Narra Meik
Decidí ir al campo de trabajo. Hablé con uno de los soldados que se encontraban en el bloque de administración, quien me facilitó unos cuantos reportes del campo de trabajo que necesitaban la inspección de Henlein. Cuando conseguí los papeles, volví a la casa; la idea de Artur de distraer a su padre con trabajo había sido buena, su padre no dejaría su deber de lado. Fui rápidamente a la sala y le mostré a Artur lo que había conseguido.
—¿Será suficiente? —preguntó revisando por encima los reportes.
—Espero que sí —suspiré—. Espero que sirva de algo nuestra intervención.
Volví a suspirar mirando los papeles, sentí a Artur posar su mano en la mía, la acarició cariñosamente, le dediqué una pequeña sonrisa y lo tomé del mentón para darle un corto beso.
Decidimos esperar separados, él en la sala con su padre mientras que yo me mantenía cerca del despacho de Henlein. Cuando los niños aparecieron por la puerta, el general se precipitó hacia ellos tomando al niño del brazo.
—¿Adónde estuvieron? —lo escuché decir—. No solo es tu sirviente, ¿sabes? También es el mio. Si lo necesito, quiero que esté acá —noté que Noah intentaba forcejear con su padre; si Henlein llega a enojarse, ese niño acabará mal.
—Señor, he recibido unos reportes.
Rápidamente se volvieron hacia mí, Henlein soltó al niño y se acercó para ir al despacho. Suspiré aliviado cuando vi que me ordenaba cerrar la puerta y se sentaba en su escritorio. Una vez cerrada la puerta, le alcancé los papeles que traía, Henlein comenzó a revisarlos detenidamente. Cuando terminamos, salimos del despacho, me acerqué a las escaleras topándome con Artur sentado en el último escalón de estas, él se levantó al instante con la mirada fija en mí.
—Tu padre me envió trabajo para hacer —le susurré—. Espero que no te moleste estar un rato solo.
Negó con la cabeza. Su rostro estaba totalmente serio, en cierto punto me recordaba mucho a su padre. Ambos subimos las escaleras en silencio, una vez arriba, nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones; algo muy extraño sucede con Artur, nunca había estado así de serio conmigo antes. Decidí no darle mayor importancia y ponerme a hacer mi trabajo, me senté en mi escritorio colocando los papeles en la mesa.
El trabajo me llevó horas, ya eran las dos de la mañana, la sirvienta no había pasado por la bandeja con la que me había traído la cena, o tal vez no la había escuchado tocar dado a que estaba centrado en mi trabajo. Levanté la vista hacia la ventana, tampoco me había percatado de que había comenzado a llover. Ordené los papeles que tenía sobre el escritorio, me levanté y tomé la bandeja con los platos sucios, bajé para dejarlo en la cocina y volví a subir. Caminaba por el pasillo cuando escuché resonar por toda la casa un rayo, no le di mucha importancia, no hasta que salió Artur de su cuarto.
—Supongo que te has despertado con el rayo —dije casi en un susurro, él simplemente asintió—. ¿Dormimos juntos? Hace algo de frío ahora que está lloviendo.
Rápidamente se tomó de mi brazo cerrando la puerta de su habitación, una pequeña sonrisa se asomó en mis labios. Ambos nos dirigimos a mi cuarto. Se metió en mi cama sin perder un segundo y se arropó. Por mi parte, me saqué el uniforme, me calcé el pijama y apagué la luz. Me acerqué a la cama, Artur me había seguido con la mirada todo este tiempo, le dediqué una pequeña sonrisa que sabía que casi no la podría ver, para luego acostarme a su lado, él colocó su cabeza en mi pecho, pero no duró mucho allí, ya que levantó la vista hacia mí rostro.
—¿Sucede algo?
Negó con la cabeza, soltando un pequeño suspiro. De repente la habitación se iluminó por un relámpago, pude ver así mejor su rostro por unos instantes, estaba sonrojado por alguna razón.
—Hace frío... —susurró acercándose más a mi cuerpo. Comprendí de repente por qué su rostro estaba sonrojado.
Sentí que se aferraba un poco a mi ropa, sonreí al ver como se comportaba para hacerme saber que era lo que quería. Aun manteniendo mi brazo en su cintura me coloqué sobre él, otro relámpago iluminó la habitación permitiéndome apreciar su rostro. Lo besé y él correspondió al instante. Pasé mis manos por debajo de su camiseta, lo sentí estremecerse ante mi tacto. Me separé de su boca, lo observé unos instantes mientras le sacaba lentamente la camiseta; por un momento, todo era perfecto, el golpeteo constante de la lluvia en la ventana, los relámpagos que iluminaban la habitación cada tanto, el silencio en la casa que acompañaba el sonido de la lluvia fuera. Era realmente perfecto.
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Desperté escuchando un llanto del otro lado de la puerta. Me senté rápidamente en la cama y miré a Artur, él también había despertado por, imaginaba, lo mismo. Unos pasos firmes resonaron en el pasillo; era Henlein. ¿Qué debería hacer? No sabía si Henlein terminaría enviándome al frente de batalla o disparándome él mismo.
—¡Cállate pequeña porquería y haz lo que te digo! —
Tomé la muñeca de Artur inconscientemente al escuchar a Henlein gritar.
—¡Quédate quieto!
Me levanté rápidamente y me acerqué a la puerta sin abrirla. Artur se paró a mi lado, acercó su mano al picaporte, pero lo detuve antes de que intentara abrir la puerta, me dirigió la mirada, yo simplemente negué con la cabeza. Se escucharon de repente un par de ruidos en el pasillo; supuse que se trataría de Noah. Un par de golpes secos se escucharon, luego se escuchó el golpe de la puerta abriéndose.
—¡¿Qué mierda estabas haciendo con el pobre niño?! —escuché la voz furiosa de Amelie—. ¡¿Te crees que por ser un niño judío puedes hacer lo que te dé la gana con él?! —rápidamente abracé a Artur intentando cubrir sus oídos.
—No es más que una porquería, lo sabes perfectamente, él solo sirve para ser usado —habló Henlein y, seguido, escuché lo que creo que es un golpe, luego los pasos firmes de mi superior alejándose.
Me aparté junto con Artur de la puerta, escuché un poco tenue la voz de Amelie, no se lograba entender lo que decía allí fuera. Rápidamente me calcé el uniforme. Los sonidos fuera ya habían cesado, supuse que fuera ya no habría nadie.
—Ven, vamos a alistarnos.
Abrí la puerta y me asomé, tanto la puerta del cuarto de Noah, como la del cuarto matrimonial, se encontraban cerradas. Ambos salimos de mi cuarto y nos metimos en el baño.
—Tu hermano no es tan tonto como decías, supo romper el picaporte como si nada —dije mientras me cepillaba los dientes, Artur simplemente asintió.
Artur terminó de asearse antes que yo. Salió del baño, seguramente, para dirigirse a su cuarto. Por mi parte, terminé de asearme, salí y bajé rápidamente. Busqué a Henlein en su despacho, en el cuarto donde se juntan las sirvientas y por último en el jardín trasero; suponía que había encontrado un nuevo juguete en el campo de trabajo. Volví a subir, estaba por meterme a mi cuarto nuevamente, pero pensé en Amelie, ella estaba aguantando todo por los niños, sobre todo por Isaac, quien ni siquiera es su propio hijo. Me acerqué a la puerta y toqué, no recibí respuesta, volví a tocar, nuevamente parecía que no tenía muchas ganas de recibir gente.
—Tal vez debería dejarla tranquila —pensé alejándome de la puerta, pero, justo cuando lo hice, ésta se abrió mostrándome el rostro de Amelie.
—¿Precisa algo? —preguntó con voz temblorosa, bajando la mirada de manera sumisa.
—No la quiero molestar, solo creí que le gustaría hablar luego de lo que pasó.
Se quedó en silencio unos instantes, luego abrió más la puerta invitándome a pasar. Entré al cuarto, ella me hizo sentarme en su cama, luego se sentó a mi lado.
—¿Cómo se siente? No debe ser para nada fácil todo esto.
Negó con la cabeza, me mantuve en silencio; no sabía que decir exactamente.
—N-no es para nada fácil vivir con él, se cree que nosotros somos sus subordinados —soltó un suspiro—. Siempre olvida que somos su familia, no sus soldados —desvió la mirada hacia sus manos—. Es inhumano con todos desde que empezó a trabajar para Hitler. Ha cambiado muchísimo desde que él llegó al poder; ahora ve al pequeño Isaac como si fuera un objeto para usar y desechar cuando él quiera —coloqué mi mano en su hombro; no tenía mucha idea de que hacer o que decir.
—Tanto él como todos los demás, pagaremos el precio por lo que estamos haciendo.
Ella me miró nuevamente, tenía los ojos vidriosos.
—Señor Fellner —comenzó a decir—, sé que no es de mi incumbencia, pero le aconsejo que renuncie antes de que la guerra termine —de repente vi a mi madre en ella—. ¿Sabe? Creo que enviaré a los niños a Holanda con sus abuelos, si usted decide renunciar y no tiene donde ir, puede ir con ellos —me mostró una pequeña sonrisa, simplemente asentí.
—Gracias, señora —me levanté de la cama—. Si necesita algo, estaré a su servicio.
Me volvió a dedicar una pequeña sonrisa, me disculpé y salí del cuarto cerrando la puerta tras mi espalda. Solté un pequeño suspiro; ¿renunciar? Tal vez tenía razón, pero no tendré trabajo de ser así. De todas maneras seguía siendo mejor que toda esta mierda, no me agradaba en absoluto todo esto. Bajé a la sala y me desplomé en el sillón sin mucho más que hacer, ni ánimos para pensar en algo. Solté un suspiro pesado. De repente, la puerta principal se abrió, escuché unos pasos rápidos acercarse a mí, me giré encontrándome con Artur, él me sonrió sentándose a mi lado, su semblante estaba serio, acaricié su mejilla consiguiendo un suspiro por su parte.
—¿Qué sucede?
Abrió la boca para contestarme, pero la puerta abriéndose bruscamente lo interrumpió, me aparté de él cuando escuché los inconfundibles pasos de Henlein. Se acercó a nosotros y me dio un par de palmadas en el hombro.
—Trajeron unas cuantas botellas de whisky, solo es para los altos mandos, pero lo compartiré contigo, no tengo ganas de ver la cara del idiota de Kaiser y los demás inútiles —asentí—. Luego de la cena ven a mi oficina —hizo una pequeña pausa—. Tú también, Artur, tienes que hacerte un hombre —dicho esto, se dirigió a su despacho, estuvo unos pocos minutos allí y luego subió.
Desvié mi mirada nuevamente a Artur; ¿Henlein hará beber a su hijo? Era realmente idiota. Cuando se hizo de noche, Amelie se había encerrado en su cuarto. Mientras, Artur y yo nos metimos en el despacho, donde nos esperaba Henlein. ¿Este idiota pretendía emborrachar a su hijo? Era más idiota que mi propio padre. Tanto el niño como yo nos sentamos frente al escritorio de mi superior, él nos sirvió whisky a cada uno, luego se sirvió y comenzó a tomar. No tardó nada en empezar a tomar un vaso tras otro, mientras que yo no había dado más que un sorbo al mio y Artur no lo había tocado.
—Señor, ya debería dejar de tomar —dije cuando noté que ya se estaba a punto de terminar la botella—. No puede tomar mientras esté en servicio.
—¿Ahora eres mi esposa? —se levantó tambaleándose—. ¿Qué tengo que hacer para que me dejes en paz? —desvió la mirada a su hijo—. Te lo regalo, hazle lo que quieras, me da igual, solo déjame beber en paz.
—Está bien, me quedaré con Artur y lo dejaré beber —tomé del brazo a Artur y lo levanté de la silla—. Vámonos niño —salí del despacho cerrando la puerta detrás de mí, solté el brazo del pequeño para tomar su mano y llevarlo a mi cuarto.
—Nunca había visto a mi padre así —dijo mientras lo sentaba en mi escritorio—. Me ha regalado —suspiró—. Al menos me regaló a ti y no a algún otro soldado.
Lo miré unos instantes, solté un suspiro pesado y le acaricié la mejilla.
—No dejaré que vuelva a tratarte así; no dejaré que vuelvas ver a tu padre de esa manera —lo tomé de las mejillas con ambas manos—. No dejaré que te lastime más, ni a ti, ni a tu hermano —se me quedó mirando—. No me mires como si nada te afectara, eres un niño... no tienes porqué guardarte lo que sientes.
Derepente sus ojos se llenaron de lágrimas, sabía perfectamente que todo esto lolastimaba. Besé su mejilla para luego abrazarlo, él se aferró a mí; no me quedabamás que intentar protegerlos hasta que su madre decida enviarlos a Holanda.