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Una Promesa de Hermanos (Libro#14 De El Anillo del Hechicero)

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“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros aguerridos e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico”.

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos.

En UNA PROMESA DE HERMANOS, Thorgrin y sus hermanos salen de la tierra de los muertos, más decicidos que nunca a encontrar a Guwayne, y se embarcan a través de un mar hostil, que los lleva a lugares más allá de sus sueños más salvajes. Mientras están cada vez más cerca de encontrar a Guwayne, también se encuentran con obstáculos como nunca antes, obstáculos que los pondrán a prueba hasta el límite, que requerirá de todo su entrenamiento y los obligará a ser uno, como hermanos.

Darius se enfrenta al Imperio, acumulando sin miedo un ejército mientras libera un esclavo de la aldea tras otro. Enfrentado a ciudades fortificadas, contra un ejército mil veces más grande que él, reúne todos sus instintos y valentía, decidido a sobrevivir, decidido a ganar, a luchar por la libertad a cualquier precio, incluso pagando con la vida.

Gwendolyn, sin ninguna otra elección, dirige a su pueblo hacia el Gran Desierto, adentrándose en las profundidades del Imperio como nunca nadie lo había hecho, en búsqueda del legendario Segundo Anillo-la última esperanza para la supervivencia de su pueblo y la última esperanza para Darius. Sin embargo, a lo largo del camino, se encontrará con monstruos horrorosos, peores paisajes y una insurrección de entre su propio pueblo que incluso ni ella podría ser capaz de detener.

Erec y Alistair se embarcan hacia el Imperio para salvar a su pueblo y, a lo largo del camino, se detienen en islas escondidas, decididos a formar un ejército, aunque esto signifique tratar con mercenarios de dudosa reputación.

Godfrey se encuentra de lleno en la ciudad de Volusia y de lleno en problemas ya que su plan va de mal en peor. Encarcelado, preparado para ser ejecutado, finalmente, incluso él puede no ver una salida.

Volusia hace un pacto con el más oscuro de los hechiceros y, llevada incluso a más grandes alturas, continúa su ascenso, conquistando todo lo que se interpone en su camino. Más poderosa que nunca, llevará su guerra hacia los pasos de la Capital del Imperio-hasta enfrentarse al ejército entero del Imperio, un ejército que hace que incluso el suyo parezca pequeño, proporcionando el escenario para una batalla épica.

¿Encontrará Thorgrin a Guwayne? ¿Sobrevivirán Gwendolyn y su pueblo? ¿Escapará Godfrey? ¿Llegarán Ere y Alistar al Imperio? ¿Se convertirá Volusia en la próxima Emperadora? ¿Llevará Darius a su pueblo hacia la victoria?

Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UNA PROMESA DE HERMANOS es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de crecimiento, de corazones rotos, de engaño, ambición y traición. Es un relato de honor y valentía, de sino y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos trae un mundo que nunca olvidaremos y que agradará a todas las edades y géneros.

“Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en una trama…Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, recursos y acción nos proporcionan una enérgica serie de encuentros que se concentran bien en la evolución de Thor desde niño soñador a joven adulto enfrentado a posibilidades de supervivencia imposibles…Es solo el comienzo de lo que promete se runa serie épica para adultos jóvenes”.

-Midwest Book Review (D. Donovan, Crítico de eBook)

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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO Darius miró el puñal ensangrentado que tenía en la mano, al comandante del Imperio muerto a sus pies y se asombró de lo que acababa de hacer. Su mundo se ralentizó al mirar hacia arriba y ver las caras perplejas del ejército del Imperio desplegadas ante él, centenares de hombres en el horizonte, hombres de verdad, guerreros con armaduras de verdad y armas de verdad, veintenas de ellos montados en zertas. Hombres que nunca habían conocido la derrota. Darius sabía que detrás de él estaban sus pocos centenares de miserables aldeanos, hombres y mujeres sin acero, sin armadura, enfrentándose solos a este ejército profesional. Le habían suplicado que se rindiera, que aceptara la mutilación; no querían una guerra que no podían ganar. No querían la muerte. Y Darius había querido complacerlos. Pero en lo más profundo de su alma no podía. Sus manos habían actuado por sí solas, su espíritu se había rebelado por sí solo y no lo podría haber controlado si lo hubiera intentado. Era la parte más profunda de su ser, la parte que había estado oprimida durante toda su vida, la parte que ansía la libertad como un moribundo ansía beber agua. Darius observó el mar de rostros, sintiéndose solo como nunca se había sentido y, sin embargo, sintiéndose más libre que nunca y su mundo dio vueltas. Se sentía fuera de sí mismo, mirando hacia él. Todo parecía surreal. Sabía que este era uno de aquellos momentos fundamentales en su vida. Sabía que este era un momento que lo cambiaría todo. Aún así, Darius no se arrepentía de nada. Miró al comandante del Imperio muerto, el hombre que habría quitado la vida a Loti, que les habría quitado la vida a todos, que los hubiera mutilado a todos y tuvo una sensación de justicia. También se sentía envalentonado. Después de todo, un oficial del Imperio había caído. Y eso significaba que cualquier soldado del Imperio podía caer. Puede que fueran engalanados con las mejores armaduras, las mejores armas, pero sangraban como cualquier otro hombre. No eran invencibles. Darius sintió una ráfaga de fuerza en su interior y se puso en acción antes de que los demás pudieran reacionar. A escasos metros estaba el pequeño séquito de oficiales del Imperio que habían acompañado a su comandante y estaban allí aturdidos, estaba claro que no habían esperado otra cosa que no fuera la rendición, que no habían esperado nunca que atacaran a su comandante. Darius se aprovechó de su sorpresa. Se abalanzó hacia delante, desenfundó un puñal de su cintura, le cortó el cuello a uno, seguidamente dio una vuelta y, en el mismo movimiento, se lo clavó a otro. Los dos lo miraron fijamente, con los ojos abiertos como platos, como incrédulos de que esto les pudiera pasar ellos, la sangre salía a borbotones de sus gargantas, mientras caían sobre sus rodillas, y a continuación se desplomaban, muertos. Darius se preparó para lo peor, su atrevido movimiento lo había dejado vulnerable al ataque y uno de los oficiales se abalanzó hacia delante y apuntó con su espada de acero directo a su cabeza. En aquel momento Darius deseaba tener armadura, un escudo, una espada para parar el golpe, lo que fuera. Pero no era así. Había quedado vulnerable al ataque y, ahora, sabía que pagaría el precio. Al menos moriría como un hombre libre. Un fuerte sonido metálico rompió en el aire y, al mirar, Darius vio a Raj a su lado, parando el golpe con su propia espada. Darius echó un vistazo y se dio cuenta de que Raj le había quitado la espada al soldado muerto, había corrido hacia adelante y había parado el golpe en el último momento. Otro sonido metálico rasgó el aire y, al mirar hacia el otro lado, Darius vio que Desmond paraba otro golpe que iba dirigido a él. Raj y Desmond corrían hacia delante, atacando a sus oponentes, que no habían previsto la defensa. Se movían como posesos, el sonido de sus espadas echaba chispas al encontrarse con las de sus contrincantes, haciéndolos retroceder y, a continuación, cada uno de ellos asestó un golpe mortal antes de que los soldados del Imperio pudieran defenderse en absoluto. Los dos soldados cayeron al suelo, muertos. Darius sintió una ráfaga de gratitud hacia su hermanos, estaba encantado de tenerlos aquí, luchando a su lado. Ya no se enfrentaba solo al ejército. Darius agarró la espada y el escudo del cuerpo del comandante muerto y entonces se unió a Desmond y a Raj mientras corrían hacia delante para a****r a los seis oficiales de su séquito que quedaban. Darius puso la espada en alto y disfrutó de su peso, era tan agradable empuñar una espada de verdad, un escudo de verdad. Se sentía invencible. Darius se echó hacia delante y paró el golpe de una poderosa espada con su escudo a la vez que asestaba una puñalada con la espada entre los pliegues de la armadura de un soldado del Imperio, apuñalándolo en el hombro; el soldado hizo un gruñido y cayó sobre sus rodillas. Se dio la vuelta y balanceó su escudo, parando un golpe por el lado, entonces giró y usó el escudo como arma, golpeando a otro atacante en la cara y haciéndolo caer. Entonces dio vueltas con su espada y se la clavó a otro atacante en el estómago, matándolo justo antes de que el soldado, con las manos levantadas por encima de su cabeza, pudiera asestarle un golpe en el cuello a Darius. Raj y Desmond embistieron hacia delante, también, a su lado, yendo golpe a golpe con los otros soldados, el sonido metálico resonando fuerte en sus oídos. Darius pensaba en todos sus entrenamientos con espadas de madera y ahora, en la batalla, veía lo grandes guerreros que eran. Mientras se balanceaba se daba cuenta de lo mucho que lo habían curtido sus entrenamientos. Se preguntaba si podría haber ganado sin ellos. Y estaba dispuesto a ganar por él mismo, con sus dos manos y a no recurrir nunca, nunca al poder mágico que estaba escondido en algún sitio en lo profundo de su ser y que él no comprendía del todo- o no quería comprender. Mientras Darius, Desmond y Raj abatían a lo que quedaba del séquito, mientras estaban allí solos en medio del campo de batalla, los otros centenares de soldados del Imperio en la distancia finalmente se reunieron. Se congregaron, soltaron un gran grito de guerra y embistieron hacia ellos. Darius observaba desde allí, respirando con dificultad, con la espada ensangrentada en la mano y se dio cuenta de que no podía correr hacia ningún lugar. Cuando los perfectos escuadrones de soldados se pusieron en acción, entendió que la muerte se estaba dirigiendo hacia ellos. Se mantuvo firme, al igual que Desmond y Raj, se secó el sudor de la frente y se encaró a ellos. No se echaría atrás, por nadie. Entonces hubo otro gran grito de guerra, esta vez proveniente de detrás, y Darius echó un vistazo hacia atrás y se sorprendió gratamente al ver a todos sus aldeanos atacando, reuniéndose. Divisó a varios de sus hermanos de armas corriendo hacia delante, recogiendo espadas y escudos de los soldados del Imperio caídos, apresurándose a unirse a sus filas. Darius estaba orgulloso de ver que los aldeanos cubrían el campo de batalla como una ola, recogiendo y armándose con acero y armas, y pronto varias docenas de ellos iban armados con armas de verdad. Aquellos que no tenían acero empuñaban improvisadas armas talladas en madera, docenas de los más jóvenes, los amigos de Darius, empuñaban lanzas cortas de madera que habían afilado en punta y llevaban pequeños arcos y flechas de madera a los lados, claramente deseosos de una batalla como esta. Todos embestían juntos, a una, cada uno de ellos luchando por sus vidas mientras se unían a Darius para enfrentarse al ejército del Imperio. Una enorme bandera ondeaba en la distancia, una trompeta sonó y el ejército del Imperio se mobilizó. El sonido metálico de las armaduras llenaba el aire mientras centenares de soldados del Imperio marchaban hacia delante a una, bien disciplinados, un muro de hombres, hombro a hombro, manteniendo las filas a la perfección mientras se dirigían hacia la multitud de aldeanos. Darius dirigía a sus hombres en el ataque, todos ellos claramente sin miedo a su lado, y mientras se aproximaban a las filas del Imperio, Darius gritó: “¡LANZAS!” Su gente lanzó sus cortas lanzas al vuelo, pasando altas por encima de la cabeza de Darius, volando a través del aire y encontrando sus objetivos a lo largo del claro. Muchas de las lanzas de madera, no suficientemente afiladas, golpeaban las armaduras y rebotaban sin provocar ningún daño. Pero una cuantas encontraron pliegues en las armaduras y dejaron sus marcas y un puñado de soldados del Imperio gritaron, cayendo en la distancia. “¡FLECHAS!” exclamó Darius, todavía atacando, con la espada en alto, cerrando el vacío. Varios aldeanos se detuvieron, apuntaron y soltaron una descarga de flechas de madera afiladas, docenas de ellas dibujando arcos altos en el aire, a través del claro, para sorpresa del Imperio, que claramente no había previsto una lucha- y mucho menos que los aldeanos tuvieran armas. Muchas rebotaban sin provocar daños en las armaduras, pero una cantidad suficiente hicieron diana, impactando a los soldados en la garganta y en sus articulaciones, haciendo caer a unos cuantos más. “¡PIEDRAS!” vociferó Darius. Varias docenas de aldeanos dieron un paso al frente y, usando sus hondas, lanzaron piedras. Una cortina de pequeñas piedras caía como granizo por los cielos y el sonido de piedras golpeando las armaduras llenaba el aire. Unos cuantos soldados, a quienes las piedras habían golpeado en la cara, cayeron al suelo, mientras muchos otros se detenían y levantaban sus escudos o sus manos para parar el asalto. Esto ralentizó al Imperio y añadió un elemento de incertidumbre a sus filas, pero no los detuvo. Ellos avanzaban más y más, sin romper nunca las filas, incluso con flechas, lanzas y piedras atacándoles. Simplemente alzaron sus escudos, demasiado arrogantes como para agacharse, marchando con sus brillantes alabardas de acero directas al aire, sus largas espadas de acero balanceándose en sus cinturones, haciendo un sonido metálico en la luz de la mañana. Darius observaba cómo avanzaban y sabía que era un ejército profesional el que se dirigía hacia él. Sabía que era una ola de muerte. Se oyó un repentino ruido sordo y Darius alzó la vista y vio tres enormes zertas desmarcándose de las primeras líneas y embistiendo hacia ellos, un oficial montaba en cada uno de ellos, empuñando largas alabardas. Los zertas embestían, con furia en sus rostros, levantando olas de polvo. Darius se preparaba mientras uno de ellos se le acercaba, el soldado se mofaba de él al levantar su alabarda arrojándosela, de repente. A Darius la velocidad lo cogió desprevenido y, en el último momento, la esquivó, librándose por poco. Pero el aldeano de detrás suyo, un chico al que conocía de siempre, no tuvo tanta suerte. Gritó de dolor cuando la alabarda le perforó el pecho, la sangre salía a borbotones de su boca mientras caía de espaldas, mirando fijamente al cielo. Darius, llevado por la rabia, se dio la vuelta y se encaró al zerta. Esperó y esperó, sabiendo que si no calculaba el tiempo a la perfección, sería pisoteado hasta la muerte. En el último segundo, Darius se apartó del camino rodando sobre sí mismo en el suelo y balanceó su espada, cortando las patas del zerta desde abajo. El zerta chilló y cayó de cabeza al suelo, su jinete salió volando y fue a parar al grupo de aldeanos. Un aldeano salió de entre la multitud y corrió hacia delante, sujetando una piedra grande por encima de su cabeza. Al darse la vuelta, Darius se sorprendió al ver que se trataba de Loti- la llevó en alto y, a continuación, la estampó contra el casco del soldado, matándolo. Darius escuchó el ruido de un galope y se dio la vuelta para descubrir a otro zerta que se le echaba encima. El soldado, a horcajadas encima de él, levantó su lanza y apuntó hacia él. No había tiempo para reaccionar. Un gruñido rasgó el aire y Darius se sorprendió al ver a Dray aparecer de repente, dando un salto alto en el aire hacia delante y morder el pie del soldado justo cuando arrojaba la lanza. El soldado se tambaleó hacia delante y la lanza fue directa hacia abajo, al barro. Se tambaleó y cayó del zerta de lado y, al golpear el suelo, varios aldeanos se abalanzaron sobre él. Darius miró a Dray, que fue corriendo a su lado, agradecido a él para siempre. Darius oyó otro grito de guerra y, al girarse, descubrió a otro oficial del Imperio cargando hacia él, levantando su espada y dirigiéndola hacia abajo, hacia él. Darius se dio la vuelta y lo esquivó, lanzando por los aires con un golpe de espada la otra espada antes de que pudiera alcanzarle el pecho. Entonces Darius giró y propinó una patada en los pies al soldado desde abajo. Este cayó al suelo y Darius le dio una patada en la mandíbula antes de que pudiera levantarse, dejándolo fuera de combate para siempre. Darius observó cómo Loti pasaba corriendo por su lado lanzándose de cabeza al grosor de la lucha mientras arrancaba una espada de la cintura de un soldado muerto. Dray se lanzó hacia delante para protegerla y a Darius le preocupó verla en medio de la lucha y deseaba proporcionarle seguridad. Loc, su hermano, se le adelantó. Corrió hacia delante y agarró a Loti por detrás, haciendo que soltara la lanza. “¡Debemos marcharnos de aquí!” dijo. “¡Este no es lugar para ti!” “¡Este es el único lugar para mí!” insistió ella. Sin embargo, Loc, incluso con una sola mano buena, era sorprendentemente fuerte y consiguió arrastrarla, protestando y dando patadas, lejos del grosor de la batalla. Darius le estaba más agradecido de lo que podía decir. Darius oyó el sonido del acero a su lado y, al darse la vuelta, vio a uno de sus hermanos de armas, Kaz, luchando contra un soldado del Imperio. Mientras Kaz una vez había sido un abusón y un dolor de muelas para Darius, ahora debía admitir que estaba feliz de tener a Kaz a su lado. Él veía cómo Kaz iba de un lado para el otro con el soldado, un guerrero formidable, golpe a golpe, hasta que al final el soldado, en un movimiento inesperado, venció a Kaz y tiró la espada de su mano. Kaz estaba allí, indefenso, con el miedo en el rostro por primera vez desde que Darius podía recordar. El soldado del Imperio, con sangre en sus ojos, dio un paso adelante para acabar con él. De repente, se oyó un ruido metálico y el soldado se congeló y cayó de cara al suelo. Muerto. Los dos echaron un vistazo y Darius se quedó perplejo al ver allí a Luzi, la mitad del tamaño de Kaz, sujetando una honda en su mando, vacía por haber disparado recientemente. Luzi sonrió satisfecho a Kaz. “¿Te arrepientes ahora de haber abusado de mí?” le dijo a Kaz. Kaz lo miró fijamente, sin habla. Darius estaba impresionado de que Luzi, después de la manera en que Kaz lo había atormentado durante todos sus días de entrenamiento, se había acercado a salvar su vida. Esto inspiraba a Darius a luchar con más fuerza. Darius, viendo al zerta abandonado pisoteando salvajemente a sus filas, se apresuró hacia delante, corrió a su lado y lo montó. El zerta daba salvajes sacudidas, pero Darius resistía, sujetándose fuerte, decidido. Finalmente, lo controló y consiguió darle la vuelta y dirigirlo hacia las filas del Imperio. Su zerta galopaba tan rápido que apenas podía controlarlo, llevándolo lejos de todos sus hombres, directo a embestir sin ayuda alguna el grosor de las filas del Imperio. El corazón de Darius latía con mucha fuerza en su pecho mientras se acercaba al muro de soldados. Parecía impenetrable desde aquí. Y aún así, no había vuelta atrás. Darius se obligó a que su valentía lo llevara. Cargó directo hacia ellos y, mientras lo hacía, daba golpes salvajemente con su espada. Desde esta ventajosa posición alta, Darius daba golpes con su espada a un lado y a otro, llevándose a docenas de sorprendidos soldados del Imperio, que no habían previsto que los atacara un zerta. Se abría camino entre las filas a una velocidad cegadora, separando el mar de soldados, llevado por el fragor del momento cuando, de repente, sintió un horrible dolor en el costado. Sintió como si las costillas se le hubieran partido en dos. Darius perdió el equilibrio y salió volando por los aires. Dio un fuerte golpe en el suelo, sintiendo un dolor punzante en el costado y se dio cuenta de que le habían golpeado con la bola de metal de un mayal. Estaba tumbado en el suelo, en el mar de soldados del Imperio, lejos de su gente. Mientras estaba allí tumbado, su cabeza resonaba y el mundo se le volvió borroso, miró a la distancia y vio que estaban rodeando a su gente. Ellos luchaban con valentía, pero estaban en clara desventaja numérica, demasiado descompensados. Estaban haciendo una c********a con sus hombres, sus gritos llenaban el aire. La cabeza de Darius, demasiado pesada, cayó hacia el suelo y, allí tumbado, miró hacia arriba y vio a todos los soldados del Imperio acercándose a él. Estaba allí tumbado, agotado, y sabía que su vida pronto se acabaría. Al menos, pensó, moriría con honor. Al menos, finalmente, era libre.

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