El sol de la mañana nos golpeó directamente el el rostro. Había olvidado cerrar las cortinas y el calor comenzó a elevar mi temperatura corporal agregando que Jessica se encontraba encima de mí con sus piernas enredadas a las mías, la cabeza en mi torso y no podía moverme siquiera. Después de un rato largo revisando mails desde mi celular con el único brazo que tenía libre, la rubia junto a mi se removió y abrió los ojos. Al verme se incorporó en la cama asustada, con el cabello despeinado y la mirada perdida. —¡Me he quedado dormida! —se quejó levantándose como si tuviese un resorte en el trasero —¡Debí haberme ido anoche! —Pero no te has ido. Relájate. —Al menos esta vez no nos hemos casado, ¿verdad? —bromeó, señalándome con su zapato de tacón rojo. —No, esta vez no. Emitió u