Un hada diferente

1627 Words
*Nyxara* La villa era un lugar apartado, rodeado por altos árboles cuyas hojas susurraban al viento. Estaba ubicada lejos del majestuoso castillo de las hadas, donde vivía el Rey Trevan, mi padre, junto a mis hermanastras. A diferencia de la vida animada que podía imaginarse en un palacio de hadas lleno de luz y música, este lugar era silencioso, como si todo estuviera contenido en una calma forzada. Las casas de la villa eran de madera y piedra, sencillas pero hermosas. Los jardines estaban llenos de flores que cambiaban de color con las estaciones, y el cielo siempre se veía despejado, como si el lugar estuviera protegido por alguna magia antigua. Pero para mí, esa magia no traía consuelo. A pesar de la belleza que me rodeaba, había algo que no entendía: nadie me hablaba ni me miraba Veía a los sirvientes pasar por los caminos de piedra, llevando cestas de frutas o regaderas para cuidar las plantas. Sus pasos eran rápidos, y sus miradas, siempre fijas en el suelo, nunca se alzaban hacia mí. Me preguntaba por qué. A veces, intentaba sonreírles o correr para alcanzarlos, pero siempre encontraban una excusa para desaparecer antes de que pudiera decir una palabra. A mi corta edad, no comprendía las razones detrás de su comportamiento. No entendía que mi presencia era suficiente para llenarles de temor. Todo lo que sabía era que me sentía invisible. Me sentaba sola en el borde del estanque del jardín, con mis pequeñas alas cristalinas reflejando la luz del sol. Me gustaba mirar el agua, que era tan transparente como mis alas, preguntándome si algún día podría volar como mamá decía que lo haría. Pero incluso entonces, mientras jugaba con los pétalos de una flor que flotaba en el agua, mi corazón se sentía extraño, como si algo me faltara. Había oído fragmentos de conversaciones cuando los sirvientes pensaban que no escuchaba. Decían palabras como "maldición", "oscuridad" y "peligro". No sabía qué significaban, pero siempre eran dichas en voz baja, como un secreto prohibido. Mamá decía que esas palabras no importaban, que la gente simplemente no me conocía ― Eres la niña más hermosa de todas, Nyxara ― me decía mientras cepillaba mi cabello oscuro cada noche. ― Ellos tienen miedo porque no entienden. Pero eso no es culpa tuya ― Yo quería creerle, porque cuando mamá estaba conmigo, todo parecía mejor. Su risa llenaba el silencio, y sus abrazos eran cálidos como la luz del sol. Pero cuando ella no estaba cerca, los días eran largos, y el silencio volvía a envolverme. En esos momentos, no podía evitar preguntarme si, de algún modo, había algo malo en mí. Tal vez, si era lo suficientemente buena, los demás dejarían de apartarse. Tal vez entonces alguien me hablaría, o al menos me miraría. Aún no sabía qué era lo que me hacía diferente, pero en el fondo, empezaba a sospechar que esa diferencia era la razón por la que siempre estaba sola. Cuando mamá estaba conmigo, todo era distinto. Sus pasos suaves llenaban los pasillos de la villa con un eco que parecía música. A diferencia de los demás, ella no me esquivaba ni me miraba con miedo; al contrario, sus ojos se llenaban de luz cada vez que me veía. Decía que yo era la niña más hermosa que jamás había existido, y aunque no siempre lo creía, su voz tenía el poder de hacerme sentir especial. ― Mira estas alas ― decía mientras me sentaba en su regazo frente al espejo ― Parecen hechas de cristal puro, como si hubieran atrapado el reflejo de la luna. ¿Sabes lo raro y especial que es eso, Nyxara? ― Yo miraba mis alas, pequeñas y brillantes, y luego el contraste de mi piel blanca y mi cabello n***o, que caía en suaves ondas hasta mis hombros. Me gustaba cómo mamá me hacía sentir como si fuera un hada perfecta, aunque los demás no parecieran estar de acuerdo. ― ¿Por qué nadie más piensa que soy especial? ― le pregunté un día mientras me trenzaba el cabello. Mamá se detuvo por un momento, su sonrisa vacilando apenas. Luego, continuó trenzando, su voz más suave esta vez ― No es que no lo piensen, mi cielo. Es que a veces las cosas diferentes asustan. Pero no dejes que eso te haga dudar de quién eres. Tú eres mi tesoro más precioso ― Me encantaba cuando mamá me decía esas cosas, pero había preguntas que no podía evitar hacerme. Si realmente era tan especial como ella decía, ¿por qué los sirvientes dejaban caer las cosas cuando me acercaba? ¿Por qué siempre susurraban y nunca me miraban a los ojos? Ese día, después de que mamá terminara de peinarme, la seguí hasta la cocina, donde intentaba preparar mi pastel favorito. Había algo en la forma en que los sirvientes se apartaban de ella también, como si su cercanía conmigo los volviera incómodos. Ella actuaba como si no notara nada, pero yo lo veía en sus manos temblorosas cuando me acariciaba el rostro. ― ¿Por qué me temen? ― le pregunté finalmente, con mi voz pequeña y apenas audible. Mamá dejó de batir la masa y se giró hacia mí, limpiándose las manos en el delantal antes de arrodillarse frente a mí. Me tomó las manos entre las suyas, cálidas y seguras. ― Nyxara, ellos no te temen a ti. Temen lo que no entienden. No saben lo maravillosa que eres, ni lo mucho que puedes llegar a ser. Pero no dejes que eso te haga daño, ¿de acuerdo? ― Sus palabras llenaron mi corazón por un momento, pero había algo en su mirada que no podía comprender. Era como si ella también tuviera miedo, no de mí, sino por mí. Al caer la tarde, mamá me llevó al jardín para mostrarme las flores que habían comenzado a abrirse con los primeros días de la primavera. Me enseñó a distinguir sus colores y me explicó cómo cada pétalo tenía un propósito en el mundo, por pequeño que fuera. Yo quería creer que también tenía un propósito, aunque no sabía cuál era todavía. ― Recuerda, pequeña estrella ― dijo mientras me abrazaba contra su pecho ― tú estás hecha de la misma luz que las estrellas más brillantes. Y no importa lo que digan los demás, siempre serás hermosa y digna de amor ― En esos momentos, yo sentía que todo estaría bien. Pero cuando mamá no estaba cerca, el peso de las miradas que evitaban la mía volvía a envolverme. La soledad en el jardín empezó a pesarme más de lo normal ese día. Mamá estaba ocupada en la villa, y yo, como siempre, no tenía a nadie con quien jugar. Así que decidí hacer algo diferente: explorar el bosque. Desde mi rincón del jardín, podía ver los árboles altos que formaban un muro verde alrededor de la villa. Me llamaban con sus sombras y susurraban promesas de algo más allá de la soledad. Caminé con cuidado, sintiendo la hierba fría bajo mis pies descalzos. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas, creando patrones de luz que bailaban a mi alrededor. El aire aquí era distinto, más fresco y vivo, como si cada respiración trajera consigo algo mágico. Pronto, los sonidos de los pájaros y el susurro de las hojas fueron reemplazados por un silencio extraño. Fue entonces cuando la vi: una abertura oscura entre las raíces de un gran árbol. Una cueva. La entrada parecía pequeña al principio, pero al acercarme, me di cuenta de que era lo suficientemente grande como para entrar sin problemas. Algo dentro de mí sentía curiosidad, como si esta cueva hubiera estado esperándome. Entré, ignorando el frío que envolvía el aire. La oscuridad me rodeó como un manto, y mis ojos tardaron un momento en acostumbrarse. A medida que avanzaba, las sombras empezaron a moverse. No era el tipo de movimiento que haría una llama o una brisa; era algo más... vivo. ― ¿Hola? ― dije, mi voz apenas un susurro. No hubo respuesta, pero las sombras parecían escucharme. Se arremolinaron, flotando hacia mí con suavidad. Extendí una mano, y ellas la rodearon, cálidas y ligeras, como si fueran parte de mí. Sentí un cosquilleo en la punta de mis dedos. Una energía nueva, desconocida, recorrió mi cuerpo. Era como si algo dentro de mí se estuviera despertando, algo que siempre había estado allí pero que nunca había notado. Fue entonces cuando miré mis alas. Hasta ese momento, habían sido cristalinas, reflejando la luz como el agua. Pero ahora, frente a mis ojos, comenzaron a cambiar. Un n***o profundo se extendió por ellas, ondulando como tinta derramada en un lago. No era un n***o opaco; era iridiscente, reflejando destellos de azul y púrpura como el ala de un cuervo bajo la luz. Me quedé mirándolas, fascinada y aterrorizada al mismo tiempo. ¿Qué significaba esto? ¿Era esto lo que me hacía diferente? Las sombras seguían moviéndose a mi alrededor, suaves y tranquilas. En ese momento, no parecían amenazantes; se sentían como una parte de mí, como si estuvieran diciéndome que estaba bien. Pero algo en mi corazón infantil comenzó a entender. ― ¿Es por esto por lo que no me quieren? ― susurré, abrazando mis pequeñas alas negras con las manos. Aunque no entendía todo, una cosa quedó clara en mi mente: si mi oscuridad era lo que hacía que todos me rechazaran, entonces haría todo lo posible para demostrarles que podía ser buena. Salí de la cueva con pasos decididos, sintiendo el peso de mis alas negras como un recordatorio de que algo en mí era diferente. Pero en mi corazón, me prometí a mí misma que esa diferencia no definiría quién era.
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