que llevaba al cuarto de Natalie y dudó un par de segundos antes de avanzar a través de él.
Divisó la puerta y me vio.
Me hallaba sentado en el piso, frente a la puerta de Natalie. En cuanto lo vi más cerca, me coloqué inmediatamente de pie, antes de saludarlo con la cabeza.
—Buenas noches, joven Ethan —saludé con voz neutra—. La señorita Natalie lleva un par de horas descansando. Le agradecería si no interrumpe su sueño.
—Adam… —llamó, medianamente sorprendido de aquella actitud. Se veía molesto por lo mismo—. Apártate.
Intentó avanzar, pero estiré el brazo frente a la puerta, bloqueando el paso.
—Lo lamento, joven Ethan, pero no puedo cumplir sus órdenes —respondí educadamente.
Él me fulminó con la mirada, siempre había detestado mi actitud serena.
—Explícate.
—Sus padres me han pedido cuidar a la señorita Natalie —le informé con calma—. Y eso haré. Por eso no me moveré de la puerta.
Ethan sonrió ante esas palabras.
—¿Es en serio? ¿Cuidarla de qué?
—¿En este momento? De usted, joven Ethan.
Me arrojó un puñetazo con velocidad, que detuve sin mucho esfuerzo.
—Por favor, no me gustaría que la señorita Natalie despierte… ni tampoco tener que explicarles a sus padres los motivos por los que me vi obligado a golpear a su hijo —expliqué con mi vista fija en él, aun sujetando su puño.
Tras algunos segundos más de silencio, lo solté por fin.
—Y en el remoto caso de que me dieras una paliza —respondió el joven, confiado—. ¿Cuáles serían esos motivos que le dirías a mis padres? ¿Por qué debería ser yo un peligro para mi prima?
—Yo solo dije que cuidaría a la señorita Natalie —repetí, mirándolo directo a los ojos con seriedad—. Es usted quien acaba de considerarse a sí mismo un peligro, ¿no es así?
Mis palabras sirvieron para borrar la sonrisa del rostro de Ethan, quien bruscamente se dio la vuelta para alejarse de allí.
—La próxima vez no dudaré en darte una paliza —amenazó con los puños cerrados, mientras se alejaba por el pasillo. Tras algunos segundos se detuvo y volteó, observándome nuevamente—. Sólo dile que lamento mucho lo de hace un rato.
Y se marchó.
Guardé silencio, viendo cómo se alejaba lentamente por el pasillo, de vuelta a su propio cuarto.
Los sentimientos podían ser tan complejos a veces…
Natalie
Suspiré, mientras que de manera silenciosa, hacía un pequeño recuento de mi vida. Muchas cosas habían cambiado en solo un par de meses.
Para empezar, me había cambiado de casa, a otro país, para terminar sus dos últimos años de preparatoria; había entrado a una nueva escuela, en dónde cada día debía enfrentar el acoso de mis compañeras; y, no menos importante, me encontraba viviendo sola con mi indiferente primo, Ethan.
Muchas cosas son nuevas, muchas más eran difíciles, pero si había algo que representaba un constante desafío para mí, era justamente el muchacho de ojos azules y cabello rubio, quien parecía tener una particular manera de tratarme.
Y esa manera era… fingir que yo no existía.
O bueno, al menos de esa forma habían sido los primeros días. Su trato actual en comparación, era mucho mejor.
De vez en cuando, si él no estaba de mal humor, intercambiaba algunas palabras, pero cuando se encontraba enfadado –como había sucedido hacía solo unos días–, de pronto se convertía en alguien sumamente cruel conmigo.
Para mí resultaba imposible negar el hecho de que, si soportaba su frialdad y su rudeza, era única y exclusivamente porque al hacerlo, podía estar más cerca de él. Algo estúpido, lo sé, pero no podía evitarlo.
Porque la verdad era que… estoy enamorada de él.
Sí, enamorada, tal y como lo han leído.
Una locura, ¿cierto? Pero no, para mí no lo es.
Una de las principales razones de mi insistencia por vivir en Estados Unidos, era el deseo de comprender el origen de aquellos sentimientos.
Sin embargo, hasta el momento, solo había conseguido ver lo mismo que todos en la familia solían decir cuando hablaban de él: a un muchacho apático, reservado y egoísta, que solo se preocupaba por sí mismo. Sólo que me negaba a creer que aquello fuera lo único que Ethan podía demostrar.
Quería conocer al verdadero Ethan, al que mi primo parecía ocultar a toda costa, pero ante cada intento él no hacía más que tratarme con rudeza.
"Eres una verdadera molestia, ¿lo sabías, Thompson? Deberías devolverte a Inglaterra…"
Ante todo, eso, sinceramente empezaba a sentirme… enfadada, por completo enfadada. Y, aun así, en cuanto lo veía y estaba segura de querer abofetearlo por sus crueles palabras hacia mí… simplemente no podía.
Porque estaba estúpidamente enamorada de aquel muchacho indiferente y contradictorio.
Estaba enamorada de él desde que solo era niña, desde la noche en que lo había conocido. Para mi mala fortuna, el haber negado mis propios sentimientos por tantos años, no había funcionado de nada.
Ahora, en cambio, solo eran mucho más fuertes que antes.
Y, de hecho, ahora comenzaba a preguntarme el rumbo que estos sentimientos tan peligrosos podrían tomar en mi corazón…
—¡¿Por qué el amor me golpeó tan jodidamente fuerte?!
Mi cuarto, cortesía de mis tíos, era mi único lugar seguro en aquella enorme mansión. El único sitio en donde podía dejar que mis sentimientos más profundos fueran libres. Y era, usualmente, el lugar en donde dejaba salir todo lo relacionado a Ethan Wells.
Un par de golpes en la puerta sonaron en aquel segundo y en medio de sus gritos, no pude evitar asustarme. De inmediato recordé al joven sirviente de la familia, quién había ido a la cocina por algunos bocadillos para mí.
—¡Adam, puedes pasar!
Me coloqué de pie y caminé hacia la puerta, preparada para ayudarlo, en cuanto esta se abrió... dejé pasar a una persona completamente diferente de la que esperaba.
Ethan, mi primo, acababa de entrar a mi cuarto. O bueno, más bien sólo estaba de pie en la puerta. Parecía lucir bastante…incómodo, y ocultaba sus manos en su espalda.
Mi corazón se aceleró al verlo allí de pie, hasta que recordé la última vez que habíamos hablado y las crueles palabras que él me había dirigido.
"Eres una verdadera molestia, ¿lo sabías, Thompson? Deberías devolverte a Inglaterra…"
Con aquello retumbando en mi mente, el dolor reemplazó a la emoción que segundos antes me había invadido.
—¿Qué sucede? —pregunté finalmente, a modo de bienvenida.
Para mi sorpresa, Ethan tampoco lucía tan seguro como siempre. Era otra la emoción que en ese momento lo dominaba.
—Yo…
—¡¿Qué esperas?! —tras Ethan, otra voz se hizo escuchar—. ¡Díselo deprisa, antes de que te eche del cuarto!
No tardé en reconocer al dueño de aquellas palabras.
—¿Chris? —hablé confundida.
Pronto el nombrado apareció en una esquina detrás de Ethan, quien de pronto se mostraba con la necesidad de no dejar que Chris ingresara al cuarto.
—Natalie, hermosa, déjame decirte que te ves preciosa con ese vestido —Chris gruñó, haciendo fuerza contra Ethan para entrar—, tanto, que necesito saber si debajo de él…
—No digas esa frase, idiota —le advirtió Ethan con seriedad—. O te juro que lo vas a lamentar.
Por fin sonreí y ambos finalmente, se detuvieron. Chris me arrojó una sonrisa más, me guiñó el ojo y se marchó por el pasillo, dejándonos a solas. Realmente la forma en la que él solía aliviar la tensión, era muy útil para cualquier tipo de situación.
Ethan entró a la habitación y cerró la puerta tras de sí. Luego, con su usual seriedad, estiró sus manos hacia delante, mostrándome lo que escondía.
Un ramo de flores.
Un ramo de flores para mí.