5. Un rey también tiene secretos.

1802 Words
Dayana despertó en la noche, porque tenía la boca seca y la fiebre que le había comenzado en la tarde iba en aumento, como si no fuera suficiente el hecho de que su frente tenía una herida que poco a poco se iba haciendo más grande. El rey se mantuvo a su lado durante todo el día, este mandó a pedir que le llevaran a esa habitación todo lo necesario del reino, no saldría de ahí hasta que Dayana estuviese mejorada al cien por ciento. Derek le había mandado una carta diciéndole que su estadía en el palacio debía de esperar, porque ocurrieron algunas cosas que no pueden esperar. Dejó salir un pequeño suspiró, pasándose una mano por el cabello y sintiéndose más cansado que antes, todo estaba saliéndose de sus manos. ¿Cómo se suponía que tenía que cuidar a Dayana si ni siquiera podía saber los nombres de las personas que se han encargado de hacerle tal bajeza? — Aquí tiene su comida, mi señor —Simón entró con varios sirvientes—. Traje el medicamento que le hice a la omega, debe de dárselo para que pueda despertar. — Gracias, puedes ponerlo en cualquier lugar de la habitación —murmuró, sintiéndose aún peor que antes—. Siento que nada de lo que hago tiene sentido alguno en este momento… ella no parece despertar. — Seguro está cansada, ya verá que despertará y que en poco tiempo la tendrá nuevamente con usted —el beta ayudó a los demás sirvientes—. Lo dejo trabajar, estaré en el pasillo por si me necesita. Asintió sin mirarlo, su vista solamente estaba en la persona ubicada en el centro de la cama. Se acercó a la cama con el medicamento, puso su cabeza en su regazo y luego dirigió el envase hacia su boca. Parecía imposible el que pudiese tragarlo por su cuenta, por lo que no le quedó de otra más que hacerlo a su manera. Tenía un sabor amargo que casi le hace vomitar, llevó sus labios a los de la omega y luego prosiguió a abrirlos para poder tener más acceso y que pudiese tragar todo el medicamento. — Sé que puedes hacerlo —volvió a echar otro poco más en la boca—. Eres una chica muy fuerte, Dayana —repitió el mismo procedimiento. La omega comenzó a toser de manera forzada, por lo que el alfa tuvo que ponerle la mano en la boca para que no vomitara el medicamento y todo el trabajo que había hecho se perdiera. — Tranquila, traga y respira por la nariz —tiró el envase en el piso—. Es para que puedas sentirte mejor y que puedas comer —quitó lentamente su mano—. ¿Ya estás mejor? — Sí —la omega volvió a toser—. ¿Qué sucedió? — Esa pregunta debo de hacerla yo. ¿No crees? —enarcó una ceja—. ¿Quién te golpeó y amarró de esa manera para que ni siquiera lo recuerdes? — No lo sé —dijo despacio mintiendo—. No recuerdo mucho de lo que pasó antes… ¿Cómo es que llegué a esto? — Omega —su voz cambió a una seria—. Sé que sabes muy bien quien te hizo esto, pero lo estás protegiendo, ¿No crees que tu rey necesita saber a quién estás protegiendo con tanto esmero? — No sé de qué me está hablando —quiso alejarse, pero el rey se lo impidió—. Necesito bañarme. — No, ya te bañé y es tarde como para que salgas ahora con qué deseas hacerlo de nuevo. — Pero... —hizo una pausa—. ¿Me viste desnuda? — Sí —apretó sus hombros—. Un rey también tiene derecho a ver si desea a sus invitadas, ¿No lo crees? — No… bueno, sí —respondió incómoda—. No sé cómo es que funcionan las cosas aquí. — ¿Acaso en tu reino no eran castigados los que ocultaban la verdad? — ¿El rey no tiene secretos que nadie puede saber? — Un rey también tiene secretos —respondió como si nada—. Puedes hacer lo que te plazca, pero te diré una cosa —pasó su pulgar por los labios de la omega—. Será mejor que me ahorres el trabajo de tener que castigarte debido a que no quieres decirle a tu rey que estás protegiendo a alguien que te lastimó —delineó su cuello—. Sería una lástima que conocieras uno de esos secretos de la peor forma. — ¿Me estás amenazando? — Tómalo como quieras —Thiago la alejó—. Tarde o temprano sabré quien te hizo esto y no… — No sé quién fue o no lo recuerdo —Thiago se mantuvo en silencio—. Me duele mucho la cabeza como para recordar bien lo que pasó y en donde. Lo siento. — Te creeré por ahora —se limpió el polvo imaginario—. Come algo y luego puedes volver a dormir, debo de terminar el trabajo que tengo pendiente. — ¿Por qué se quedó conmigo? —la omega gateó hasta el otro extremo de la cama, mostrándose como un gatita en busca de atención. — ¿Cómo es que puedes cambiar la manera en la que hablas como si nada? —se sentó en el mismo lugar de antes—. Siempre me hablas de tú y ahora cambias… con anterioridad también lo has hecho. — ¿Cómo debo de hablar? — Tutéame —le restó importancia al asunto—. Come, porque es todo lo que puedo ofrecerte por el momento. — ¿Estás enojado conmigo? —Dayana bajó de la cama, arrodillándose frente a Thiago—. No me odies por no poder recordar lo que pasó. — No te odio y mucho menos estoy enojado —acarició su cabello—. Me gusta tenerte cerca y no sé la razón. — De seguro lo que dicen los ancianos es cierto y estoy maldita. — No digas eso —chasqueó la lengua—. La gente hoy en día dice muchas cosas que son mentiras. Aún sigo con vida y créeme que me gusta más de lo que crees estar contigo. — Eso me alegra mucho —la omega cerró los ojos ante las caricias—. No me gustaría que te alejaras de mí por las mentiras que dice la gente sobre mí. — No lo haré —se alejó—. Come y luego duerme. Tengo que terminar esto antes de irme a mis aposentos. — Entiendo —regresó a la cama—. Si deseas, puedes dormir conmigo. No haré nada malo. — Lo tomaré en cuenta. El rey no durmió con ella esa noche. Dos días más tarde, estaba de pie al inicio de las escaleras. No sabía si bajar e ir hacia donde la estaba esperando Thiago o regresar a su habitación en donde estaba más segura, solamente tenía que pedirle a Simón que la cerrará con llave y eso sería todo. Sí, eso era lo mejor… — Vamos —las manos de Simón fueron a parar en sus hombros—. Me gustaría que te quedaras aquí, pero el rey requiere de tu presencia. — No te preocupes —bajaron a pasos lentos—. ¿No puedes decirle que me pasó algo? — No —rio, de manera tierna—. El rey desea verte y tú no puedes quedarte en la habitación para siempre o quedarte a morir ahí. — No me gusta estar lejos de ese lugar y menos me gusta bajar —se agarró fuertemente contra el barandal de las escaleras—. Regresaré, si eso haré. — No. Thiago estaba presenciando todo desde una esquina del salón principal, como esta se quejaba y como estaba a punto de llorar porque la estaban obligando, pero esa chica tenía que tomar algo de sol, parecía un vampiro. — Al fin bajan —extendió su mano hacia Dayana—. Iremos al pueblo. — ¿Qué? —preguntó la omega, con un hilo de voz—. ¿Me vas a dejar que esas personas me quieran matar? — No digas eso, son personas muy civilizadas —fueron hacia el carruaje—. Cada semana, no importa el día que vaya, —la ayudó a subir—. Voy al pueblo para ver como están las cosas. — ¿Qué cosas? — Existen muchos impostores que cobran dinero a los más necesitados —la puerta fue cerrada—. Lo que hago, es matarlos por robarle… son campesinos que lo único que tienen son sus tierras y las cosas que cosechan al año, como para que vengan impostores a robarles lo poco que ellos tienen. — No estoy de acuerdo con eso de las muertes, pero tienes un punto —la omega hizo una mueca. El carruaje comenzó a moverse—. No entiendo como hay gente que se pasa todo el tiempo robando. Una vez presencié eso en el bosque y no era nada grato… mi padre deja que los pobres paguen impuestos enormes, siempre y cuando los cobradores le lleven casi el 70 % y si no lo hacían, eran asesinados. — Tu padre se ha ganado el odio de tu gente por todo lo malo que ha hecho desde que tu madre murió —chasqueó la lengua — Por esa razón las personas se han desplazado hasta el sur, es decir, aquí en busca de una mejor vida que se les fue arrebatada. — Eso es algo malo, ¿No lo crees? — Lo es — asintió Dayana jugando con sus dedos—. Mi madre… nadie la vio jamás, pero mi padre decía que era hermosa… — ¿Cómo es eso de que tu madre era una desconocida? — Algunos sirvientes dicen que ella siempre se pasaba sus día en la habitación leyendo, dibujando o creando obras a manos y que cuando salía era con el rostro tapado —hizo una mueca—. Ella no hablaba mucho, y cuando lo hacía todos en el salón se quedaban en silencio para escucharla decir al menos dos palabras. — Debió de ser una mujer hermosa para que todos tuvieran una oportunidad de poder escucharla. ¿No crees? — Sí, lo era. Pero se casó con un monstruo que únicamente se dedicaba a hacerles la vida imposible a todos. — Con ella no era un monstruo, era su Dios —le recordó, y después secó sus mejillas—. Eres demasiado hermosa, no llores. Ella quiso tenerte, estás conmigo ahora y créeme que yo creo muy a menudo en el destino y tú eres el mío.
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