Cerrando la puerta de su casillero, Maison recargó su frente en la sólida superficie fría y dejó escapar un largo suspiro. —Día de mierda, ¿no? —comentó Layla, derrumbada en una silla cercana. —No creí que hubiera tantas personas hoy —expresó. —Día de p**o, todos pasan a darse un gustito —explicó—. Ciertamente yo lo haré, en cualquier lugar, menos en este. —Suena bien —sonrió—. A mí me toca pagar el alquiler del departamento este mes. —Pero no vas a gastar toda tu plata en eso, ¿cierto? Pensé que vivías con un compañero —indicó su amiga. —Lo hago, pero tengo que pagar mi parte, comprar algunas cosas y el resto va para mi matrícula del próximo año —explicó. —Por cierto, ¿quién era el tipo que no te quitó la mirada ni cuando terminamos nuestro turno? —preguntó su compañera. —¿Algui