CAPÍTULO SEIS
Duncan guiaba a sus hombres cabalgando bajo la luz de la luna, atravesando las llanuras nevadas de Escalon con el paso de las horas y dirigiéndose hacia el horizonte hacia Andros. La cabalgata nocturna le trajo memorias de batallas pasadas, del tiempo que pasó en Andros sirviendo al antiguo Rey; se perdió en sus pensamientos, en memorias que se mezclaban con el presente y con fantasías del futuro hasta que no pudo distinguir lo que era real. Como siempre, sus pensamientos giraron hacia su hija.
Kyra. ¿Dónde estás? se preguntaba.
Duncan oró por que estuviera segura y progresara en su entrenamiento, y por que pronto se reunieran. ¿Podría ella invocar a Theos de nuevo? se preguntó. Si no, no sabía si podrían ganar esta guerra que ella había empezado.
El incesante sonido de los caballos y armaduras llenaba la noche. Duncan apenas sentía el frío con el corazón cálido por la victoria, por el impulso, por el creciente ejército que lo seguía y por la anticipación. Finalmente después de todos estos años sentía que las cosas giraban a su favor. Sabía que Andros estaría protegido por un ejército profesional, que estarían superados en número, que la capital estaría fortificada y que no contaban con los hombres suficientes para organizar un asedio. Sabía que le esperaba la batalla de su vida, una que determinaría el destino de Escalon. Pero este era el peso del honor.
Duncan también sabía que él y sus hombres tenían una causa de su lado, un deseo y propósito; y más que nada, velocidad y el elemento de la sorpresa. Los Pandesianos nunca esperarían un ataque a la capital, no por personas subyugadas y nunca de noche.
Finalmente, mientras empezaba a amanecer aún con un azul opaco, Duncan vio en la distancia cómo empezaban a aparecer los contornos familiares de la capital. Era una vista que no había esperado ver en su vida, una que hizo que se le acelerara el corazón. Las memorias de todos los años que vivió ahí volvieron apresuradamente, del tiempo en que había servido lealmente al rey y al país. Recordó a Escalon en la cúspide de su gloria, una nación libre y orgullosa, una que parecía invencible.
Pero esto también le trajo memorias amargas: la traición del débil Rey hacia su gente, el cómo había entregado Escalon y su capital. Recordó cómo él y todos los jefes militares se dispersaron obligados a retirarse en vergüenza, exiliados a sus propias fortalezas en Escalon. El ver los majestuosos contornos de la ciudad le hicieron sentir deseo y nostalgia y miedo y esperanza al mismo tiempo. Estos eran los contornos que habían marcado su vida, los límites de la ciudad más grande de Escalon, gobernada por reyes por siglos, extendiéndose tan lejos que era difícil ver dónde terminaba. Duncan respiró profundo al ver los familiares parapetos y cúpulas y chapiteles, todos arraigados profundamente en su alma. De algún modo, era como regresar a casa; excepto que Duncan ahora no era el derrotado y leal comandante que alguna vez había sido. Ahora era más fuerte, no le respondería a nadie, y traía un ejército a las espaldas.
Mientras amanecía, la ciudad seguía alumbrada por antorchas, lo que quedaba de la guardia nocturna empezaba a recibir la mañana entre la niebla y, mientras Duncan se acercaba, vio algo más que hizo que su corazón le ardiera: las banderas azul y amarillo de Pandesia ondeando orgullosamente sobre las almenas de Andros. Esto le hizo sentirse enfermo y renovó su sentido de determinación.
Duncan inmediatamente examinó las puertas y se sintió animado al ver que estaban guardadas sólo por unos cuantos soldados. Respiró aliviado. Si los Pandesianos supieran que venían, habría miles de soldados cuidándolas; y Duncan y sus hombres no tendrían oportunidad. Pero con esto supo que no los esperaban. Los miles de Pandesianos deberían estar aún dormidos. Afortunadamente, Duncan y sus hombres habían avanzado lo suficientemente rápido para tener una oportunidad.
Duncan sabía que este elemento de la sorpresa sería su única ventaja, lo único que les daría una oportunidad de tomar la inmensa capital con sus filas de almenas y diseñada para resistir a cualquier ejército; eso, y el conocimiento de Duncan de sus fortificaciones y puntos débiles. Sabía que algunas batallas se habían ganado con menos. Duncan estudió la entrada de la ciudad y supo en dónde deberían a****r primero si quería tener una oportunidad de ser victorioso.
“¡Quien controla las puertas controla la ciudad!” Les gritó Duncan a Kavos y a sus otros comandantes. “No deben cerrarse, no debemos permitirles cerrarlas sin importar el costo. Si lo hacen, estaremos atrapados definitivamente. Llevaré una pequeña fuerza conmigo e iremos hacia las puertas a toda velocidad. Tú,” dijo señalando a Kavos, Bramthos y Seavig, “lleven al resto de los hombres hacia las guarniciones y protejan nuestros flancos de los soldados que salgan.”
Kavos negó con la cabeza.
“Cargar contra esas puertas con un pequeño grupo es imprudente,” gritó. “Estarás rodeado y, si estoy peleando en las guarniciones, no podré cuidarte la espalda. Es un suicidio.”
Duncan sonrió.
“Y es por eso que lo haré yo mismo.”
Duncan pateó a su caballo y avanzó delante de los otros dirigiéndose hacia las puertas, mientras Anvin, Arthfael y una docena de sus más cercanos comandantes, hombres que conocían Andros tan bien como él, hombres con los que había peleado toda su vida, lo siguieron como él esperaba que lo hicieran. Todos se dirigieron hacia las puertas de la ciudad a toda velocidad mientras, detrás de ellos, Duncan vio cómo Kavos, Bramthos, Seavig, y el resto del ejército se dirigieron hacia las guarniciones Pandesianas.
Duncan, con el corazón acelerado, sabiendo que tenía que llegar a la puerta antes de que fuera tarde, bajó la cabeza e hizo que el caballo se apresurara. Galoparon hacia el centro de la vereda sobre el Puente del Rey, con las pezuñas resonando en la madera, y Duncan sintió cómo se avecinaba la batalla. Al amanecer, Duncan vio el rostro confundido del primer Pandesiano que los detectó, un soldado joven que hacía guardia medio dormido en el puente, parpadeando mientras su rostro se llenaba de terror. Duncan se acercó, sacó su espada, y en un movimiento rápido lo cortó antes de que pudiera levantar su escudo.
La batalla había empezado.
Anvin, Arthfael, y los otros arrojaron sus lanzas, derribando a una docena de Pandesianos que voltearon hacia ellos. Continuaron galopando sin detenerse sabiendo que esto significaría su vida. Se apresuraron sobre el puente y se abalanzaron sobre las puertas abiertas de Andros.
Aún a unas cien yardas de distancia, Duncan observó las legendarias puertas de Andros, talladas en oro con unos cien pies de altura, diez pies de ancho, y sabía que, si se sellaban, la ciudad sería impenetrable. Ocuparía equipo de asedio profesional, que no tenía, y muchos meses con muchos hombres golpeando las puertas, que tampoco tenía. Estas puertas nunca se habían rendido a pesar de siglos de ataques. Si no las alcanzaba a tiempo, todo estaría perdido.
Duncan analizó a la docena de soldados Pandesianos que las cuidaban, una fuerza ligera, hombres adormecidos al amanecer y ninguno esperando un ataque, y apresuró a su caballo sabiendo que el tiempo era limitado. Tenía que llegar antes de que lo descubrieran; necesitaba sólo un minuto más para asegurar su supervivencia.
Pero de repente, se escuchó el sonido de un cuerno, y el corazón de Duncan cayó al ver en la cima de los parapetos a un soldado sonando un cuerno de advertencia una y otra vez. El sonido hizo eco en las murallas de la ciudad y Duncan se descorazonó al ver que había perdido la ventaja que tenía. Había subestimado al enemigo.
Los soldados Pandesianos en la puerta se pusieron en acción. Avanzaron y pusieron sus hombros en las puertas, seis hombres de cada lado, empujando con todas sus fuerzas para cerrarlas. Al mismo tiempo, cuatro soldados más movían palancas a los lados mientras otros cuatro jalaban cadenas de cada lado. Con un gran ajetreo, las barras empezaron a cerrarse. Duncan observó con desesperación sintiendo como si cerraran un ataúd en su corazón.
“¡MÁS RÁPIDO!” apremió a su caballo.
Todos se apresuraron en una última carrera definitiva. Al acercarse, algunos de los hombres arrojaron sus lanzas a los hombres en las puertas en un esfuerzo desesperado; pero aún estaban muy lejos y las lanzas se quedaron cortas.
Duncan apuró a su caballo como nunca antes, cabalgando imprudentemente delante de los demás y, al acercarse a las puertas, de repente sintió algo pasar volando a su lado. Se dio cuenta que era una jabalina y volteó hacia arriba para ver a soldados encima de los parapetos arrojándolas. Duncan escuchó un grito y volteó a ver a uno de sus hombres, uno con el que había peleado a su lado por años, atravesado y cayendo de espaldas, muerto.
Duncan se apresuró aún más dejando de protegerse y dirigiéndose hacia las puertas. Estaba a unas veinte yardas de distancia y las puertas casi se cerraban. Sin importar cómo, incluso si significaba su muerte, no dejaría que eso sucediera.
En un último avance s*****a, Duncan saltó del caballo arrojándose hacia la abertura que quedaba en las puertas. Extendió la mano con su espada y alcanzó a meterla en la abertura entre las puertas. La espada se dobló pero sin romperse. Duncan sabía que esa franja de metal era lo único que impedía que las puertas se cerraran completamente, lo único que mantenía a la capital abierta, lo único que evitaba que todo Escalon estuviera perdido.
Los impresionados soldados Pandesianos, al darse cuenta que la puerta no cerraba, miraron asombrados la espada de Duncan. Se abalanzaron hacia ella y Duncan sabía que no dejaría que eso pasara incluso si perdía la vida.
Aún aturdido por la caída de su caballo y con dolor en las costillas, Duncan trató de rodar para alejarse del primer soldado, pero no pudo hacerlo. Vio la espada levantarse detrás de él y se preparó para el mortal impacto; pero de repente el soldado gritó y Duncan miró a su caballo relinchando y golpeando a su enemigo en el pecho antes de que pudiera a****r a Duncan. El soldado salió volando con las costillas rotas y cayó de espaldas inconsciente. Duncan miró a su caballo con gratitud dándose cuenta de que le había vuelto a salvar la vida.
Con el tiempo que necesitaba, Duncan se puso de pie sacando su espada de repuesto y se preparó para el grupo de soldados que llegaba. El primer soldado lo atacó con su espada y Duncan la bloqueó sobre su cabeza, giró y lo cortó entre los hombros haciéndolo que cayera. Duncan avanzó y cortó al siguiente soldado en el estómago antes de que pudiera alcanzarlo, saltando después sobre su cuerpo y golpeando al siguiente soldado con los dos pies haciéndolo caer de espaldas. Se agachó mientras otro soldado trataba de golpearlo y después giró y lo cortó en la espalda.
Duncan, distraído por sus atacantes, giró al sentir movimiento detrás de él y vio cómo un Pandesiano tomaba la espada de la r*****a y empezaba a jalarla. Al ver que no había tiempo, Duncan giró, apuntó, y lanzó su espada. Esta voló en el aire y se encajó en la garganta del hombre antes de que pudiera sacar la espada larga. Había salvado la puerta, pero había quedado indefenso.
Duncan avanzó hacia la puerta esperando poder ampliar la g****a; pero al hacerlo, un soldado lo tacleo por detrás y lo arrojó al piso. Con su espalda descubierta, Duncan sabía que estaba en peligro. No podía hacer mucho mientras el Pandesiano detrás de él levantaba su lanza para atravesarlo.
Un grito atravesó el aire y Duncan vio a Anvin acercarse girando su mazo y golpeando al soldado en la muñeca, derribando la lanza de su mano justo antes de que atravesara a Duncan. Anvin entonces saltó de su caballo y derribó al hombre y, al mismo tiempo, Arthfael y los otros llegaron atacando al grupo de soldados que se dirigía hacia Duncan.
Liberado, Duncan analizó la situación y vio a los soldados que cuidaban la puerta muertos, la puerta apenas abierta por su espada, y a cientos de soldados Pandesianos que empezaban a salir de los cuarteles apresurándose para a****r a Kavos, Bramthos, Seavig, y sus hombres. Sabía que había poco tiempo. Incluso con Kavos y sus hombres peleando, algunos escaparían y se dirigirían a la puerta, y si Duncan no controlaba estas puertas pronto, él y sus hombres estarían acabados.