Capítulo 2: Esperanza entre c*******s

1205 Words
Las gotas de la lluvia o quizá las lágrimas de quienes acababan de morir, se deslizaban sobre mi frente. Frías, pesadas. El océano estaba ardiendo, podía sentirlo sin verlo. El calor de la vida se había convertido en un calor tan intenso que dolía. Las fuertes olas golpeaban la barca violentamente, como si el mar hubiera rechazado mi presencia allí. O quizá era todo lo contrario y quería tragarme para siempre. En un instante todo se volvió oscuro, y el frío mortal del agua me abrazó. No tenía ni fuerzas ni ganas para seguir adelante. No supe cuánto tiempo estuve inconsciente, pero el fuerte viento de la tormenta comenzó a golpearme en la cara. Me encontraba tirada en un lugar en el que solamente había chatarra. A unos metros de mí, un avión de combate en llamas. Intenté ponerme de pie, pero las piernas no me respondían. Al arrastrarme por el suelo los trozos de acero incandescente me cortaban, pero no podía sentir nada más que un cosquilleo. Me giré de cara al cielo muerta de miedo. Mi sangre ardía y mi cuerpo se enfriaba. Algo se estaba acercando. Una persona se paró delante de mí, aunque no pude verle bien la cara. Mi vista estaba nublada. Se agachó y me agarró con cuidado, con sus grandes y calientes manos. Lo único de lo que estaba segura era del brillo de sus ojos amarillos. - ¿Estás viva? -preguntó. Su voz me sacudió como una descarga eléctrica. Tenía vendajes y tiritas por el cuello y la cara. Asentí levemente con la cabeza, momento en el que me levantó sin el mínimo esfuerzo. Tranquilamente me llevó debajo de un gran objeto, y me tapó con algo parecido a una manta. - Espérame aquí. Puedes distraerte mirando el cielo, pronto se irá la tormenta. Ah, intenta no morirte, no quiero ser yo lo último que veas. Haciendo caso omiso a su fuerte voz caí dormida sin remedio. Mi cuerpo se sentía mucho menos pesado, y el dolor fue disminuyendo gradualmente. Tuve un sueño alegre, en el que podía jugar con los otros niños de la comunidad sobre un gran océano en el que nadie se hundía. Todos estaban allí, felices. El abuelo siempre sentía culpa y dolor por un motivo que nunca llegaría a descubrir, pero en ese sueño se le veía feliz. Simplemente nos miraba a todos con una sonrisa de satisfacción. De pronto todos comenzaron a despedirse con la mano, y a caminar juntos hacia otra dirección. No sentí ninguna pena al verles marchar, pues sentía que lo hacían sin dolor. El viento era mucho más suave y apacible que antes. Mis párpados pesaban, y me costó abrir los ojos. Un agradable calor inundaba mi cuerpo, ya que el sol había vuelto. Me apoyé al gran objeto que tenía detrás y conseguí levantarme. Al verlo pude reconocer al instante que se trataba de un árbol. Muchas veces había soñado con ver uno, por lo que un sentimiento de duda me asaltó. ¿Dónde estaba? A mí alrededor todo eran árboles, y delante del agua todo chatarra, aunque podía verse un poco de arena. Comencé a caminar lentamente esquivando los trozos de metal hasta que alcancé el agua, llegándome hasta las rodillas. A mi derecha estaba aquel avión destrozado. Ya no estaba ardiendo, aunque aún desprendía cierto olor a quemado. Me acerqué cuidadosamente, con un sentimiento de inquietud. No sabía nada del lugar en el que me encontraba. Aunque estaba segura de algo. Me encontraba en tierra firme. Avancé unos pasos más, y me encontré con la misma persona que me había llevado bajo aquel robusto árbol. Al escuchar mis temblorosos pasos se alarmó y cogió rápidamente algo que se puso en la cara. Se levantó y al darse la vuelta, aquel brillo intenso de sus ojos había desaparecido. En su lugar llevaba una máscara que conocía muy bien, de haberla visto en tantos libros sobre Chikyu. Dos cuernos brotando de su sien, con sus saltones ojos bajo su frente. Aquellos afilados dientes saliendo de la boca de una bestia. La mágica y grotesca expresión de odio de las máscaras hannya. - ¿Te encuentras bien? -preguntó nervioso. Parecía que estaba cocinando algo sobre una máquina extraña que nunca había visto. En mi comunidad cocinábamos con aparatos solares de lo más anticuados. Asentí en silencio y comencé a caminar en otra dirección. Por algún motivo no sentía ningún tipo de miedo cuando le miraba. Parecía inofensivo. Mis pies descalzos se hundían en la arena, por lo que se me hizo algo difícil llegar hasta los árboles. - Preferiría que no caminases en esa dirección. -dijo el chico de la máscara mientras seguía cocinando- Puede ser algo desagradable. Decidí no responder y continué mi camino, tranquila y curiosa. Los árboles no dejaban de sorprenderme. Tan fuertes y altos, parecían invencibles. Oí un ruido debajo de mí y al mirar, una extraña criatura salió de debajo de unas hojas. Un pequeño ser con una cola larga y peluda me miraba curioso e inquieto. Intenté acercar mi mano, pero se asustó y huyó rápidamente. Intenté seguirlo pero se movía demasiado rápido. De un momento a otro trepó por uno de los árboles sin ningún esfuerzo. Intenté imitarlo, pero me resbalé y me caí al suelo. No me di cuenta hasta ese momento, de que yo también estaba cubierta de vendas y tiritas. ¿Me habría estado cuidando aquel chico? Miré al árbol de una manera desafiante y al volver a intentar trepar como la pequeña criatura, me caí de nuevo. En ese momento me di cuenta de que en tierra firme no sería tan fácil moverme como dentro del agua. Desistí de alcanzar la cima del árbol y continué caminando. Una larga corriente de agua cruzaba el camino, como si el océano intentase invadir la tierra. Crucé al otro lado de un salto, y me encontré delante de un gran paisaje desolado. Cuatro aviones estaban en llamas, y a su alrededor había cuerpos divididos en partes. A unos metros de donde me encontraba, había un brazo tirado. No veía nada parecido desde mi niñez, cuando a uno de los visitantes de nuestra comunidad se lo comió una bestia mecánica. Tardé en darme cuenta, pero los aviones también estaban partidos. Aunque de una manera tan limpia, que parecía que alguien los había cortado. Algo llamó mi atención, y comencé a caminar rápidamente esquivando los cuerpos descuartizados. Sabía perfectamente de que se trataba, pues también lo había visto en libros. Cuando llegué ilusionada, me agaché para poder admirar la belleza de aquella pequeña flor. Tan radiante, daba la sensación de que se mantendría allí para siempre. Noté una lágrima resbalar sobre mi mejilla. Poco a poco fui dándome cuenta de que ese fue mi primer paso hacia el mundo más allá de aquel edificio semi-hundido en el océano. Me levanté tranquilamente, y al girarme pude ver al chico en la lejanía. Se acercó poco a poco, y aunque no podía verle la cara, sabía que estaba incómodo. Se paró unos metros delante de mí. - El olor a carne quemada es demasiado fuerte. Me cuesta respirar. Estamos en un descampado lleno de cuerpos descuartizados, y ¿solo te fijas en esa flor? -preguntó curioso, inclinando la cabeza a un lado. Mi única respuesta fue mi gran y sincera sonrisa.
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