Papá estaba reunido en su despacho con sus hombres de mayor confianza. Llevaban allí más de dos horas tratando de descubrir quien era el traidor en la Famiglia. Ayer habían atentado contra la vida de mi padre, el Don, pero afortunadamente había sido descubierto por uno de sus guardaespaldas y aún seguía vivo.
El hombre que había intentado matarle colándose en la casa, ahora se encontraba en el sótano. El castigo por atentar contra la vida del Don era la muerte, solo que antes le torturarían. Yo estaba fuera del despacho de papá, me había ordenado esperar a que acabara la reunión.
Mi padre era un hombre más que despiadado, era un mounstro. Desde que era pequeña recordaba sus continuos maltratos. Se suponía que debía de ser una niña obediente pero siempre me rebelaba a lo que ordenaba. Ya mi padre no sabía que hacer conmigo, era incontrolable, ni él ni nadie era capaz de hacerme dócil, como se suponía que fuera una mujer en la mafia, yo era dominante y cruel al igual que él.
Un día cuando tenía diecisiete años escapé de casa, mi madre había sido asesinada a causa de una guerra entre famiglias. Sabían que mi madre era el mayor trofeo del imperio de mi padre, una mujer hermosa, dulce, sumisa, hija del Senador de la ciudad, quien cabe destacar era un corrupto que había entregado a su hija solo por conveniencia, pero así funcionaban las cosas en la mafia italiana. Para mi padre había sido muy buen negocio, había garantizado el apoyo político del senador y había obtenido un bello objeto que exibir. Yo quería vengarme de quienes la habían matado, quería que pagaran con su sangre. A las pocas horas fui encontrada por los hombres de mi padre y me trajeron de vuelta a casa.
Había vuelto temerosa del castigo que mi padre me pondría pero al llegar él solo me tomó de la mano y me hizo bajar al sótano. Fue la primera vez que no me castigó, en cambio me dio lo que yo deseaba, el hombre que había matado a mi madre.
Por primera vez había sido testigo de lo que pasaba en ese sótano, siempre había sabido lo que era y más de una vez los gritos de agonía llegaban hasta mi habitación en la segunda planta. Pero verlo era totalmente diferente, era la tortura más sádica que pudieras imaginar, todo lo que seas capaz de pensar y cause gran dolor, siempre habrá algo peor. Ese día mi padre me llevó allí como castigo, se suponía que al ser mujer eso me impresionaría, me asustaría y robaría el sueño, pero no fue así, todo lo contrario. Ese día despertó en mi un instinto que no sabía que tenía, disfruté viendo el sufrimiento de ese hombre y cuando mi padre puso la pistola en mis manos no dudé en disparar.
Desde ese día comencé a participar en la tortura. Cada vez me volvía más sanguinaria, más cruel, torturé a miles de hombres, maté a demasiados, ¿Me arrepentía? No, gracias a eso había logrado ganarme un lugar en la Famiglia. Me había llevado diez años, pero había logrado obtener el respeto de los hombres de este mundo. A mis 27 años de edad era la mujer más temida de Italia, la única mujer que participaba en la mafia de manera activa y no como un objeto, cualquier persona en su sano juicio al escuchar el nombre de Elena Botticelli temía.
Es cierto que aún habían muchos hombres que me miraban por encima del hombro y creían que debía apegarme a las tradiciones, entre ellos mi padre, pero él sabía que era demasiado buena, era infalible, era lo mejor para el negocio y él lo sabía, el resto tenía demasiado miedo tanto al Don como a mí para opinar algo.
La puerta se abrió y salió mi padre junto a Lucas el Capo, mano derecha de mi padre y mi tío, Dominico el Consigliere y Estebán el Sottocapo. De todos ellos el peor sin dudas era mi padre, no por nada era el Don, el hombre con mayor poder de toda la Famiglia , él era el único que tenía autoridad de dar una orden, el resto solo acataba. Se dirigieron hacia las escaleras que daban al sótano y sin necesidad de que hablaran les seguí, sabía muy bien lo que tenía que hacer.
Cuando llegamos al sótano, Fabiano el Caporégime estaba golpeando al hombre que estaba atado a una silla. Todos los demás se sentaron en las sillas al fondo del sótano, era otra de las tradiciones, disfrutar del espectáculo de la tortura. Yo en cambio caminé hasta la mesa en la que había todo tipo de instrumentos. Los observé cuidadosamente, hoy especialmente estaba juguetona, quería que fuera algo lento y duradero, quería disfrutarlo al máximo.
—Fabiano, detente—ordené y Fabiano obedeció al instante. Era uno de los pocos hombres que realmente me respetaba, incluso podía decirse que me admiraba. Me alejé de la mesa y me acerqué al hombre, viéndole de cerca era muy atractivo, a pesar de que su cara estaba ya dañada por los golpes—Entonces, ¿Lo hacemos por la vía fácil y aburrida o por la difícil y divertida?—le pregunté al hombre con asechanza.
—Púdrete perra—dijo tras haber barrido mi cuerpo con su mirada, odiaba cada vez que un hombre hacia eso, me daban ganas de arrancarles los ojos, e intentó escupirme pero lo único que salió de su boca fue sangre con la que se acabó ahogando. Sonreí macabramente y volví a dirigirme a la mesa.
Tomé dos pinzas, una de ella era de las que utilizaban los dentistas para mantener la mandíbula abierta y trabajar y la otra era una pinza para crisoles. Miré los cuchillos y decidí coger uno de los medianos. Volví a pararme frente al hombre, esta vez me incliné hasta que mi cara quedó frente a la suya, quería que mi rostro se le marcara en la mente, que fuera lo único que viera mientras agonizaba.
Apoyé la pinza de crisoles y el cuchillo en una mesita que había junto a la silla. Con ambas manos le coloqué la pinza de dentista al hombre de forma que su boca quedó totalmente abierta. Tomé la pinza para crisoles y con ella tomé su lengua hasta que la saqué fuera de su boca. El hombre comenzó a moverse tratando de alejarse, ya debía de saber lo que le esperaba. Yo sonreí tomando el cuchillo y él se movió más intensamente. Disfruté por unos segundos de la situación, me gustaba ver como siempre se comportaban como ratas asustadas cuando veían lo que pasaría, me encantaba ver el miedo en sus rostros. De un movimiento seco corté su lengua y el hombre soltó un alarido de dolor ininteligible. La sangre salió a borbotones y acabó salpicándome, odiaba cada vez que pasaba.
—¿Qué acabas de hacer? ¿No te das cuenta que así no hablará?—preguntó Estebán con un tono nada conciliador. Le regalé una de mis mejores miradas asesinas.
—Le acabo de cortar la lengua a esa lacra y cuando no te calles la tuya será la próxima que corte.—le dije en tono amenazador, odiaba a ese tipo, era despreciable. Solo esperaba la oportunidad de poder cortar su cabeza—No hablará, escribirá. Fabiano encárgate de la hemoragia. En cuanto la tengas controlada avísame para realizarle otra visita.—dije tras lo que mi padre y mi tío se retiraron de la habitación, Fabiano se encargó de lo que le había pedido. Yo me encargué de limpiar el cuchillo de la sangre de ese cerdo.
—Lástima que me hayas dado esa respuesta ahora, si lo hubieras hecho en siete meses, me hubiera encargado de azotarte personalmente— dijo Estebán a escasos centímetros de mí. Me giré y le enfrenté.
—Lástima que no lo intentes para cortarte las manos—respondí y reflexioné sobre lo que había dicho, ¿Siete meses? ¿Qué pasaba en siete meses?—¿Qué pasa en siete meses para que creas que podrás hacerlo?
Él se carcajeó y me miró divertido. No entendía cual era el chiste pero tampoco me gustaba ni un poco la actitud de Estebán.
—Así que tu padre al final sí respeta las tradiciones y solamente te utiliza. ¿El Don no te ha dicho que te casarás conmigo?—dijo y me quedé anonadada. No podía ser, mi padre no me podía estar haciendo esto. No podía obligarme a casarme con quien él eligiera, pero lo peor era que sabía que así funcionaban las cosas.—el mes próximo anunciarán el compromiso, y seis meses después se realizará el enlace. Entonces Elena te enseñaré lo que son modales—dijo con una sonrisa altanera y tras acariciar mi mejilla se fue. Yo me quedé en el mismo sitio asimilando sus palabras. ¿Un mes? ¿En un mes anunciarían el compromiso? Respiré profundamente para recuperarme, solo tenía dos opciones, o me casaba con Estebán y tiraba por la borda tantos años de sacrificio y esfuerzo, para ser la mujer más infeliz del planeta, o adelantaba mi plan para derrocar a mi padre. Y definitivamente optaría por la segunda, había llegado el momento de acabar con Massimo Botticelli y hacer mio el imperio Botticelli.