Narra Christina
Años atras...
—¿De dónde vienes?—Matthew pregunta mientras se desliza a mi lado. Lo miro, tomando nota de sus ojos hinchados y la mirada triste en su rostro. Me rompe el corazón. Matthew es una de esas personas positivas y despreocupadas. Siempre tiene una sonrisa y siempre trata de ser optimista. Pero su padre está muerto y no sé cómo ayudarlo. No sé cómo ayudar a ninguno de los dos.
—Estaba controlando a Marcus —murmuro—.Parece que está en un mal lugar.
Matthew asiente.
—Sí, yo también he estado preocupada por él. Es tan raro. He llorado muchísimo, mamá no ha dejado de llorar, y aunque mi tía Melissa no ha salido de su habitación en días, al menos la he oído llorar. Pero Marcus no ha llorado, ni una sola vez.
—Él no parece del tipo que llora —digo con tristeza.
—Debería hacerlo. Él y papá siempre fueron tan cercanos. Lo admiraba y mi papá lo trataba como su posesión más preciada. Pero mi hermano es demasiado terco para mostrar dolor. Te garantizo que probablemente esté pensando en cómo tiene que ser fuerte para el resto de nosotros. En su mente, él está a cargo ahora y no puede darse el lujo de parecer débil.
Matthew no me está diciendo lo que no sé.
—Bueno, si el otro hijo de tu padre no fuera tan tonto, tal vez tendría dos hijos a los que les podría haber enseñado las cuerdas —bromeo, dándole un codazo en el hombro.
—¿Qué divertido sería eso? Marcus puede ocuparse del negocio. No tengo ningún problema en cosechar las recompensas —dice Matthew tratando de sonar optimista, pero puedo ver que todavía está preocupado.
—Estoy segura de que estará bien.
—¿Crees que podrías hablar con él?
—miro sus ojos verdes, tan diferentes a los de su hermano. Los ojos de Matthew son como el bosque, brillantes y llenos de esperanza. Los ojos de Marcus son como cristales. Duro y frío.
—Me odia, Matthew.
—Él no te odia, créeme. Probablemente solo esté molesto por cómo fueron las cosas entre nosotros. Lo cual es ridículo, considerando que ha pasado un año—dice—.Marcus probablemente piensa que todavía estoy enamorado de ti.
—No lo estas, ¿verdad? —pregunto, un poco preocupada por su respuesta.
Matthew sonríe y niega con la cabeza.
—Diablos no. Ni siquiera un poco— responde.
Empujo su brazo.
—Vaya, eres realmente bueno para el ego de una chica—le digo.
Él ríe.
—No me malinterpretes, Christina. Siempre me preocuparé por ti, pero hiciste bien en romper conmigo. Estamos en caminos diferentes y probablemente estemos mejor separados. Además, ambos sabemos que no soy el chico para ti.
—Lo siento—le digo en voz baja.
—No lo sientas. Todo está bien. Eres Christina Lozano y cuando tomas una decisión es en serio.
Coloco una mano sobre mi pecho en fingida gratitud.
—Me conoces tan bien.
—Siempre. Además, ahora eres una abogada ruda. Te llamaré si necesito ayuda para salir de la cárcel.
—Prometo cobrarte extra— le aseguro.
—Vamos, vamos a ver a mamá— dice, llevándome hacia la habitación de su madre.
Samantha Sarmiento, es una de las personas más dulces y con los pies en la tierra que conozco, y verla acurrucada en su cama me rompe el corazón. Se sienta cuando se da cuenta de que Matthew y yo estamos en la habitación.
—¿Christina?—dice entre lágrimas.
—Hola, Sam—saludo, acercándome y acurrucándome junto a ella en la cama.
—Te ves ruda—se ríe suavemente antes de pasar su mano por mi cabello—¿Cómo estuvo la facultad de derecho?
—Fue difícil—admito—Pero lo hice.
—Nunca dudé de ti ni por un segundo— dice con orgullo.
—Siento lo de Marlon —digo, mi voz tranquila—.Ya lo extraño.
Ella deja escapar un profundo suspiro.
—Yo también, cariño—las lágrimas brotan de sus ojos y de los míos. Muy pronto, ambas nos abrazamos a través de los sollozos.
Los Sarmiento son mi segunda familia. Empecé a salir con Matthew cuando tenía dieciocho años, pero nos conocíamos mucho antes. Éramos un trío: Matthew, Tania y yo. Éramos mejores amigos mucho antes de que surgieran sentimientos románticos. Matthew y yo salimos durante cuatro años, hasta que nos graduamos de la universidad y decidimos terminar la relación. Antes de eso, todos pensaban que nos casaríamos, pero yo lo sabía mejor. Probablemente no hubiéramos durado tanto si no hubiéramos ido a la misma universidad.
El cambio fue difícil para mí, pero sabía que tenía que concentrarme en la facultad de derecho y, como dijo Matthew, en realidad no íbamos a ninguna parte. La relación ya no tenía chispas y éramos demasiado jóvenes para tener una relación tan aburrida. No he estado en casa en San Vicente en más de un año. Odio haber venido a casa para presenciar tal tragedia.Sam se queda dormida unos minutos más tarde y, después de arroparla bajo las sábanas, Matthew y yo salimos de la habitación.
—Gracias por eso—dice una vez que estamos afuera.
—Yo no hice nada.
—La consolaste, Christina. Estás aquí. Gracias por estar aqui.
Me pongo de puntillas y alboroto su largo cabello castaño.
—Siempre estaré aquí—le aseguro.
—Lo sé. ¿Crees que podrías hacer esa magia con Marcus?
Yo suspiro.
—Ya lo intenté. No quiere hablar conmigo.
—Él no quiere hablar con nadie. Pero podrías esforzarte más.Lo miro.
—¿Por qué estás tan seguro de que se abrirá conmigo?
—Porque aunque nunca lo admitirá, te respeta. Eres genial para ponerlo en su lugar.
Muevo mi cabello sobre mis hombros.
—Pongo a cada uno en su lugar.
—Exactamente. Tal vez puedas comunicarte con él. Necesita a alguien ahora mismo, Christina. ¿Por favor?
Me mira con ojos de cachorrito y yo gimo. Sabe que no puedo decirle que no.
—Está bien, está bien. Veré lo que puedo hacer. Pero si él me grita, te gritaré a ti también. Después de haberle gritado de vuelta.
Matthew lanza su brazo sobre mis hombros.
—Lo que tú digas, bicho raro—esta es una mala idea por una gran cantidad de razones. La más grande es que Marcus es la única persona con la molesta habilidad de desconcertarme. Solía admirarlo, y nunca lo admitiré ante nadie, pero es posible que haya estado enamorado de él en la escuela secundaria. Es tres años mayor que Matthew y yo, así que nunca salía con nosotros, pero solíamos hablar. Luego comencé a salir con Matthew y todo cambió. Creo que tenía miedo de que lastimara a su hermano pequeño. Y al final, le di la razón.