Sabrina se despertó el día siguiente, se puso un albornoz por encima, escogió la ropa con la que vestirse, de un cajón sacó unas bragas limpias y un sujetador, del armario varias prendas. Con toda la ropa en sus brazos, se fue al cuarto de baño, se duchó y arregló. Volvió a la habitación y dejó el albornoz y la camiseta con la que había dormido. No pudo disimular una risilla mientras estiraba del edredón para dejar la cama decente, pensaba en la noche anterior, en la pedazo de paja que se hizo por sorpresa y como la había disfrutado.
Todavía con la sonrisilla, entró en la cocina, encima de la encimera, había un plato con dos galletas de chocolate y un pequeño bocadillo, al lado, un vaso de leche. El desayuno que cada día, desde que era una niña, le dejaba su padre preparado antes de marcharse a trabajar. Se entristeció, miró por la ventana al patio, luchando por aguantarse las lágrimas. Sacudió la cabeza para despejarse, agarró la cafetera, la que cada mañana hacía su padre para él y le hechó un chorro a la leche, ya no era tan niña como para beberse la leche sola.
Se acabó el bocadillo, miró el bonito reloj de pulsera que tanto le gustaba, por cierto, regalo de su padre en su último cumpleaños. Faltaban diez minutos para que pasara el autobús que la llevaría a la universidad, le dio un trago rápido al café con leche, agarró las dos galletas, después de ponerse una chaqueta y colgarse la bolsa de estudios, salió a la calle, se fue comiendo las galletas mientras se dirigía a la parada del autobús.
En el campus universitario, se acercaba a su facultad, vio en la puerta a su grupo de amigas, en un banco al otro lado de la calle, Carlos con el grupo de chicos que siempre estaba. Bajó la cabeza de vergüenza, volvía a pensar en lo ocurrido la noche anterior, volvía a recordar el orgasmo y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Pasó por delante de los chicos sin girar la cabeza mientras se dirigía a encontrarse con sus amigas, los chicos la miraban por detrás, una de esas miradas era muy especial, Carlos le miraba el culo, pensando que lo tenía muy bonito.
—Vamos Carlos, no la mires tanto, para pasar un rato está bien, pero no deja de ser una choni, como todas sus amigas.— Comentaba en modo jocoso uno de los amigos.
—No digas eso, ya sabes que no me gusta que os metáis con la gente, cada uno tiene las circunstancias que tiene.— Le afeaba Carlos el comentario al compañero.
—No seas tonto y ataca, a estas les compras cualquier chorrada y se te abren de piernas a la primera.— Comentaba riendo otro de los chicos.
—Iros a la mierda un rato los dos juntos.— Contestaba molesto Carlos, mientras agarraba los libros para dirigirse al aula.
Sabrina se había saludado con sus amigas.
—¿Qué te pasa? Que vas con la cabeza tan baja.— Preguntaba extrañada una de ellas.
—Nada, nada, iba pensando en mis cosas.— Respondía con una sonrisilla nerviosa Sabrina.
—Pues a ti te pasa algo, que te conozco.— Afirmaba Carly, su mejor amiga, en realidad, algo más que una simple amiga.
—Que no me pasa nada, estoy bien.
En ese momento giró la cabeza y vio como Carlos, con sus libros debajo del brazo, se dirigía donde estaban ellas.
—Vamos chicas, entremos que se hace tarde.— Apresuraba a las demás Sabrina.
—Que prisas que tienes, desde luego estás rara hoy.— Decía una de las amigas extrañada.
A Carly no se le había pasado por alto el detalle, había visto claramente que las prisas de Sabrina eran por Carlos. Entraron en el aula, todas se sentaron donde lo hacían habitualmente, Carly al lado de Sabrina, que en ese momento, miraba como entraba Carlos y se sentaba en la otra punta del aula.
—Y ese novio que tienes ¿Lo vas a dejar ya? O vas a hacer la tonta más tiempo.— Preguntaba Carly.
—Lo voy a dejar pronto.— Contestaba distraída Sabrina.
—¿Me explicarás que te pasa con Carlos? O es un secreto inexplicable.— Preguntaba en voz baja y discreta Carly.
—Con Carlos no pasa nada.
Respondió Sabrina haciéndose la despistada, nadie sabía nada, ni su mejor amiga. Carlos era eso, un amor platónico, una persona inaccesible para ella, hijo de un prestigioso arquitecto, vivía en la mejor zona de la ciudad, igual que algunos de sus amigos, unos babosos que se les caían los ojos cuando miraban a las chicas. Tíos que tenían la vida muy fácil, no como ella, que trabajaba poniendo copas en un bar por las noches de los viernes, sabados y las tardes del domingo. Con ese dinero se podía dar algún capricho, era consciente que su padre, trabajaba todas las horas posibles, para tirar la casa hacía delante y pagarle la universidad.
Cuando acabaron las clases al medio día, caminaban agarradas por el brazo las dos amigas.
—Vamos a tomar algo anda, te invito.— Le decía Carly.
—Sí, estás tú para ir invitando a la gente, cada una se paga lo suyo.— Contestaba riendo Sabrina.
Pidieron unos refrescos y se sentaron en la cafetería del campus.
Al poco rato llegó Daniel, el novio de Carly, se sentó al lado de su novia dándole un piquito.
Daniel era un chicarrón alto y fuerte, trabajaba de aprendiz de mecánico, en el taller de su tío, un taller de barrio, donde llevaban a revCarlyr el coche el padre de Sabrina y el de Carly. Precisamente, llevando el coche de su padre al taller, conoció Carly a Daniel, le atendió él, se miraron a los ojos y supieron que entre ellos había algo. Carly le contó a Sabrina que había conocido a un chico muy especial, y ahí estaban unos meses más tarde, tenían una relación estable y eran felices.
—Hombre Daniel, hacía días que no te veía.— Lo saludaba Sabrina.
—Me dijo ayer Carly que me pasara por aquí a esta hora.
—Es que tú y yo tenemos algo pendiente.
Le dijo Carly a Daniel guiñándole un ojo, se levantó y se dirigió a los servicios.
—Vamos Daniel, que Carly te espera, ya sabes como es.— Reía Sabrina.
—Sí, sí, ya sé como es.— Respondía Daniel, mientras se levantaba para ir detrás de su novia.
Carly, le había confesado a Sabrina, que le ponía muy cachonda follar en los baños, que se excitaba pensando que los podían pillar. Por eso Sabrina sabía lo que iban a hacer aquellos dos.
Daniel abrió un poco la puerta del baño de chicas, Carly le hizo un gesto para que entrara y se metió en uno, Daniel detrás. Cerró la puerta con el pestillo, Carly se sentó en la taza, le desabrochó el pantalón, le bajó la bragueta y metiendo la mano por dentro de los calzoncillos, le sacó la polla. La miró abriendo mucho los ojos, como le gustaba la polla de su novio, no era excesivamente grande, pero cuando se le ponía tiesa era muy gorda, eso le daba un gusto tremendo cuando se la metía. Le miró a los ojos, a la vez que se metía en la boca aquella polla para que creciera, Daniel miraba el techo aguantándose las ganas de gemir, Carly le pegaba unos chupetones que se la puso a mil en nada de tiempo.
—Vamos cariño, ponte el condón, vamos, vamos.
Le apresuraba mientras ella se levantaba y se giraba, se bajaba el pantalón y las bragas, apollaba una rodilla en la taza del váter y tiraba el culo para atrás, se mojó dos dedos con bastant saliva, se los pasó por el coño para lubricarlo y se lo ofreció a su novio, totalmente preparado para ser penetrado.
Daniel, que se acababa de poner el condón, sabía perfectamente como le gustaba a Carly que se la metiera, le puso la puntita en el agujerito y de un empujón de caderas, se la clavó hasta que no entró más. Carly abrió mucho los ojos y ahogó un grito, tapándose la boca con la mano, que gusto le daba sentir la polla gorda de su novio en su interior. Daniel, sabiendo que no tenían mucho tiempo, la embestía sin miramientos, como si no hubiera un mañana, Carly se apretaba más la mano contra la boca, para no dejar ir unos gritos espectaculares, tampoco era cuestión que todo el campus se enterara que estaba follando con su novio en los baños de la cafetería. —Me voy a correr, me voy a correr.— Susurraba jadeando Carly. Le empezó a temblar el cuerpo y las piernas del orgasmo, Daniel inició la descarga de esperma dentro del condón, sujetándose a las caderas de su novia para dar los últimos empujones, se corrieron los dos temblándoles las piernas del placer.
Carly se giró y le dio un beso en la boca a Daniel, este se quitó el condón y lo tiró al váter, antes que su novia se sentara para hacer un pipi, en la cara se le notaba el buen orgasmo que había tenido. Daniel sonreía mientras se abrochaba el pantalón, abrió la puerta un poco, para asegurarse que no había ninguna chica en el baño y salió con prisas.
Cuando llegó Carly a la mesa, le brillaban los ojos y tenía las mejillas sonrosadas.
—Anda que no se te nota que acabas de follar como una leona.— Le decía Sabrina en voz baja.
—Menos cachondeo, es que esta vez Daniel ha estado sembrado nena.— Respondía Carly con una sonrisilla.
—¿Y tú? ¿Ya te has deshecho del zoquete de tu novio?— Desviaba la conversación Daniel.
—Eso ¿Todavía sigues con él? Mira que llegas a ser cabezona, sabes que no vas a ninguna parte con… con… con eso que tienes como novio.— Le daba la razón Carly a Daniel.
—Ya lo sé, ya lo sé, tranquilos que lo haré pronto, era por molestar a mi padre, ya lo sabéis.
—Pues podías haber encontrado otra cosa para molestarlo bonita, es qué…— Se quejaba Carly levantando las cejas.
—No es buena persona Sabrina, lo sabes.— Confirmaba Daniel.
—Además, que ganas de tocarle las narices a tu padre. Si solo hace cosas buenas por ti el pobre.
Le recriminaba Carly, mientras Sabrina pensaba bajando la cabeza, ella sabía que sus amigos tenían razón, sobre todo por lo del novio ¿Como llegó a salir con un tipo así?
Daniel le dio un beso a su novia y se despidió.
—Me voy chicas, o llegaré tarde al curro.
—Sí hijo sí, ya te puedes ir, que has cumplido de sobras.— Seguía riéndose de ellos Sabrina.
Carly le dio un golpecito para que se callara, las dos rieron.
—¿Quieres que comamos algo aquí?— Preguntó Carly.
—Hoy voy a comer con mis tíos, como cada viernes, ya sabes, las tradiciones.
Salieron de la cafetería y caminaban en dirección a la parada del autobús.
—Esta noche, pasaremos por el bar a verte.— Le decía Carly.
—Espero que no sea para follar en el baño.— Reía Sabrina.
—Calla tonta, eso solo lo hago a veces, vendremos a tomarnos una copa y hablar contigo cuando tengas el descanso.
—Ya lo sé, ya sé que no podéis vivir sin verme.— Seguía riendo Sabrina.
—Cállate anda, que estás más guapa.— Zanjaba la conversación Carly.