—¡Joder! Que me ha pasado con ese gilipollas que parezco un San Bernardo, salivando —se increpa a sí misma.
Se mira en el espejo, se arregla el cabello, batiendo con ambas manos su rubia cabellera, se retoca el labial y desabotona dos ojales, dejando que sus pechos se asomen con un par de melones dulces y gustosos a la vista de cualquier ser humano, normal.
Regresa a su asiento, pasa por encima de su compañero, quien evita al máximo el mínimo roce con su compañera de vuelo.
—Disculpe —se excusa ella, hinchando su pecho para coquetearle al hombre.
Mientras ella busca la manera de provocarlo, él toma un folleto de turismo para examinarlo y evitar que su mirada se desvíe hasta las protuberantes montañas que Marla muestra tras el insinuante escote de la blusa de chiffon blanca.
Un tanto desconcertada al notar la falta de interés del apuesto hombre, asume que debe tener otras preferencias sexuales, se vira un poco en el asiento y le da la espalda. Durante el trayecto, no vuelve a mirarlo, se queda levemente dormida. Hasta que escucha la voz de la aeromoza anunciando el pronto arribo a Calabria. Minutos más tarde, el avión desciende en la capital calabrense.
Marla aguarda por su equipaje, su compañero de vuelo parece haber desaparecido, camina con su maleta rodante hasta la línea de taxis ubicada en las afueras del aeropuerto. Allí, toma el taxi que deberá llevarla a Tropea. El viaje es de una hora, y Marla se siente un poco exhausta. El intenso verano se pasea sobre el paisaje, los autos que van y vienen por la carretera aumentan la sensación de cansancio en la chica.
—Joder, que parece el infierno en llamas de Dante —murmura, mientras se echa aire con la mano y abre la ventanilla completamente; el chofer la mira por el retrovisor y sonríe. Sabe por su aspecto, que aquella chica citadina, no es de por esos lados.
Repentinamente llega a su mente, la imagen del hombre apuesto en el avión. ¿A dónde iría? ¿Qué rumbo habría tomado? Calabria tiene tantos lugares a donde ir… exhala un suspiro y mira su reloj, se abstrae en el paisaje hasta que finalmente llega a su destino. El taxi se detiene, ella baja del auto, mira la entrada de tierra y lo lejos que se ve la casa de sus abuelos. La memoria de su infancia regresa hecha recuerdos, momentos llenos de alegría y felicidad que la llenan de cierta nostalgia. Toma su equipaje y continúa caminando hacia la entrada. La sonrisa de su abuela le reconforta el alma. Un abrazo, ese abrazo que desde hace más de diez años no sentía.
—¡Bambina!
El recibimiento de Carmina y Elio, sus abuelos maternos, calman toda incomodidad en ella. Era como si su alma se refrescara con la ternura de aquella pareja de ancianos.
—Ragazza —Elio la ayuda con el equipaje, pero ella se niega.
—Nonno, yo la llevó.
Entran a la pequeña casa, ya la mujer tiene servida la comida para el almuerzo. Elio le pide a su nieta que haga la oración por los alimentos que están por consumir, ella asiente y mientras oran todo su pasado regresa intacto. “No hay mejor manera de volver al pasado, que visitar a tus abuelos", piensa.
Marla suele ser visualmente muy perceptiva, pudo notar con solo mirar alrededor que la situación de sus abuelos, era bastante precaria.
—Nonno, mi porti in città a fare la spesa che mi serve? (¿Abuelo, me llevas a la ciudad a hacer unas compras que necesito?) —preguntó Marla, a su abuelo. Ella había aprendido muy bien el italiano junto a su madre, a pesar de que desde los cinco años, Manuela y Mario, se fueron a Madrid en busca de progreso y un futuro mejor para su pequeña hija.
—Ovviamente ragazza —responde él hombre de cabello blanco, nariz perfilada y mirada triste. —Andiamo!
Marla sube a la camioneta algo destartalada de su abuelo, la misma que recuerda cuando ella apenas tenía cinco años. El hombre entra y jala la puerta un par de veces para cerrarla, algo que solo consigue en un tercer intento. Marla se cubre la boca para no dejar que su abuelo note sus ganas de reír. Conduce a poca velocidad hasta el centro de la ciudad, al mismo ritmo que su andar aletargado.
Durante el trayecto, ella conversa con su nonno sobre la situación del desalojo de la casa. Efectivamente con astucia y malicia, Jerónimo Caligari el CEO de una empresa ferroviaria, había convencido a sus abuelos de venderle sus tierras para la construcción de una avenida que uniera el mar con la zona ciudad, atravesando la zona campestre donde tenían ubicada la vieja casa familiar.
Carmina le consultó a Marsella, como principal heredera sobre la venta de las tierras y esta le prohibió hacerlo dándole un no, rotundo. Ella no necesitaba el dinero de sus padres, era parte de lo que ellos habían trabajado por más de siete décadas, eran los únicos dueños de aquel lugar. Mas, la necesidad en la que se encontraban, los orilló a dejarse convencer por Jerónimo Caligari.
De pronto la camioneta comenzó a fallar, deteniéndose en medio de la calle, frente a la plaza. Marla bajó del auto y mientras su abuelo revisaba el motor, aprovechó de comprar en una tienda de comida artesanal todo lo que pudo.
Venía caminando apresurada y un tanto distraida, traía ambas manos ocupadas, justo cuando iba a bajar la acera, vio un auto pasar frente a ella a toda velocidad haciéndola tambalearse y perder el equilibrio, repentinamente sintió que alguien la sujetaba de la cintura y un déjà sentí la hizo estremecer.
—Cuidado señorita. —al verlo, Marla se encontró con los ojos azules y profundos de aquel hombre; reconoció de inmediato su voz grave y seductora.
Sí, era él. El mismo hombre que viajó a su lado en el avión, él mismo que le provocó aquella extraña sensación que la hizo estremecerce desde adentro.
¿Qué probabilidades había de encontrarse de nuevo con él, en aquel lugar? ¿Era una simple casualidad o una rara jugada del destino?...