Cuando Loid entró a la habitación, me giré con rapidez al tiempo que oculté a velocidad la carta en mi espalda, rezaba para que no se hubiera dado cuenta.
—Mierda… —murmuró entre dientes, mostrando una mirada oscura y sombría.
Pensé que se había enterado de la carta, de modo que buscaba prepararme memtalmemte para confrontarlo, sin embargo, al acercarse, sus ojos permanecieron fijos en mis labios, especialmente en el lado dañado.
—¡Mierda! ¡Maldita sea! ¡Eliana! —gritó, sin quitarme los ojos de encima.
Rápidamente la ama de llaves ingresó con el temblor en su cuerpo.
—El doctor…
—¿Señor?
—¡Qué llames al jodido doctor!
—S-sí —respondió nerviosa, saliendo a prisa.
—¿Para qué llamas al doctor?
Él no respondió, por el contrario, se dio la vuelta, buscando algo en un pequeño cajón, de donde sacó algodón y alcohol.
—Siéntate —ordenó.
—Estás loco, yo no…
Al él no le importó lo que yo dijera, y me obligó a sentarme en la cama.
—Desde ahora tu madre tiene prohibida la entrada —dijo, mientras mojaba una torunda de algodón con alcohol—. Al igual que tu de ir a visitarla.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Eliana me lo dijo, ¿cómo demonios has podido permitir que te golpee? Mira tu cara, la sangre ha manchado hasta tu cuello.
Al mirar sus manos, vi que una de ellas estaba hecha un puño.
—Puedo limpiarme sola —dije, alejándome de él.
—Pues como quieras —respondió, entregándome el algodón.
—Ya no es necesario el médico. No hace falta que finjas preocupación por mí.
—¿Y quien dijo que me preocupo por ti? El doctor vendrá a revisarte para hacerte unos exámenes. Si estás embarazada, es un peligro que esa mujer vuelva a atacarte, no pienso arriesgar a mi hijo.
—¿Hijo? No estoy embarazada, ¿En qué idioma quieres que te lo diga? ¡No hay bebé y nunca lo habrá!
—Bueno, el médico descartará eso. Así que por ahora, no saldrás de la habitación.
—¿Vas a encerrarme?
Al darme la espalda, se dirigió a la salida.
—Loid, contesta.
Pero él no dijo nada, solo salió, de modo que cuando corrí a detenerlo, la puerta se cerró con fuerza.
—Loid, abre de una vez —exigí, moviendo la perilla—. ¡Loid! ¡Abre!
Traté de abrir la puerta, pero esta estaba con llave, y los traumas de mi vida volvieron.
—No… Otra vez no, encerrada no… —titubeo, sentía que el espacio se reducía y que me iba a ahogar.
Miré por la ventana y pasé saliva, no dudé en salir por ese espacio. Mas ni tiempo tuve de levantar mi pie, cuando la puerta detrás de mí, se abrió.
—¡Georgiana!
Corriendo detrás de mí, los brazos de mi cuñada me detuvieron.
—Encerrada no… No más…Por favor… —dije temblando en el abrazo de Beth—. Que no me encierren, no más soledad… ¡No más…!
—Dios… Estás temblando y sudando. Voy a llamar a Loid.
—No —le pedí, mirándola a los ojos—. Me va a encerrar, me va a dejar en la oscuridad.
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—La puerta, él le puso seguro.
—Georgiana, la puerta no tenía llave, estaba abierta.
—Pero yo intenté abrirla y… Ay, no sé qué me pasa.
Beth pasó sus manos en mi frente y mejillas.
—Tranquila, nadie va a encerrarte.
Ayudada por Beth, me senté en la cama, y mientras iba regresando a la normalidad, Loid ingresó junto al médico.
—¿Qué pasó? —preguntó al ver a su hermana a mi lado.
—Tuvo una pequeña crisis nerviosa. Estuvo a punto de salirse por la ventana.
—¿¡Qué!? —su mirada azul me vio con sorpresa—. Pero qué tienes en mente ¡Las zanahorias no vuelan! —llevándose una mano a la cabeza, suspiró largamente—.¿Qué haré contigo? Primero vienes con una herida en la frente, luego ese labio…Y ahora esto…
—Loid, tal vez solo necesita descansar. Estaba asustada, pensó que la habías encerrado.
— Solo cerré la puerta, no estaba con seguro.
—Lo sé, eso le expliqué —respondió su hermana.
—Temor a los espacios cerrados —murmuró el médico.
—¿Cómo dice? —cuestionó Loid.
—Probablemente sea por algún acontecimiento que se guarda en su subconsciente, bueno… Le recomiendo que visite a un especialista. Es lo más adecuado.
—No me gusta estar encerrada, es tan… Horrible.
—Tomaré su consejo doctor. Llevaré a mi esposa a ser atendida, pero primero necesito que revise su condición.
—Por supuesto, le haré unas preguntas y solicitaré un examen para confirmar un embarazo.
—¿Embarazo? ¿Tan pronto? —preguntó Beth con asombro.
—No estoy embarazada, ya lo dije, pero tu hermano no quiere oírme. Yo conozco mi cuerpo.
En realidad, temía que el resultado fuera positivo. No quiero un bebé ahora, embarazarme significaría que Loid no me dejaría en paz, impidiéndole escapar.
Sin embargo, analizando la situación, no dejaría que eso me detuviera. Así sea con un hijo, nada iba a detenerme aquí.
Un momento después, Eliana tocó la puerta, para informar de una visita que buscaba a Loid.
—Vaya tranquilo, señor. Atenderé a su esposa.
Él asintió y antes de irse, miró mi labio roto, aún parecía enojado, mas no demoró y salió.
(...)
Tras largos minutos, él médico guardó sus cosas en su maletín.
—Bien, de acuerdo a tus respuestas y a la muestra que he tomado, tendrá los resultados mañana.
—Está bien —respondí sin nada de emoción.
Una vez que estuve sola, me levanté a guardar la carta en mi gaveta, esperaba que nadie lo descubriera, tenía exactamente quince días para prepararme. Por el momento debía fingir tranquilidad.
Bajé a la sala para demostrar que estaba perfectamente bien, sin embargo, me di cuenta que no estaría sola, pues Loid estaba en el sofá, pero no solo.
Acercándome, visualicé a una mujer que no dejaba de mirarlo atentamente, mientras él leía unas hojas en un folder que sostenía en sus manos.
—Todo está en orden, los equipos de seguridad e insumos a reemplazar para los trabajadores son los más recomendables. No escatime en gastos, así que, que se de la compra de una vez.
Tras haberlo firmado, él le entregó el documento a la joven que sonrió con coquetería. Lo admito ella es una mujer muy guapa, de cabellera rizada castaña y ojos color café, vestía seductoramente. A esta mujer le gustaba Loid, lo intuí de inmediato.
—Gracias por venir, en realidad no creo posible ir mañana. Eres de gran ayuda, Mía.
—Me alegra que esté conforme con mi trabajo, señor Lombardi, y no se preocupe por lo demás, yo lo mantendré informado de lo que ocurra en la constructora.
La mirada de ella brillaba, pero todo eso terminó, cuando se encontró conmigo.
—Ehhh, no sabía que tenía visita.
Loid se levantó y dio vuelta, haciendo un gesto con las manos para que me acercara.
—No, no es ninguna visita.
—No lo entiendo, entonces es una familiar tuya.
—No, Mía. Ella es Georgiana Gabbani, hija de…
—¡Gabbani! Pero… —su expresión era una mezcla de enojo y sorpresa.
—Así es, y ella es mi esposa.
Sorpresivamente ella se quedó en silencio, bajando las cejas y tensando los labios.
—S-su esposa… ¿Se casó?
—Fue algo pequeño, muy pocos lo saben, por eso hice una fiesta para anunciarlo, pero las cosas no salieron como las esperaba.
—Entiendo.
—Mucho gusto —dije, estirando mi mano.
—El gusto es mío, señora —recibiendo su mano, sentí un aire de desprecio en esa última palabra.
—Debo quedarme para asegurarme de que mi esposa esté bien. Así que te lo encargo todo Mía.
—Pierda cuidado, señor. Yo…Me retiro, con permiso.
Apenas se fue, Loid volvió a mí.
—¿Qué te dijo el médico?
—Mañana me dará los resultados. Emm, esa mujer… Es…
—Se llama Mía Piras. Nuestras familias se conocen por generaciones, es una excelente trabajadora.
—¿Solo eso? Ella parecía que…
—¿Qué?
—No, nada. Solo bajé por un vaso de agua, me siento algo mareada.
—Está bien, vamos a la cocina.
—Iré sola.
—No te he preguntado, Georgiana.
No me agrada cuando es autoritario, es su casa, pero eso no le da derecho a limitar mi espacio.
Debido a su altura, para él no fue difícil alcanzar los vasos y servirme el agua que necesitaba al mismo tiempo que él bebía del suyo.
—Y dime ¿Por qué desarrollaste ese miedo? ¿Quieres contármelo?
—No hay nada que contar —respondí, bebiendo de mi vaso.
—Georgiana, no me gusta esa manera de responder, ni siquiera a mis empleados les permito esa osadía.
—Pues yo no soy tu empleada ¿Quieres hacer charla? Ve con tus hombres de traje. Tratas de hacer como si nada hubiera pasado. A mi no se me olvida lo que oí de tu propia boca.
—Estoy tratando de llevar la fiesta en paz. No soy un hombre con mucha paciencia, así que coopera, Georgiana.
—¿Quieres ponerme una trampa? Tratas de ganarte mi confianza para luego conseguir eso que deseas, y lo que yo no entiendo ¿Por qué yo? ¿Por qué un hijo mío?
—No tienes que saberlo, y te recomiendo que no vayas a investigar.
—Lo sabía, nadie cambia de la noche a la mañana. Eres como los jinetes que acarician a los caballos para luego montarlos.
Soltando una carcajada ronca, estiró su mano a mi cabellera.
—Curioso, aunque si fuera jinete podría hacer lo mismo contigo.
Su mano continuó a mi nuca, y luego bajó la mirada a mi escote.
—Tal vez tengas razón y no haya bebé —murmuró, relamiéndose los labios—. Pero puede haberlo muy pronto.
Tomándome de la cintura, me levantó para sentarme sobre el mostrador, enterrando su boca a mi cuello, aprovechó mis piernas abiertas para meter sus caderas entre ellas, restregando una erección que solo me hizo recordar lo doloroso que fue mi primera vez.
—Alto… Basta…
—Ambos podemos disfrutarlo, no te resistas.
—¡Dije que no! —grité, empujándolo con todas mis fuerzas, provocando su desconcierto y total pérdida de libido—. Jamás, no volveré a unirme a ti. Así seas el último hombre de la tierra, no volverás a tocarme.
(...)
En el transcurso de los días, me enteré que no estaba embarazada. Un gran alivio para mí. Yo no quería tener un hijo de alguien que solo me quería para su conveniencia, de modo que siempre busqué evitarlo, incluso en la alcoba, durmiendo en las diferentes habitaciones vacías.
Y así llegó el día de la lectura del testamento.
Pesé a que era solo con la presencia de la familia. Loid mandó a sus hombres a escoltarme. No soporto no poder hacer algo con libertad.
Pero tal vez, este día todo cambiaría. Ya tenía todo listo. Mis maletas, pasaporte, todo lo necesario para escapar mañana.
Y efectivamente, cuando el abogado leyó las líneas del testamento de mi padre, me quedé sin aliento.
—¡Claramente eso es un error! —exclamó mi madre.
—No señora, su difunto esposo, dejó muy claro que su hija se haría cargo de la constructora y el manejo de sus bienes.
—Pero eso no es posible ¡Y qué hay de su otra hija! Es ella quien más necesita, mi pequeña está enferma, ni siquiera puede ver.
—Ella recibirá una pensión, al igual que usted.
—¿Pensión? ¡Es una miseria! Prácticamente le ha dejado todo a ella.
De repente, ella se acercó a mí, con la intención de atacarme, mas los hombres Loid, se lo impidieron.
—Son órdenes del señor, Lombardi. Nadie puede tocar a su esposa.
—Ya lo tienes, la única posibilidad de que tu hermana mejore, se la has robado ¡Eres de lo peor! ¡Mal hija! ¡Mal hermana!
Siendo retenida por uno de esos sujetos de traje, sentí cada puñal con las palabras de mi progenitora.
—¡Ya suéltenme! —exigió—. Y cómo va a manejar una constructora, es una completa ignorante.
—El señor ha dado la libertad de manejo a sus accionistas. Su hija tomará el lugar que le corresponde, cuando ella sienta que está lista.
—Esto es una pesadilla, una completa pesadilla.
Tomando su bolso, mi madre salió presa de la rabia.
Y me pregunté ¿Por qué papá había hecho algo así? ¿En qué había pensado? Solo había causado que el odio de mi madre creciera por mí.
—No tema, señora. Todo es legal y su padre dejó cada punto establecido por si usted necesita ayuda. Él era un buen hombre y amigo —suspiró con nostalgia—. Y por si necesita mi ayuda, cuente conmigo, que le seré leal.
Al salir, esos sujetos miraban de un lado a otro como si alguien nos estuviera vigilando. No lo entendía, pero lo que sí entendía, era que mañana a esta hora, tomaría mi avión, y nadie iba a impedírmelo.
————————
(POV Loid)
Al día siguiente, luego de mirar las noticias en mi ordenador, cerré la pestaña con frustración.
—Maldición… —murmuré.
Rápidamente saqué mi celular y marqué, esperé una respuesta y cuando la tuve, respiré un poco.
—Asegurense de que nadie lo sepa, y cuando vayan a casa, escolten a mi esposa a la casa de campo. Será mejor tenerla allí por un tiempo.
Dada la orden, seguí con mi trabajo, y no fue hasta después de una hora que recibí otra llamada, eran mis hombres.
—Señor, acabamos de llegar.
—¿Y? Diganle a Eliana que prepare las maletas de mi esposa.
—Señor… La señora Georgiana, no está.
De un rápido movimiento me puse de pie, y salí a prisa de la oficina, en el camino me encontré a Mía que parecía querer algo, pero simplemente la ignoré, hasta llegar al estacionamiento y salir a mi residencia.
Ya en casa, encontré a mis hombres regresando de haber buscado por todos los alrededores.
—Tampoco está su ropa, y… —mostrando sus manos, Eliana me enseñó los mechones de cabello rojizos de mi esposa.
—¡Mierda! —gruñí.
—Señor, encontré esto.
En ese momento, el último de mis hombres, bajó con una hoja, pensé que sería alguna carta de despedida, pero no.
Al tenerla en mis manos, leí su contenido y sin pensarlo dos veces, salimos todos rumbo al aeropuerto.
Llegamos sin mayor contratiempo, pero sería difícil hallarla en medio de todos.
Pero fue entonces que vi una pequeña cabeza de cabellera roja, que se cubrió con una capucha.
—¿Doy la orden de que cierren el aeropuerto, señor?
Levanté mi mano para detenerlos.
—No —dije—. Por ahora… Esto es lo más seguro.
—¿Señor?
—Vayamos a casa, hay más por hacer.
—¿Pero va a dejarla ir tan fácilmente?
—¡Ya di la orden!
Ninguno me entendía, pero obedecieron.
—De acuerdo, Georgiana, te daré el tiempo, además… No irás más lejos, después de todo, se donde estarás.