El hombre del reformatorio

  De todas las malas decisión que tomé en mi vida, la peor fue enamorarme de uno de los guardias que me custodiaban en el reformatorio, pero creo que todos somos libres de amar a cualquier persona que se nos venga en gana, así sea mayor, así sea prohibido y sobre todo, así sea contra la ley, claro que todo inició con un plan para poder fugarme, solo que no contaba con que luego solo quisiera quedarme ahí, por él… Creo que debo explicarme mejor, todo inició esa noche no tan perfecta, donde todo salió jodidamente mal y solo empeoró…   ****   Eran las dos de la madrugada, hacía frío y temblaba débilmente, estaba en la escuela, trepando la reja del patio para poder entrar, ¿por qué había ido a la escuela a las dos de la madrugada? Pues porque mis malditos amigos me habían retado a pintar con aerosol rojo el retrato de la pintura del general mayor Enrique (fundador de la escuela), se suponía que debía hacerle un bikini. Sí, no era la mejor idea del mundo y de hecho era algo muy estúpido, pero si no lo hacía ponía en riesgo mi reputación y podían sacarme de mi grupo de amigos por negarme, éramos por así decirlo “los populares”, los reyes de la escuela, todo el mundo sabía quiénes éramos y me gusta ser parte de eso. No podía arriesgarme a perder lo único bueno que tenía en mi vida; ser parte de algo importante.  Era sábado, habíamos estado bebiendo y fumando toda la noche, lo admitía, no procesaba muy bien lo qué hacía, pero el reto alternativo por si me rehusaba a hacer este, era correr desnuda por la calle, y estar desnuda en la calle era algo que definitivamente no iba a hacer. No era una “Adolescente rebelde” amaba a mis padres, tal vez solo era una adolescente estúpida, borracha, a las 2 de la madrugada con amigos aún más estúpidos, haciendo cosas excesivamente estúpidas. —¡Apresúrate perra! Escuché que gritó Mili cuando por fin terminé de trepar la reja y me dejé caer del otro lado, apresurándome a correr dentro del instituto, la puerta de atrás estaba abierta, los vigilantes debían de seguir durmiendo, me escabullí por el pasillo, mis pasos resonando casi como una película de terror en medio de la oscuridad hasta que por fin me detuve frente al cuadro del general mayor Enrique. Miré a los lados para cerciorarme de que no hubiera nadie y saqué el aerosol rojo agitándolo un poco para comenzar a pintar. No podía perder tiempo, debía de hacerlo rápido y luego irme. Era fácil. Se suponía que era fácil. Ahora que estaba frene a la pared me di cuenta de que era muy alto, ¿Cómo iba a pintarle la ropa interior si apenas mi cabeza podía llegar al caballo donde él estaba montado? De repente el aerosol se activó manchando mi mano izquierda de tinta roja. «Genial, Jenny, bravo». Solo esperaba que eso saliera con jabón. Apunté la pared y manché círculos o tal vez cuadrados extraños, más que unas bragas y sostén parecía vandalismo, así que escribí: “la escuela apesta” mientras el frasco soltaba un silbido y la pintura se corría lentamente por la pared, después dibujé un pene de caricatura donde tenía una sonrisa ladeada y ojos enormes. Bien, no era ropa interior, pero era aún mejor, el director se volvería loco cuando lo viera el lunes. Corrí de vuelta a la salida del instituto y corrí por el patio hacia la reja, ahí mis amigos comenzaron a hacer una ovación como si no creían realmente que era capaz de hacerlo. Sinceramente yo tampoco me creía capaz ahora. Apenas iba llegando a la reja para subirme cuando unas luces nos iluminaron, voltee quedándome pasmada observando a los guardias, maldición. —¡Hey! ¡Alto ahí! —gritaron los guardias mientras se acercaban. Mis amigos comenzaron a correr por la calle dejándome sola y yo comencé a escalar la reja, logré llegar hasta la mitad cuando sentí una corriente eléctrica invadir todo mi cuerpo desde la espalda haciéndome retorcerme, caí de espaldas en la grama dándome un terrible golpe en la cabeza, pero mis articulaciones estaban demasiado entumecidas como para preocuparme por eso.  Intenté volver a levantarme para intentar huir, sin embargo, otra corriente eléctrica atravesó todo mi cuerpo tan dolorosamente que mi boca se secó y mis pulmones se le dificultó la respiración, sabía que esta era la gota que rebosaría el vaso de las advertencias de mis papás; iría al reformatorio porque mi conducta según ellos estaba fuera de control. Un foco me iluminó el rostro y luego cuando vi a varios oficiales policiales, diciendo que estaba detenida, todo se volvió oscuro.