Liam Simone
Siempre intentaba llegar tarde a la mansión después del trabajo, y ese día no fue la excepción. Estaba molesto por lo que Antonella le había hecho a la pobre Emilia y completamente en desacuerdo con su actitud. Mi esposa tendría que escucharme.
Al entrar, la casa estaba oscura y no sentí su presencia. Me dirigí a la habitación y vi, desde el pasillo, que la luz estaba encendida. Por lo visto, ya estaba allí.
La encontré acostada en la cama, con la vista fija en un libro, uno especial, sobre la maternidad.
—Buenas noches, Antonella.
—Mi amor, qué saludo tan frío —dijo, dejando el libro sobre la mesa de noche y levantándose para recibirme. Lo que más me inquietó fue verla con una pijama de satén, ceñida al cuerpo, resaltando su figura, y el cabello suelto. ¿Pretendía seducirme?
—¿Cómo estás? —pregunté mientras ella caminaba hacia mí, colgándose de mi cuello.
—Muy bien, muy feliz por todo lo que está pasando con nuestra familia. ¿Y tú? —sus besos llegaron a mi mejilla, y apreté los ojos. Lo último que quería en ese momento era su contacto.
—Tenemos que hablar —dije, tomando sus brazos y apartándolos de mis hombros.
Su expresión cambió al instante.
—¿Ahora qué pasa? No me digas que… ¿es por lo que le pasó a Emilia?
—Sí, es por lo que hiciste, ¿cómo la golpeaste de esa manera? ¿Y la dejaste allí, durmiendo sin calefacción y sin agua en la casa del servicio? Sabes que, si ella nos denuncia, nos llevan directo a la cárcel.
Los ojos de Antonella se encendieron como llamas, su mirada ardía de furia. Hizo un gesto de desprecio y negó con la cabeza.
—¿Y a mí qué me importa lo que una indocumentada como ella pueda hacernos? ¿Quién le va a creer?
—¡Pero ten un poco de humanidad, por favor! Esa mujer es la que nos va a dar la alegría de tener un hijo, porque tú no puedes tener uno de manera natural —lo solté sin pensar, y fue como si le hubiera clavado un cuchillo en el corazón.
—¡Ah! ¿Ahora el problema soy yo, que no puedo tener un hijo de forma natural? ¿Se te olvida la razón por la cual no puedo? ¡¿Se te olvida?! Porque a mí no se me olvida. Y si tengo algo claro, es que es por tu culpa, Liam, nadie más tiene la culpa de que yo no pueda concebir naturalmente.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y mi mente viajó a ese fatídico momento en que íbamos por la carretera…
—Yo no tuve la culpa de nada, fue un accidente. Nada más —mi voz se apagó.
—Tú arruinaste mi vida. Tú me quitaste la posibilidad de tener hijos de manera natural. Ahora solo pueden coger un óvulo, fertilizarlo y ponerlo en otro vientre, porque yo, no sirvo para eso, por culpa de ese maldito accidente.
—Tú misma lo has dicho, fue un accidente, no mi culpa. No entiendo por qué me recriminas esto ahora.
—¿No entiendes? Porque fuiste tú quien lo ocasionó, conduciendo borracho, ¿lo recuerdas? Yo sí, como si hubiera sido ayer. Y de la forma más ruin, como perdimos a nuestro primer hijo. ¿Quieres que siga hablando?
Sus palabras se convirtieron en crueles recordatorios, pues no había un solo día en que no reviviera ese oscuro momento. Sí, yo provoqué ese maldito accidente, pero no quería condenarme a vivir en infelicidad, ni a hacerla a ella sufrir. Sin embargo, su chantaje me mantenía atado, lleno de culpa.
—Por eso te he pedido tantas veces que nos divorciemos, Antonella, porque tú y yo tenemos esa herida abierta que jamás podremos curar.
—Claro, lo fácil para ti, ¿verdad? Como ya no puedo tener hijos, ahora quieres dejarme.
—Sabes que el problema no son los hijos. Podemos recurrir a un vientre subrogado o adoptar, el problema real es nuestra relación, que está rota, que no nos lleva a ningún lado.
—No, no tenemos una relación rota. Mira todo lo que hemos conseguido, todo lo que tenemos. Somos unos malditos magnates, tenemos todo para ser felices y darle a un hijo todo lo que necesita. ¿Te imaginas? Nuestro bebé nunca tendrá que pasar hambre ni frío, y nos hará muy felices.
—No, claro que no. Quiero el divorcio, Antonella —le solté de golpe y me dirigí al armario a recoger algunas cosas. Iba a mudarme a mi departamento de soltero, no quería estar ni un minuto más a su lado.
—Por favor, no me digas eso. No me dejes, te prometo que haré lo que quieras, Liam, pero no me dejes.
Me sentí como una mierda ante sus súplicas. Ella siempre había logrado mantenerme ahí con manipulaciones, y en parte me sentía culpable por no poder darle lo que deseaba, pero ya no podía más. Habían sido años en la misma situación y ya no era feliz.
—Lo siento mucho, Antonella, no quiero seguir casado contigo. Lo siento.
—No, Liam —Antonella cayó de rodillas a mis pies, aferrándose a mis piernas como si su vida dependiera de ello. Traté de zafarme, pero estaba tan abrazada que me sofocaba.
—Antonella, no hagas esto, ¡mierda! No lo hagas, sabes que necesitamos divorciarnos, no podemos seguir juntos. Por favor.
—No hagas esto, Liam, no seas tan cruel conmigo. Si Emilia está embarazada, nuestro matrimonio debe continuar. ¿Cómo voy a criar a un hijo sola?
Su llanto era desgarrador, y sabía que el espectáculo se prolongaría.
—No quiero seguir casado contigo, y si Emilia está embarazada, lo asumiré, pero ya no más, ¡Antonella! Ya no quiero estar más casado contigo.
—No, no me dejes, por favor, Liam, no, por favor. —Antonella seguía llorando, desesperada, y yo solo quería apartarme de su lado. Me agaché, tomé sus brazos y la levanté con fuerza, pero ella se desgarró, luchando por mantenerse.
—¡No, Liam! —se aferró a mi cuerpo, y quise lanzarla lejos, ya no podía más. Ella seguía pegada a mí, sofocándome.
—Antonella, cariño, entiéndelo, por favor. No podemos seguir casados. No podemos tener un hijo en estas condiciones. Necesitas ayuda. Por favor, no te puedo ayudar así. Estaré contigo, pero ya no como esposo. Entiéndelo, por favor.
La empujo suavemente hacia la cama y tomo mi maleta, no con fuerza, solo para zafarme de su agarre. Quiero salir de esta casa, siento que me ahogo.
—¡No, Liam! ¡No! —la escucho gritar mientras salgo casi corriendo. Necesito aire. Helen está en la sala, mirándome con una sonrisa burlona.
—Libérate, corre, que esa loca no te atrape.
Niego con la cabeza y sin decir más salgo de ahí. Me dirijo rápidamente hacia mi auto, pero en ese momento Antonella abre la puerta y sale corriendo, vestida, así como me estaba esperando, sin zapatos.
Arranco el auto a toda velocidad, y apenas la veo venir detrás de mí, gritando.
—¡Liam, no! ¡No te vayas! ¡Nooo!
No miro atrás. Si lo hago, acabaré regresando a casa, como siempre, consumido por sus malditos chantajes.
Llego a mi departamento de soltero, tomo una copa de vino, necesito descansar. Estoy agotado, física y emocionalmente.
***
El teléfono comienza a sonar desesperadamente. Abro los ojos, tratando de conectar con la realidad, y lo levanto de la mesa. Son las cinco de la mañana. El identificador me muestra que es Dora, la madre de Antonella. ¿Qué diablos quiere ahora?
—Dime, Dora, ¿qué haces llamándome a esta hora?
—Maldito, mi hija intentó suicidarse y estamos en el hospital central. Si mi hija se muere, es por tu culpa.
—¿Qué hizo qué? —sacudo la cabeza, incapaz de comprender.
—Lo que oyes, imbécil, lo que oyes.
—No lo puedo creer, Antonella está completamente loca.
—Ella no está loca, idiota. Solo quiere estar contigo, tener la familia que le prometiste el día que se casaron. ¿Es mucho pedir, cabrón? Ven para acá, mi niña te necesita.
¡Maldita sea!
Me levanto a regañadientes, apenas abro los ojos y me lavo la cara con prisa. Me pongo ropa cómoda, ¿no me va a dejar en paz?
Conduzco lo más rápido que puedo, sin importarme las luces rojas ni los límites de velocidad, solo quiero llegar al hospital y averiguar por ella. No le aviso a Dora, simplemente me dirijo directo.
La puerta de la habitación está abierta y las dos están conversando, como si nada.
—Hija, lo mejor es que te divorcies, no le ruegues a ese imbécil, no hace falta. Dime, ¿qué te espera con ese mal nacido? El problema no es el dinero, él debe dejarte más del 50% del capital, y eso es una fortuna. Tendrás para vivir sin trabajar el resto de tu vida, y Helen y yo también.
¡Malditas manipuladoras!
—Mamá, no es el dinero. ¿Dinero? Esa mierda sobra por montones. Es que no quiero que me deje, quiero que se quede a mi lado, que esté conmigo.
—No, hija, pero no puedes obligarlo. ¿Cómo?
—Con el hijo que debe estar esperando Emilia.
—¿Y si la fecundación no funciona? Que es muy probable. —La cara de Dora refleja pánico.
—Pues lo primero es que mato a Emilia, mamá. No puedo dejarla viva. Si me entero de que no está embarazada, le pego un tiro en la cabeza.
—Bueno, hija, eso ya lo sabemos… ¿Y si está embarazada? ¿Crees que él va a quedarse por tu hijo?
—Si no se queda, quien se va a morir es ese hijo. ¿Entendiste, mamá?
La piel se me eriza al escuchar lo que esa par de demonios están hablando. O sea, que ella pretende chantajearme por donde sea. Debo sacar a Emilia de la casa y denunciar a Antonella a la policía. Pero primero, voy a enfrentarla.
Entro a la habitación sin anunciarme y las dos mujeres se quedan en silencio al verme.
—Liam —Antonella me nombra, nerviosa.
—¿De qué están hablando? —las miro fijamente, amenazante. Ellas fingen demencia, como si no tuvieran idea de lo que he escuchado.
—No estamos hablando de nada raro, yerno. ¿Por qué?
—Las escuché, estaban diciendo que van a matar a Emilia. ¿Se han vuelto locas? ¿y a mi bebé? ¿Qué les pasa? ¡malditas locas!
Ambas se miran y sueltan una carcajada, como si todo fuera un juego.
—¿Qué? —dice Dora, haciendo un gesto de incredulidad—. ¿Por qué íbamos a matar a esa mujer? Y por Dios, ¿a mi nieto? Estás loco Liam.
—Las voy a denunciar con la policía.
Antonella frunce el ceño, sus ojos se llenan de lágrimas nuevamente.
—¿Solo has venido a esto? ¿A echarme en cara a la maldita de Emilia, sin pensar en mí y en lo mal que estoy? ¡Liam, mira mi estado! ¡Casi muero!
La miro con desdén y sacudo la cabeza.
—Yo no te mandé a atentar contra tu propia vida, ¡eres una loca! Y lo único que necesitas en este momento no es un esposo, es un maldito psiquiatra. ¿Por qué no lo entiendes?
—El que no lo entiendes eres tú, que quieres abandonarme con un hijo a bordo.
—¡Maldita sea, Antonella! No sabemos si Emilia está embarazada o no, y tú, además, la golpeaste e insultaste, la estás tratando en pésimas condiciones. Yo no voy a permitirlo, ¡además, no seré tu cómplice!
Las dos se miran en silencio, y Antonella empieza a llorar. Su llanto parece sincero, pero su rostro está desencajado, como si el dolor fuera real, pero también como si fuera parte de su manipulación.
—Cariño, es que, yo… yo me vuelvo loca sin ti, estoy tan ilusionada, quiero que me ames como lo hacías antes. La solución a nuestros problemas está en ese bebé que viene en camino.
—¡No sabemos si viene! ¡Carajo!
—Mi amor... —Antonella se endereza, acercándose a mí—. Mi amor, vamos al psiquiatra. Dime qué quieres que haga, dime por favor, te lo ruego, ¿qué podemos hacer para que no me dejes?
Sus súplicas parecen sinceras, pero lo que realmente me preocupa ahora es lo que pueda hacerle a Emilia. No puedo quedarme con los brazos cruzados.
—Si Emilia está embarazada, comenzaremos tu tratamiento psiquiátrico, de lo contrario, olvídate de mí, Antonella. No quiero seguir contigo. —Lo suelto sin titubear, sin importar lo que eso signifique, porque después, Emilia no sería mi problema.
—No, no, espera, Liam. Espera... Hoy mismo empiezo el tratamiento. Te propongo algo mejor. Si te hace sentir más tranquilo, hazte cargo completamente de Emilia Romero mientras yo me recupero, y entonces, formamos nuestro hogar.
Antonella intenta manipularme, pero después de lo que escuché de sus propios labios, lo único que puedo hacer en este momento es seguirle la corriente, haciéndole creer que efectivamente confío en ella para resolver algo con Emilia.
—Muy bien, entonces hazlo, Antonella. Demuéstrame que hablas en serio. Y sí, me haré cargo de Emilia. ¿Cuándo le haremos la prueba de embarazo?
—Mañana, sí, mañana mismo hay que llevarla donde el doctor.
—Yo la llevaré entonces. —Asentí, sin mirar demasiado.
—La llevaremos los dos. —Sonrió, como si eso fuera una victoria para ella.
Niego con la cabeza, sintiéndome tan impotente ante su maldito comportamiento. La rabia me hierve por dentro, pero decido salir de allí sin decir una sola palabra más. Mi única esperanza ahora es que la prueba de embarazo de Emilia salga negativa. Si eso ocurre, será mi única salida para librarme de esta loca de Antonella.
NOTA DE AUTOR: ¿Qué les parece la historia? si la están leyendo, por favor dejen sus comentarios, para mi es muy importante saber que cuento con su apoyo.