La boda sería en el Claridge´s, uno de los hoteles más icónicos y lujosos de Londres y Diana sabía que nadie se merecía más, aquella maravillosa boda, que Denise Villalba. Su mejor amiga, una preciosa rubia, alta y esbelta, de porte elegante, a quien, para conocerla, tuvo que cruzar el Atlántico. Con apenas 11 años, el asistente de su padre la llevo hasta las puertas del internado para niñas Wycombe Abbey, porque para sus padres; Leonel y Camila, no era lo suficientemente importante, el llevar a su propia hija al internado donde se quedaría los próximos 7 años de su vida. Diana paso la mitad de sus vacaciones de verano y navidad, en la casa de su mejor amiga. El padre de Denise, era un Diplomático en la embajada mexicana con sede en Londres y aunque sus padres tampoco le ponían demasiada atención, debido a sus múltiples compromisos, al menos recordaban que tenían una hija a quien amaban y que con esta, casi siempre estaba su menos afortunada amiga, Diana Ferrer Farjat; hija de Leonel Ferrer, unos de los empresarios más importantes de México. Hasta el embajador mexicano apostado en Londres, recordaba con más frecuencia que Leonel y Camila Ferrer tenían una hija, que ellos mismos. Denise también había pasado unas pocas semanas en su casa de Querétaro, pero fueron muy pocas. Ambas niñas preferían pasar las navidades en Londres y Diana prefería pasar los veranos en la hacienda de sus abuelos paternos, al menos ellos sí la querían y fue con ellos con quienes tenia los mejores recuerdos de su niñez.
El auto que Denise envió por ella al aeropuerto, se detuvo delante del Hotel y de inmediato, el personal del icónico hotel se hizo cargo de su equipaje, mientras que ella fue directo al mostrador de recepción, para registrarse y recoger la llave de su suite. En cuanto le entregaron la llave electrónica, dio media vuelta para seguir al empleado. Levanto la vista y vio a un hombre muy atractivo, era rubio, muy alto y del tipo de Brad Pitt, este la repaso con la mirada apreciativamente, le guiño el ojo y le envió un beso. Diana se sonrojo hasta la raíz del pelo y en su boca afloro una sonrisa radiante. Comenzó a caminar de nuevo en cuanto el rubio se perdió de vista y justo cuando se volvió, se dio de bruces contra un hombre muy alto de traje oscuro, cabello castaño ondulado y unos maravillosos ojos azules.
Estaba tan estupefacta observándolo, que fue incapaz de apartar la vista de la suya y podría haberse caído al suelo sin siquiera notarlo, si no fuera porque él la sostuvo sujetándola por la cintura. Aunque en realidad, el sujetarla, había sido más producto de la inercia, ya que él también estaba perdido en su mirada, en sus suaves labios, los cuales estaban entreabiertos. El ángulo de la inclinación en que los dos se encontraban, ella cayendo y el sujetándola, era simplemente perfecto. La alineación exacta para que la altura de él y la de ella, les permitieran quedar a tan solo unos pocos centímetros, un rostro del otro. Ella soltó un suave gemido involuntario y se lamio los labios con nerviosismo y él trago saliva intentando controlar el impulso de besarla y cuando estaba a punto de hacerlo, una potente voz rasgo el silencio y rompió el hechizo.
—¿Todo bien, John?
No le quedo más remedio que erguirse y ayudarla a sostenerse en sus dos pies, ya que, temblaba y parecía algo inestable. Aunque, no sabía lo que sucedía, porque, también se sentía algo conmocionado. Era una clase de vibración muy extraña que nacía en su estómago y se extendía por sus extremidades.
—¡Lo-lo siento! Discúlpame, yo… yo… e-estaba algo distraída.
—No te preocupes. No-no pasa nada. ¿Estas bien?
—Si… yo…
—El tipo es guapo… de eso no hay duda.
Diana enrojeció completamente al comprender que había chocado con él porque estaba distraída mirando al Brad Pitt londinense y él lo había notado, pero fue aún peor cuando desvió el rostro y vio a una pareja mayor que los observaba fijamente y luego al empleado del hotel que esperaba pacientemente a que ella decidiera dar por terminado su interludio y lo acompañara hasta su suite. Miro de nuevo al hombre alto y de pronto él recordó que aun la sujetaba por la cintura, susurro un “lo siento” y la soltó, ella dio un pequeño paso casi imperceptible hacia él, pero se cohibió cuando el hombre mayor volvió a hablar con un dejo de molestia e impaciencia en la voz.
—Llegaremos tarde. Creo que la señorita se encuentra perfectamente bien.
—Si, claro. Puedes pedir el coche, lo alcanzare enseguida.
—¿John?
—No tardare, Madre.
Después de eso, la pareja titubeo un poco antes de dar media vuelta y caminar hacia la salida. El hombre aún era atractivo y la mujer muy bella, no era extraño que tuvieran un hijo como este, que era perfecto y se parecía bastante a su padre, aunque la piel clara y los ojos, eran de su madre.
—¡Perdón! No fue mi intención retrasarte —su cara roja y caliente por la vergüenza se había esfumado y le sonrió con timidez.
—De hecho, creo que en realidad todo fue mi culpa. Me quedé parado como un tonto observándote, pude haberte esquivado, pero, podrías haberte estrellado contra cualquier otro y que lo hicieras conmigo, fue todo un placer para mí.
Ahora un encantador rubor adornaba sus mejillas y sus ojos adquirían un dorado brillo intenso, cuando lo miraba directo a los ojos. Volvió a lamerse los labios y él sintió otro tirón en donde no debería. Trago duro, levanto el rostro y cerró los ojos como si suplicara, aunque ella lo interpreto como si estuviera desesperado por irse.
—Estoy bien. Si… si tienes que irte no-no hay problema. Creo que ya están impacientes por tu tardanza y yo…
—No, no, es solo que… cada vez que haces eso con los labios me… descontrolas por completo y tengo que hacer un enorme esfuerzo por someter mis instintos y recuperar el control.
Diana lo miro sorprendida, no alcanzaba a comprender del todo que significaba eso y él entro en pánico, no podía creer que hubiese dicho eso en voz alta.
—¡Perdón! No fue mi… intención decir eso… bueno… no en voz alta. ¡Maldición! Creo que… ya te debo dos y me gustaría disculparme correctamente.
Ella miro de nuevo hacia donde la pareja esperaba impaciente.
—No hace falta.
Él también miro hacia donde sus padres esperaban sin importarles disimular que los observaban fijamente con ese gesto de desaprobación en la cara y exhalo con frustración. Aunque pensándolo bien ¿Qué demonios estaba haciendo? Luego hizo algo muy estúpido producto de un impulso que no logro controlar.
—Te llevare a cenar —le tomo una mano y ambos sintieron de nuevo esa extraña vibración— Te recogeré a las 9.
—Yo… no… es que…
Se fue dedicándole una preciosa sonrisa, una que la calentaba por dentro y la hacía sentirse feliz sin ningún motivo, era como el mar. Como cuando estaba en la hacienda de sus abuelos y se pasaba las tardes frente al mar, observando el horizonte, hasta que el sol se ponía, así era como la hacia sentirse, pero con él la sensación era abrumadora. Ese hombre era un delicioso coctel de serotonina, endorfinas y oxitocina. Entro al elevador montada en una nube, sin poder borrar la sonrisa de su rostro y sin importarle que el empleado del hotel la observara de reojo y negara con la cabeza.