Stephen
Darme una larga ducha para reordenar mis ideas es un ritual de todas las mañanas en mi vida. Desde el terrible episodio que había vivido en Las Vegas no dejaba de pensar en esa rubia demoniaca que había desafiado mi paciencia varías veces en solo un fin de semana.
¿Como es que accedí a cometer una locura semejante?.
Puse a prueba mi suerte y todo mi dinero, si su nombre hubiera sido real estaría jodido, aunque sé muy bien que la habría obligado a firmar el maldito documento.
Intenté repasar todo lo sucedido en mi cabeza y aún no lograba comprenderlo. Esa sonrisa tan relajada al verla feliz mientras apostaba sus fichas, la manera en la que me observaba con atención intentando descubrir mis pensamientos.
Había algo que me atraía ferozmente a ella, como un imán, pero se notaba a leguas que era una persona problemática.
La expresión de satisfacción que puso al decir que solo he sido alguien descartable, provocaba que la ofuscación volviera a mi.
Obviamente era una niña caprichosa que seguramente siempre lograba hacer lo que quería, lo notaba cada vez que escuchaba a Theo defenderla de Alex.
Diferían en pensamiento y si bien no sabía que se referían a ella, Alex no tenía buenos conceptos sobre Jessica, porque al parecer lo había mandado a freír espárragos.
Prácticamente lo mismo que me hizo a mi.
Si creía que iba a rogarle y estar detrás de su trasero, estaba equivocada. Es a mi al que persiguen, soy yo quien rechaza, y me fui a casar justamente con alguien como yo.
—¡No se qué rayos tengo en la cabeza! —exclame en voz alta mientras me acomodaba la camisa del traje, memorizando a la dueña de esos lindos ojos verdes.
—La mayor parte del tiempo, nada —responde una voz conocida detrás de mí —¡Pero cuando has contraído matrimonio con una extraña, yo creo que tenías mierda en la cabeza!.
Lucka se sentó en mi cama, admirando el costoso traje que Burberry había diseñado especialmente para mi. El estilo clásico inglés con la mezcla contemporánea era lo que más me gustaba de las prendas de vestir que esa marca ofrecía, así que no dude y acepte encantado.
—Te han dicho que no te dedicarás al humor, se te da fatal.
—Descarte el fútbol soccer, descarto el humor... tendré que seguir trabajando para ti entonces —dijo, abotonándose la camisa.
—Como jugador de fútbol y humorista, eres un excelente publicista.
—Ja, ja, ja —ironizó —¿Donde esta tu esposa? No me la has presentado y me siento ofendido.
—¡Es tu culpa! — reclame —¡Tu me has insistido para que viaje con aquellos dos irresponsables!
—Quería que descontrolaras un poco, tu vida se ha vuelto muy cuadrada. Lo que no imaginé que te excederías —Lanzo una carcajada —¿Has sabido algo de tu misteriosa ex esposa?.
Que solo la mencionara ya lograba erizarme la piel. No acreditaba que una mujer tan hermosa estuviera tan loca.
—No, y espero no saber. Es una histérica insoportable.
—¡Vaya, en eso se parecen! —exclamó mi amigo elevando los brazos.
—¡Eres un idiota! —dije lanzándole una mirada furibunda.
Lucka Stevenson era mi mejor amigo, mi asesor personal y el publicista de mi corporación.
Nos conocíamos desde muy pequeños, ambos teníamos la pasión por el fútbol Soccer y cuando él se mudó de Islandia a Rodhe Island, coincidimos en el mismo club.
Queríamos probarnos en las ligas mayores pero justamente cuando empezaron las pruebas, mi madre falleció y yo estaba devastado. Lucka me acompañó en todo el proceso de depresión que había sufrido y me ayudó a salir adelante.
Después de una fractura de meniscos y ligamentos cruzados, desistió de la idea de ser una estrella mundial del fútbol y comenzó a trabajar conmigo.
El es como un hermano para mi, ha sido mi familia todos estos años, junto con Annie; mi tía de corazón y la mejor amiga de mi madre.
—¿Adivina quien vendrá a Nueva York para fin de mes? —preguntó, haciéndome a un lado para repasarse en el espejo.
Su traje de etiqueta gris resaltaba su estado atlético libre de grasas saturadas y comida chatarra.
Si necesitabas un entrenador que te motive a hacer ejercicio, Lucka no era el indicado.
Era muy meticuloso con lo que ingería, y te cuestionaba cuando excedías la dieta diaria con algo que tapara tus arterias o te enfermara de diabetes.
—¡No me dan las neuronas para adivinar! —dije, odiando que se hiciese el misterioso.
—Lo se... por eso te casas en Las Vegas, ¿Te has dado cuenta? —esboza una sonrisa —¡Maximoff!
Mi expresión de sorpresa lo hizo lanzar una carcajada.
—¿Te ha llamado? —pregunte incrédulo.
—Algo así —dijo algo apenado —Me escribió por i********:.
—¿Como pasamos de ser sus mejores amigos a qué solo te escriba por i********: después de desaparecer tanto tiempo? —masculle.
—No lo se, pero espero que nos diga que fue lo que le sucedió —dijo caminando por la habitación pensativo.
—¿Aún crees que no tenía nada que ver con esas acusaciones en su contra?.
Enarque una ceja, mi amigo todavía creía en que todas las personas eran buenas.
—Si eso fue cierto, fuimos pésimos amigos por no darnos cuenta, Stephen —repuso.
Su observación me hizo exhalar hondo. Tenía razón, le dejaría el beneficio de la duda para que mi antiguo amigo pueda explicarse.
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Al llegar a la gala, quedé sorprendido de la cantidad de mujeres hermosas y elegantes que tenían la mira puesta en hombres poderosos. Eran del estilo de Cheryl Hamilton, una amiga con beneficios con la que me entretenía de vez en cuando. Esas mujeres que esperan conseguir un esposo con mucho dinero para tener la vida salvada.
Varias se acercaron a saludarme, supongo que me reconocerían de la entrevista con Forbes donde me han hecho tapa principal por ser una de las promesas bursátiles del año.
Sonreí amablemente para no parecer descortés, pero no me van las trepadoras.
—¿Te aburres? —preguntó un hombre detrás de mi.
Al darme la vuelta me encontré a mi futuro socio, Vittorio Romanov, en compañía de un hombre muy joven. Con la chaqueta del traje n***o de diseño desabrochada, una corbata azul marino y la camisa extremadamente blanca, Vittorio parecía un hombre jovial y elegante a pesar de los años que portaba.
—¡Claro que no! —respondí tomando la copa de Champagne que me tendió para poder brindar — Solo estoy observando, no suelo asistir a este tipo de eventos.
—Entiendo, eres muy joven aún. ¡Te esperan muchas galas y fiestas... y trabajo, claro!
Me observaba detalladamente, sus iris de color verde me recordaban mucho a cierta mujer que prefería, no rondara en mi cabeza.
Debe haberme hecho alguna brujería para que no la olvidara.
Vittorio Romanov era un empresario muy respetado. Había llevado a su compañía a la cima gracias a las políticas de digitalización, reducción de riesgos y fuertes potenciales de revalorización en el mercado de la construcción, ingeniería y diseño de instalaciones industriales y energéticas.
Mi idea de fusionar la empresa que me había heredado Oscar Dubstatter, adquiriendo acciones de Sky Corporation y haciendo trabajar a ambas en conjunto era básicamente para mantener la productividad de la empresa de mi abuelo y no tener que controlarla.
Nombraría a Lucka como mi apoderado principal y no tendría que dejar mis propios proyectos. La razón de aceptar las acciones de Ramhar fue únicamente para fastidiarle la existencia a Kevin Dubstatter, quien toda la vida había creído que Oscar le dejaría su fortuna, pero nunca imagino que sería yo quien la heredara.
—Lo siento, he sido muy descortés —dice Vittorio señalando al hombre que lo acompañaba —El es Justin Addams, es uno de mis asistentes y un gran amigo de la familia.
—¡Es un honor, señor James! —dice el hombre castaño de traje ceñido, tendiéndome la mano la cual acepto.
Apretó fuerte intentando mostrar seguridad, pero por la expresión en su rostro podía sentir su nerviosismo. Sus ojos marrones me inspeccionaban con emoción, como si estuviese frente a una estrella de rock, y podía deducir que era el típico nerd lamebotas que buscaba siempre quedar bien con su jefe.
—Tienes que asistir más seguido a estas galas, Stephen —exclamo muy socio —Es un gasto excesivo de dinero, pero se hacen muy buenos contactos.
—Procuraré hacerlo. No me desagrada.
Una morena de facciones exóticas, de baja estatura, muy delgada y con unos enormes ojos grises que llamaban demasiado la atención se acercó a Vittorio y lo abrazo.
—¡Vittorio! —gritó con voz aguda.
¿Cuál era la necesidad de las mujeres de estar gritando todo el tiempo?.
—Linda, ¿Como has estado? —preguntó el hombre devolviéndole su abrazo —¿Mi hija ha venido contigo?.
—No, lo siento —dijo, dándole una expresión triste.
—¡Maldita sea! —masculló el hombre con molestia y suspiró hondo, para luego volverse hacia mi —Stephen, ella es Mackenzie, hija de Henry Donovan.
Mackenzie.
Un nombre que no había escuchado jamás en la vida y ahora el destino parecía estar empeñado en que yo lo escuche todo el tiempo.
—Un gusto —dijo la mujer regalándome una sonrisa tímida y bajando la mirada al suelo.
Parecía que la intimidaba.
Estaba a punto de soltar algún comentario que la hiciera sonrojar aún más, cuando mi atención se centra en la entrada del establecimiento.
¡No podía ser posible, seguramente estaba alucinando!.
Jessica, la mujer con la que contraje matrimonio en un fin de semana alocado, la misma mujer que se burló de mí, y la misma que no se ha ido de mi cabeza desde que eso sucedió, estaba allí.
Lucia completamente diferente de las veces que la había visto.
Con un delicado saco blanco que le llegaba unos dedos más arriba de las rodillas, los zapatos de tacón haciendo juego y el cabello perfectamente amarrado, simulaba ser una mujer refinada, pero su actitud seguía siendo de chica mala hasta cuando caminaba hacia la barra.
Pidió una copa de vino y puso los ojos en blanco cuando se percató que Justin Addams caminaba hacia ella. El hombre la saludó con mucha confianza, como si la conociera de toda la vida.
Vittorio se dio cuenta que ya no tenía mi concentración y observó en dirección donde mi vista estaba clavada, para luego esbozar una sonrisa y salir al encuentro de la poderosa y exquisita rubia.
Al parecer, no podía pasar desapercibida.
Atravesé la sala con intenciones de saludar a mi ex esposa pero Vittorio me tomó del brazo, frustrando mis ganas de sorprenderla y ver su expresión de desagrado de la cual me había hecho adicto.
—Stephen, ven. Te presentaré a mi hija.
—¿Hija? —preguntó casi sin voz.
—Jessica, te presento a mi nuevo socio —exclama Vittorio.
La mujer giró con expresión impasible y aburrida, tendiendo su mano, pero cuando levantó la mirada y se percató que era yo de quien hablaba, su rostro se deformó de forma muy graciosa.
—Es un placer conocerla, señorita Romanov —dije, besando su mano sin dejar de mirarla.
Jessica Romanov no emitía sonido. Estaba congelada, estupefacta.
—¡Jessica, no seas grosera! —reclamó su padre.
—Lo siento, estaba distraída —dice, saliendo de su trance —¡Un placer conocerlo!.
Me regala una mirada frívola cargada de hipocresía, hablando con total soltura, como si nada le afectara.
—¡Jessica, estas hermosa! —irrumpe la morena y las fichas me caen solas, no era casualidad coincidir tanto con un nombre tan poco común.
—Necesito que me acompañes al baño, Mack.
Jessica tomó a su amiga del brazo sin dejar de observarme, y desapareció rápidamente de mi vista, corriendo lo más lejos posible de mi.
—No sabía que tenías una hija, Vittorio.
—Si, es un poco especial. No le interesa nada de esto —dice negando la cabeza —Prefiere andar de Sherlock Holmes en la universidad de Columbia que hacerse cargo de lo que le corresponde.
—¿Columbia? —pregunte sorprendido —Pertenece a la trinidad de la liga Ivy.
Me había dejado completamente asombrado al escuchar que pertenecía a Columbia. Tanto yo como Kevin habíamos asistido a Harvard y sabía por experiencia propia que cualquier universidad que pertenecía a la liga Ivy no era para cualquiera.
Debías esforzarte demasiado para conseguir tu título, esa había sido la razón por la cual Kevin abandonó a mitad de camino.
—Lo asombroso sería que quiera preservar los negocios familiares —dice suspirando —Por eso quería pedirte un favor.
—¿Que clase de favor? —pregunte con curiosidad.
Vittorio me dio unas palmadas en el hombro.
—Eres un empresario joven y dinámico, pensé en nombrarla tu asistente en Sky. Quizá le contagies algo de tu amor por el negocio.
Tuve que disimular la sonrisa que se quería asomar en mi rostro. Era tan satisfactorio saber que iba a tener que trabajar conmigo y como mi subordinada.
—Estaré encantado. Me parece bien que protejas tu legado —dije.
—Gracias Stephen.
—Si me disculpas, iré a buscar a mi amigo —mentí.
Mis intensiones era ir a buscar a esa mujer tan peculiar que ponía mi cabeza a mil, y despertaba mi instinto de guerra.
No sabía lo que le esperaba.