—El amor, el amor —dijo Nathan, después de la poética frase que le había dedicado a su galán. Fingió llorar y se limpiaba las lágrimas con un pañuelo—. Mi niña, ya ha crecido y se ha convertido en una mujer adulta. —Nada de bromas, Nathan —dijo Honey de manera imperativa—. Estaba calmándolo un poco, solo eso. No hay amor entre nosotros. Guarden silencio un momento. —Buscó un contacto en su móvil y lo presionó. —Buenas tardes, señora Honey. Es un placer recibir su llamada —dijo una voz ronca y masculina al otro lado de línea, que pertenecía a un hombre de edad adulta. —Es una lástima, que no pueda decir lo mismo —dijo Honey con tono severo y de regaño—. Hoy he querido comprar en su joyería y el sistema, para las tarjetas de crédito, estaba caída. Lo cual me ha importunado. Es una pena,