Capítulo IV

1270 Words
Dayana Berlusconi Observo a mi madre salir de su cuarta quimio, me acerco a ella y la ayudo a llegar a la silla más cercana para que descanse un poco. Hace cuatro meses le diagnosticaron leucemia mieloides aguda, fue algo muy chocante para nosotras dos y desde entonces utilizo ahorros que teníamos y la pensión de mi padre para su tratamiento, pero como todo recurso este siempre se termina acabando. —¿Está bien? —Cuestiono preocupada. —Nauseas como siempre, —hago una mueca, —No me has contado sobre tu cita de trabajo, —suspiro. —Seguiré buscando en otro lado, —murmuro. —Dayana es hora de que vengas conmigo a la casa, —pide, niego. —Sabes que no quiero estar allí, —mascullo, —Son demasiados recuerdos de mi papá, lo extraño, —amaba mucho a mi padre y lo peor es que su muerte es mi culpa. —No debes seguir culpándote por eso, —toma mi mano. —Es mi culpa, si yo no le hubiera pedido que fuera por mí a esa fiesta… —No te hace nada bien recordar ese momento, —aprieta mi mano. Cuando mi madre se siente mejor la llevo a comer algo y luego a su casa para que descanse mientras que yo me voy a mi apartamento deteniéndome en la puerta al escuchar gritos de bebé en la puerta de mi vecino, me acerco a esta y toco. —Dayana ¿Qué pasa? —Lo miro preocupada y luego a Arturo. —¿Quieres una mano? —Señalo al pequeño llorón, suspira y se hace a un lado para que ingrese a su apartamento. Lo ayudo preparándole el biberón mientras recibo indicaciones de cómo hacerlo y luego me encargo de alimentarlo, sacar sus gases y cambiarlo de ropa. —Eres un ángel Dayana, —murmura Charlie al ver que ya el pequeño Arturo está dormido en mis brazos. —Bueno no es gran cosa, —comento, —¿Qué paso que no te está ayudando el chico del primer piso? —Está tomando su examen final para terminar el colegio, —responde a lo que asiento. —Se nota que se llevan bien, —sonríe. —Simón es un gran chico y Arturo se siente cómodo con él, —asiento. —Bueno yo me debo ir. Tengo limpiar mi apartamento y seguir haciendo llamadas, —comento. —Espero aceptes ir a tomar algo conmigo, —lo miro. —Como muestra de agradecimiento por ayudarme con Arturo, —aclara. —Me parece bien, —salgo de su apartamento encontrándome con un chico a punto de tocar su puerta, me mira y lo miro. Observo como su cara se muestra sorprendida y sin no me equivoco logro ver un poco de tristeza pasar por su mirada. —Simón, —saluda alegre Charlie. —Hola, —murmura, su voz es suave. —Así que eres Simón, —suelto, —Me llamo Dayana, soy vecina de Charlie, —lo saludo y este me devuelve el gesto, —Bien chicos ahora si los dejo, —paso a mi apartamento y camino directo a mi habitación para colocarme ropa más cómoda para poder limpiar. (…) Después de una semana intentando conseguir empleo en otras empresa me rendí, creo que no me ajusto a lo que buscan y esto porque soy joven con poca experiencia laboral. Llevo un puñado de palomita a mi boca mientras observo la película que adquirir en un local cercano, no soy de cosas como Netflix, me gustan más los CD. Escucho mi teléfono timbrar y lo tomó para mirar la pantalla del aparato donde vislumbro un número que no llevo registrado. —Buenas noche ¿este es el número de la señorita Berlusconi? —Cuestiona la voz de un hombre del otro lado del teléfono, me parece conocida. —Está en los correcto ¿usted es? —Donovan Bristol, CEO de… —Industrias de importación automotriz Bristol, —termino por él, ya que ahora recuerdo quien es. —Correcto. —¿Me viene a regañar por llegar tarde? —Cuestiono y recuerdo que nadie me ha contratado, —Disculpe señor Bristol, —lo escucho mover algunas cosas. —Me gustaría ofrecerle un trato, —comenta despacio. —¿Qué tipo de negocio? —No puedo hablarlo por teléfono, —anuncia. —Me gustaría tener una cita para explicarle. —¿Cuándo? —En dos horas paso por usted, —alzo mis cejas sorprendida. —¿Qué? —Hablamos luego señorita Berlusconi. —Cuelga «Pero ¿Quién se cree que es?» Observo mi teléfono por varios minutos sin creer lo que acaba de suceder, me levanto del sofá para ir hasta mi habitación y darme una ducha rápida, me visto con algo profesional y mi cabello esta vez lo dejo suelto. Tomó mi bolso y opto por no aplicar perfume pero si me hago un maquillaje suave, suspiro. Después de dos horas recibo un mensaje que me indica que baje que puntual  «¿Cómo rayo consiguió mi dirección?» Fuera del edificio está el señor Bristol parado al lado de un coche de lujo, se hecha a un lado para abrirme la puerta y luego subir a este. —¿Me puede explicar que está pasando? —Cuando estemos en el restaurante, —responde, me quedo callada. Cuando llegamos, me abre la puerta y enseguida somos dirigidos hasta un apartado lejos de todos los presentes, el señor Bristol retira la silla para mí y luego toma asiento. El mozo nos entrega el menú y se marcha. —Necesito que firme algo antes de empezar, —levanta su portafolio y me entrega un papel en el que se lee que es un acuerdo de confidencialidad, no puedo divulgar nada de lo que se hable en esta reunión con nadie. Llevo mi mirada hasta él que me mira serio en espera de que firme, suspiro y firmo tal vez sean cosas de su empresa lo que hablara. —Listo, —se lo entrego y él lo guarda en su portafolio. El mozo regresa y le damos decimos lo que pediremos para luego marcharse dejando en la mesa una botella de vino. —Seré directo señorita Berlusconi, —da un sorbo a su copa, —Necesito algo de usted, —alzo mis cejas. —¿Qué puedo darle yo a un hombre que lo tiene todo? —Cuestiono. —Necesito una esposa, —eso sí que me toma por sorpresa, me río ya que no tengo nada que decir. —¿Una esposa? —Cuestiono. —O sea precisamente tenía que venir hasta mí para pedir eso ¿acaso cree que soy cupido? —Pregunto con sarcasmo. Su ceño se frunce. —Señorita Berlusconi, ¿me puede dejar terminar? —Asiento, —Quiero que se convierta en mi esposa, no pregunte el porqué de esto. Solo es algo urgente y saldrá beneficiada, —argumenta. —Está loco, —suelto poniéndome de pie para largarme de aquí. —Hágalo por su madre, —me giro mirándolo con mi ceño fruncido. —¿Qué coño tiene que ver mi madre con su loca idea de que me case con usted? —Sé que no está pasando por buen momento, sus ingresos se acortan y ella necesitara buenos expertos para tratar su leucemia… Yo puedo darle los recursos y mandarla a la mejor clínica oncogénica del país, —informa con calma, suspiro, me siento nuevamente. —¿Por eso me escogió? —Por eso y porque es alguien que encaja en mi perfil de búsqueda. «¿Qué no haría un hijo por su madre?»  
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