03. Al Filo de una Flecha Aliada.

1447 Words
Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido. —¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos. Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró: —¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no? El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra. —¡Ahí está! —gritó, alzando su voz sobre el ruido, señalándolos con el arma desde la distancia. * * * De inmediato, Krakatoa se plantó frente a Diego, bloqueando su paso con su enorme figura. —¿Y tú qué? ¿La estás ayudando? —lo desafió, con una chispa de amenaza en la voz. Diego, manteniendo su arco en la mano, retrocedió con calma. —No me importa. Peleen entre ustedes —respondió con frialdad, desviando la mirada hacia Gwen. El peso de esas palabras cayó sobre ella como una piedra. Gwen sintió una tristeza profunda. Lo había perdido. Estaba sola contra ellos y contra una parte de sí misma que no quería liberar. El susurro de su mente le urgía: «¡Ataca ya! ¡Revélales lo que eres y demuestra tu poder!». —¡Cállate! —gritó de repente, sin saber si hablaba consigo misma, con Diego o con los cazadores—. ¡Diego, tenemos que pelear juntos! —exclamó con desesperación—. ¡Son tres contra nosotros! Diego la miró, incrédulo, no parecía encontrar gravedad en la situación. —No lo entiendo, Gwen. Nunca necesitaste a nadie. Siempre fuiste invencible con tus habilidades y odiabas pelear a la par. —¡Y aliarse está prohibido! —interrumpió Krakatoa, avanzando con una sonrisa cruel—. Las peleas deben ser uno contra uno, como dictaron las normas municipales. Karola se acercó a Diego con el cuchillo desenfundado, sus ojos fijos en él. —Lo tuyo es una desobediencia a las reglas de la Mandataria. Si no la atacaste, significa que eres uno de ellos. Gwen ya no podía escuchar. En un arrebato, arrancó el arco de las manos de Diego y lo empujó hacia un montón de chatarra. —¡Entonces préstamelo! —gritó con furia, tensando la cuerda con sus últimas fuerzas, apuntando directamente a Karola, quien retrocedió sorprendida. Diego, incrédulo y molesto, intentó recuperar el arco, pero en el forcejeo, Gwen soltó la cuerda. La flecha salió disparada, impactando en la frente de Krakatoa. Pero el gigante apenas se inmutó. Con una sonrisa siniestra, se arrancó la flecha y continuó avanzando. La energía abandonó a Gwen de repente, mareada y exhausta, soltó el arco y cayó de rodillas. La Sanguínea, con una mano sobre la cabeza, intentó levantarse, pero un dolor intenso la frenaba. Diego, viendo su estado, se lanzó sobre el arco y disparó tres flechas más, logrando alcanzar a Karola y a Quinoa. Ambas retrocedieron, heridas pero aún en pie, sus ojos llenos de saña. En un abrir y cerrar de ojos, Krakatoa alcanzó a Gwen, clavándole una flecha en el brazo. Ella gritó de dolor, cayendo al suelo. —Hice lo que pude… —susurró Diego, su rostro reflejando confusión al ver a Gwen debilitada—. Perdón, Gwen —dijo, retrocediendo mientras intentaba comprender la situación. * * * Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario. Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen. —Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia. —Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía. Diego sin escuchar ese diálogo, intentó desviar la atención de los enemigos alzando las manos en señal de paz, pero con Gwen fuera, estaban los tres frente a él. —Hagamos un trato —propuso Diego—. Les puedo enseñar a usar este arco. Les daría ventaja en futuras peleas. Piénsenlo. —Si aceptamos eso, desobedeceríamos las órdenes de la Mandataria número uno —respondió Quinoa con desprecio. El grupo no se dejó convencer y comenzó a rodear a Diego en un círculo cada vez más estrecho, su formación ajustándose cada vez más. Diego miró de reojo hacia la dirección en la que Gwen había escapado, deseando que estuviera lejos. Sabía que la negociación no funcionaría. Dio un paso atrás, evaluando sus opciones, pero chocó con la colosal figura de Krakatoa detrás de él. Karola lo empujó hacia el centro, disfrutando del control que tenía sobre Diego. —Escapar no está en las normas municipales —dijo Karola con sarcasmo—. ¿También eres un Sanguíneo? ¡Ponte en guardia! —Acá nadie es Sanguíneo —gritó Diego, levantando su arco en un intento de parecer amenazante. Pero Karola soltó una risa, acercándose con pasos lentos, saboreando su superioridad. —Déjalo —gruñó Krakatoa—. Este chico está planeando algo, lo más probable. Diego esbozó una sonrisa astuta, sabiendo que había captado su atención. En un movimiento rápido, barrió los pies de Krakatoa, haciendo que el gigante cayera al suelo con un estruendo. —¿No te enseñaron a desconfiar? —le dijo Diego, acercándose con la mirada firme pero también de intriga hacia el coloso caído—. ¿Vos sos Krakatoa? Entonces vos debes ser Karola, ¿verdad? Así que ustedes son los "Crac"… pero son cinco. ¿Dónde están los otros tres? Karola soltó una risa seca y maliciosa. —Los otros dos deben estar con tu compañera, la que acaba de escapar… Krakatoa se levantó rápidamente, lanzándose de nuevo hacia él, pero Diego volvió a barrer sus pies, haciéndolo caer otra vez. —No les conviene enfrentarse a ella —dijo Diego, evaluando su oportunidad de escape—. Solo conseguirán perder su energía. Los tres se quedaron pensativos por un segundo, confundidos por sus palabras. Pero Diego aprovechó el momento, saltando sobre Krakatoa para escapar. * * * Karola resopló y ajustó su cuchillo con bronca. —¡Esto es culpa tuya, Kraka! No debiste subestimarlo. —¿Deberíamos perseguirlo? —preguntó Quinoa, dudosa. Krakatoa frunció el ceño, furioso. —Si lo seguimos ahora, solo caeremos en más de sus trampas. Tenemos que ser más inteligentes que ellos. No podemos permitirnos perder dos veces en el mismo día. Un grito resonó a lo lejos, y un niño apareció corriendo hacia ellos. —¡Vengan rápido! ¡Una Sanguínea está re cerca! —dijo el niño, su voz temblorosa. —Gracias, Carpincho —respondió Krakatoa, lanzando una última mirada a sus compañeros—. Esta vez, que no queden rastros —añadió con tono oscuro—, limpiaremos nuestra imagen con este próximo enemigo. Karola y Quinoa se miraron entre sí, hasta que se movieron bajo las indicaciones del niño. Atravesaron la Plaza Central, donde el atardecer teñía el cielo con tonos rojizos proyectando una atmósfera inquietante. * * * De lejos, en su palco municipal, la Mandataria Marta observaba la actividad en la plaza. Frente a ella, un grupo de técnicos Plasmáticos ajustaba las Antenas Plato, ahora ubicadas en cada esquina, cada una reflejando una red de vigilancia cada vez más estrecha. Una sonrisa fría se dibujó en su rostro mientras imaginaba el destino de los Sanguíneos. Para ellos, el margen de la vida y de libertad en Pueblo Plasmar se encogía con cada día que pasaba.
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