La tensión entre Isabella y Leonardo había ido aumentando desde la noche en la villa familiar. Cada día, sus interacciones estaban cargadas de una electricidad sutil, un pulso silencioso que ambos sentían pero ninguno se atrevía a reconocer abiertamente. Los encuentros en los pasillos de Rossi Fashion, las reuniones de trabajo, y los momentos robados de conversación informal se habían vuelto más significativos, más cargados de una conexión que iba más allá de lo profesional.
Isabella intentaba mantener su mente enfocada en la colección, pero el pensamiento de Leonardo seguía apareciendo, una y otra vez, en los rincones de su mente. Recordaba el calor de su mano en la villa, la forma en que la había mirado cuando le confesó su amor por el arte. No era solo atracción física; era la admiración profunda por un hombre que había sacrificado tanto por su familia y su legado. Pero también, algo más visceral, algo que la hacía querer estar cerca de él, compartir más que solo ideas y proyectos.
Una tarde, mientras Isabella estaba revisando los últimos ajustes de uno de sus diseños, recibió un mensaje de Leonardo. La invitaba a cenar en un restaurante fuera de la ciudad, "para discutir el progreso de la colección", decía el mensaje. Pero Isabella sabía, en lo más profundo de su ser, que esa cena no sería solo sobre trabajo. Con una mezcla de nerviosismo y emoción, aceptó la invitación.
Cuando la recogió al finalizar la jornada, Leonardo lucía tan elegante como siempre, pero había algo más en su mirada, un brillo que Isabella no podía descifrar del todo. El trayecto hacia el restaurante fue tranquilo, envuelto en una conversación ligera, pero ambos sentían la carga de lo que estaba por suceder.
El restaurante al que Leonardo la llevó era un lugar íntimo, con luces tenues y una atmósfera que parecía diseñada para la confidencia y la cercanía. Durante la cena, hablaron de sus vidas más allá de la moda. Isabella le contó sobre su infancia en el campo, sobre cómo los colores y las texturas de la naturaleza siempre habían sido su refugio e inspiración. Leonardo, en respuesta, compartió más detalles de su vida, su infancia en la villa, y el peso de haber tenido que dejar de lado su sueño de ser artista para llevar adelante la empresa familiar.
A medida que la conversación avanzaba, la conexión entre ambos se hacía más profunda. Isabella no podía apartar la vista de Leonardo, y él parecía igualmente cautivado por ella. El ambiente se volvió cada vez más íntimo, cargado de una complicidad que iba más allá de las palabras.
Después de la cena, Leonardo sugirió dar un paseo. La noche era clara, y el cielo estrellado se extendía sobre ellos como un manto. Caminaron por un sendero apartado, lejos del bullicio, envueltos en la suave brisa de la noche. La conversación se volvió más pausada, más intensa, y pronto, el silencio se hizo presente, un silencio que no necesitaba ser llenado porque ambos estaban inmersos en lo que sentían.
Leonardo se detuvo de repente y la miró, su expresión más seria, más cargada de emoción que antes. "Isabella", comenzó, su voz suave pero firme, "desde aquella noche en la villa, he sentido algo que no puedo ignorar. Hay algo en ti que ha despertado en mí cosas que creía haber dejado atrás. Tu pasión, tu energía… me recuerdan a quien solía ser, y eso me asusta, pero también me atrae".
Isabella sintió su corazón latir con fuerza. Sabía que este era el momento que había estado esperando, pero también temiendo. "Leonardo… yo también lo siento", dijo en un susurro, mirando sus ojos, ahora tan cerca de los suyos. "Esta atracción… esta conexión… es algo que no puedo evitar. No sé a dónde nos llevará, pero no quiero seguir fingiendo que no está ahí".
Las palabras quedaron suspendidas entre ellos por un momento eterno. Leonardo dio un paso más hacia ella, y con una suavidad que casi le rompió el corazón, acarició su mejilla. Isabella cerró los ojos, sintiendo el calor de su mano, el latido de su propio corazón resonando en sus oídos. Y entonces, sin más preámbulos, Leonardo se inclinó hacia ella y la besó.
El beso fue lento, exploratorio, como si ambos estuvieran descubriendo algo nuevo y sagrado. Isabella sintió que el mundo se detenía, que el tiempo se congelaba mientras sus labios se unían en una danza suave y apasionada. Era un beso lleno de promesas no dichas, de deseos que habían estado latentes, esperando el momento adecuado para emerger.
Cuando finalmente se separaron, sus respiraciones eran irregulares, sus corazones latiendo al unísono en el silencio de la noche. Leonardo la miró, sus ojos reflejando la mezcla de emociones que ambos sentían: deseo, incertidumbre, y una creciente conexión que ya no podían negar.
"Isabella", dijo con voz ronca, "esto cambia todo… pero no me arrepiento".
Ella asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas, pero sabiendo que lo que habían comenzado esa noche era algo que marcaría un antes y un después en sus vidas.
De la mano, regresaron al coche, el silencio entre ellos ahora cargado de una nueva intimidad. Cuando se subieron al coche, fue como si descorcharan la botella que contenía su pasión. Se sumieron en un beso, esta vez pasional, del que ninguno de los quería separarse.
Leonardo consiguió separarse ligeramente sólo para seguir besándola por el cuello, mientras sus manos buscaban los pechos de Isabella. Con cada beso, Isabella se iba encontrando más y más húmeda, y a Leonardo cada vez le costaba más disimular la erección.
Finalmente, Isabella se zafó ligeramente del abrazo de Leonardo, ante la mirada de decepción de él “está bien… no tenemos porque…”, pero sus intenciones eran para nada decepcionantes. Miró por las ventanas del auto, en aquella zona, a esa hora era muy improbable que alguien los viera, además comenzaba a refrescar y eso hacía que se empañaran los cristales del coche, tanto mejor. Isabella no se creía lo que iba a hacer, ella era una chica decente que nunca había hecho esas cosas. Sólo se había acostado con un chico después de dos años de noviazgo, un tipo muy aburrido que la había dejado cuando ella decidió seguir su sueño trabajar en la industria de la moda.
Ante el deleite de la mirada de Leonardo Isabella echó mano debajo de su vestido, se quitó las bragas y las metió con un gesto sugerente en el bolsillo de la chaqueta de Leonardo. Luego se abalanzo sobre el y se sentó a horcajadas sobre el asiento del conductor. “Hazme tuya”.
Leonardo no se hizo de rogar, y mientras seguía besándola con pasión, consiguió abrir su bragueta y sacar su m*****o erecto, que Isabella introdujo dentro de si al instante mientras daba un resuello de placer.
Ambos estaban muy excitados, y no se querían reservar nada para luego. Isabella comenzó a cabalgar con fuerza, moviendo sus caderas adelante y atrás con ansia. Leonardo se abrió camino hasta sus pechos para comenzar a devorar sus pezones. Dentro de ellos comenzaba a fraguarse un calor que anticipaba el climax.
Las caderas de Isabella comenzaron a temblar, dificultando la cabalgada que ella consiguió mantener, mientras a leonardo comenzaba a palpitarle el m*****o. Ambos dieron algunos más resuellos con fuerza y se abandonaron al orgasmo. Ondas de placer inundaron el cuerpo de Isabella, haciéndola gritar mientras Leonardo se derramaba dentro de ella. Nunca había sentido un placer así.
Mientras la llevaba a casa, ninguno de los dos habló, pero no era necesario. Sabían que el beso había sido solo el comienzo de algo mucho más grande, algo que necesitarían tiempo para comprender, pero que ya estaba cambiando todo.
Cuando Isabella se despidió de Leonardo en la puerta de su casa, la besó suavemente en la mejilla antes de verla entrar. Esa noche, mientras se acostaba, todavía podía sentir sus labios sobre los suyos, su cuerpo bajo su cuerpo, su m*****o caliente y henchido dentro de ella, y supo que su relación había cruzado una línea de la que no había retorno. Y por primera vez en mucho tiempo, Isabella no tenía miedo de lo que el futuro le deparaba. Sabía que, pase lo que pase, lo enfrentarían juntos.