Una vez que Ginna bajó a la sala de estar, donde recibió a su ex-esposo, su rostro se desfiguró por completo, sin saber lo que este quería y después de haberle arrebatado a sus hijos de una manera para nada amable, la tenía en ascuas, pero también tenía en cuenta que sus pequeños no eran tontos, pues sabían defenderse bastante bien, ella como madre se encargó de eso con la ayuda de Marcus, mucho más al saber el tipo de padre con el que contaban esos dos.
Ella se arrepentía mucho de estar con él, de enamorarse hasta los huesos cuando el hombre era solo un saco de basura viviente. Pensó en un principio que solo era alguien a quien le importaba mucho superarse a sí mismo, pero se dio cuenta con el tiempo de que este solo era egoísta y muy malicioso.
Por supuesto, no se consideraba a sí misma una santa, pero tenía en cuenta que al menos luchó por el bienestar de sus hijos con todo lo que tenía y más, eso era algo que quien tenía frente a sí no hizo durante toda la existencia de las criaturas en cuestión.
Supo entonces que lo que le tenía por decir era importante, y que era probable que no supiera del paradero de Hanibell, como ella misma, eso la calmó de alguna manera, quiso verse como si aquello no le afectara en lo más mínimo, aunque por dentro estuviera muriendo por saber sobre sus hijos.
Tenía que fingir que ellos seguían allí, que no se habían perdido, pero pronto comenzaba a saberse entre todo el vecindario lo del secuestro a Jayce, algo que dejaba a la mujer con los nervios de punta, solo esperaba que su querido niño haya podido escapar de las garras de ese hombre.
Por su parte, desde el segundo en el cual él se llevó a su propio hijo, Ginna inició una búsqueda exhaustiva, y entonces cuando también Hanibell se fue de allí, huyendo de lo mismo, se sintió la peor madre, exigiendo a todos aquellos hombres que encontraran a sus hijos.
Durante los primeros días de desaparición, no paraba de llorar en el suelo de su habitación, pero debía fingir que todo estaba bien para que aquello no se colara a la prensa, aunque fuera en extremo difícil. Ella era diseñadora de modas, y no podía permitir que le arruinaran el trabajo y las presentaciones en las llamadas pasarelas solo porque Renedit quisiera amargarle la existencia.
Una vez que la careta se le cayó al de ojos azules, supo que no habría vuelta atrás en cuanto a que le quisieran de nuevo como al mismo hombre bueno, el mismo que nunca haría algo para herir los sentimientos de ninguna persona en específico. Sabía engañar tan bien que lo único que le producía era asco y un poco de lástima, pero actuaría como si fuera una mujer fuerte a la que no le afectaba nada de lo que este hiciera, por muy desesperadas que fueran sus medidas a tomar.
Se sentó en el sofá frente a la mesa de café mientras Candy les llevaba café y galletas para que tuvieran una agradable estancia, aunque lo que se dijeran fueran puras amenazas, ella solo hacía su trabajo, pero le temía mucho a ese hombre, aún cuando tenían agentes de vigilancia por todo el territorio de la casa.
Estos se encargaban de vigilar que ellas se encontraban en perfecto estado, algo que no tuvo antes porque creía que jamás ocurriría algo de peligroso como el secuestro de Jayce. Renedit logró burlar toda la seguridad que había en menos de cinco minutos, lo cual era una burla, pero estos hombres estaban preparados con las mejores tácticas militares para enfrentar a quien fuera, eran fuerzas especiales de la policía, quienes se encargaban de llevar todo ese asunto de manera privada y confidencial, teniendo en cuenta a quién servían.
Nada que se viera como polémico y lleno de rumores en la prensa podía tomarse como algo serio, era por eso que lo mejor era mantenerse bajo perfil y no dar a conocer ningún detalle mientras fuera posible.
Los nervios de Ginna no estaban bien, pero solo le quedaba respirar y esperar que todo aquello se resolviera por si solo, como si ella no hubiera pensado en eso en lo más mínimo, igual tenía trabajo por hacer y personas con las cuales reunirse y fingir que su vida era perfecta, que ella era feliz tal cual.
─¿Qué te trae por aquí, Renedit? ¿Has venido a burlarte de mí una vez más? Porque te advierto que esta vez no va a funcionar─ dijo la mujer, tomando un sorbo de su té verde, que fue lo que escogió entre el café y las galletas.
Renedit soltó una sonrisa cínica, ladina y malvada cual gato lleno de malicia, mirando directo a los ojos de su contraria, como si fuera lo más interesante que viera durante mucho tiempo.
─Bien, he venido porque necesito que hagamos las paces─ dijo él, aunque su voz sonaba cansada y tenía los labios un tanto pálidos, algo que extrañó a la de cabellos azabache.
─¿Soltarás a Jayce? Si es así, soy toda oídos─ comentó la mujer, llena de resentimiento, pero por fuera se veía tan tranquila como si estuviera meditando.
─No se trata sobre eso, quiero que me digas en dónde puedo encontrar a Bell, si lo haces, quizá piense en darle más libertades a tu querido Jayce─ comentó el hombre, mirando por los ventanales el hermoso paisaje ─Extrañé esto, la vista desde aquí es divina ¿No te parece, Ginna?─.
─No estoy dispuesta a negociar con alguien como tú, mucho menos cuando no tengo idea de dónde está ninguno de mis hijos. Como siempre, vienes a burlarte de mí y a echarme en cara que eres mejor ¿No te cansas de ese estilo de vida?─ quiso saber la mujer, ya harta de aquella visita, pero sabía que tenía que comportarse, pues estaba siendo muy atrevida, sin saber cuáles podían ser las consecuencias, aquel era un hombre muy peligroso, y ella más que nadie lo tenía en cuenta.
─No, la verdad, me mantiene mucho mejor ser así que de cualquier otra manera─ soltó este, sin un poco de vergüenza ni amor propio, pero se le veía contento por aquello, tras ver un poco de desesperación en la mujer, lo que buscaba desde un principio.
De hecho, no fue a burlarse de ella, pero las cosas así resultaban y no le desagradaban para nada. Tomó una de las galletas glaseadas con dibujo de zorro, mordiéndola segundos después, sintiendo el sabor de hecho en casa que tenía mucho tiempo sin probar, y por el sabor, supo que Ginna tenía algo que ver con aquello, pero no comentó nada, solo sintió la sal mucho más intensa que el azúcar, y él bien sabía que la mujer no era precisamente una chef, solo que eso le pareció en años anteriores una bendición, gustándole cada detalle de ella, su sonrisa tan radiante y sus cabellos largos que caían en cascada por su espalda hasta llegas a las nalgas, unas que disfrutó durante varios años, pero que perdieron su encanto con el pasar del tiempo, como todo en la vida.
El hombre soltó un suspiro y se levantó de allí, sabiendo que no obtendría nada de ella. Aún le dolía demasiado el costado debido a la bala recibida en este, pero intentaba por todos los medios que esto no se notase, de lo contrario, estaría más que perdido.
No podía dejar ver su debilidad, mucho menos ante esa mujer, quien fue su esposa, y solo esperaba que ella no supiera que algo malo le ocurría. Paseó por la estancia en busca de algo que estuviera fuera de lugar, algún desarreglo, algún indicio de que su hija podía estarse escondiendo allí de él, pero supo de inmediato por el dolor en los ojos de la mujer, que ella no estaba en esos espacios, así que tomó la decisión de irse de allí, un poco decepcionado también.
Dio unos cuantos pasos hacia las escaleras, pero entonces la mujer lo tomó del hombro.
─Solo te pido que no la lastimes, no seas bruto con ella, no merece nada malo y lo sabes, lo único que ha hecho es existir y traernos alegrías─ dijo, con la voz un tanto temblorosa, pues sabía lo que él buscaba, y aquello no era bueno en absoluto.
Supo que la visita solo era para eso, para investigar si la chica se encontraba en ese lugar, pero qué más quisiera ella que tener a su nena en los brazos y poder decirle que todo estaría bien, pero ella era tan terca que prefería mil veces ser castigada antes que dejar a su madre sufriendo por alguna causa.
Amaba a su querida niña, quien siempre le demostró amor, tanto como ella misma lo hizo siempre. Recordaba cuando llegaba de la escuela y solo corría a sus brazos, como si nada en el mundo la hiciera más feliz que eso, estar ahí en compañía de su madre.
Cuando el más alto escuchó aquello, se detuvo, sabiendo que la chica no merecía daño alguno.
─Sé que no merece nada malo, pero si se pone obtusa, tendré que actuar en su contra, es importante que haga lo que le digo, yo sé por qué lo hago─ le informó a su ex-esposa, sin mirarla siquiera.
Continuó con su camino como si nada, tan tranquilo hasta el último momento en que la mujer pudo verlo por el camino a la puerta principal, y aunque Candy quiso acompañarlo, este se negó rotundamente, defendiendo que conocía muy bien la salida, pues esa también había sido su casa por varios años.
La chica solo asintió, pidiendo disculpas por todo, sintiendo el miedo en los huesos, ya que Renedit no era nada suave al decir las cosas. Cuando por fin este desapareció de la vista de ambas chicas, estas respiraron con tranquilidad, solo una pizca.
En cuanto el hombre se fue, las lágrimas comenzaron a desbordarse de los ojos de Ginna, sin poder evitar lucir desconsolada y llena de terror por sus hijos, quienes esperaba que supieran cuidar de sí mismos, pues ella tenía la plena confianza en ellos, por mucho que cualquier persona se negara a que simples adolescentes pudieran defenderse de una manera eficiente.
Limpió su rostro con diligencia, sabiendo que su maquillaje se correría, y tenía al menos tres conferencias más por dar esa tarde. Supo que tenía que ser fuerte, porque aquello apenas comenzaba, sin embargo, eso no evitaba que se sintiera sola en el mundo frente a una amenaza de ese calibre.