Haarón, más calmado, caminó hacia el comedor, evitando mirar a Honey. Era como si, de repente, hubiera despertado su lado inmoral por ella, porque cada línea de la silueta de su esposa le atraía y le parecía encantadora.
—Buenos días, Honey —dijo Haarón, acomodándose en la silla de la extensa mesa rectangular, que era como el de un palacio antiguo y, solo comían ellos dos.
—Buenos días, Haarón —respondió Honey, girándose hacia él—. Disculpa, no me he alistado para ir a la empresa.
—No te preocupes, así te ves muy… —Haarón guardó silencio, como si hubiera presionado un botón, para quitarle la voz y que no pudiera seguir hablando, porque, ¿qué era lo que iba a decir? Se sentía perseguido por sus pensamientos lascivos sobre ella, que cualquier halago que le dijera, creía que lo dejaría exp
