PERRO FANTASMA Cuando ese verano de 1995 mi amigo y compañero Girolamo, gran bromista, partió como médico voluntario en un hospital de África dirigido por religiosos, ninguno de nuestros compañeros del policlínico nos creyó. Todos pensaron que era otra de sus bromas. Durante un par de semanas esperaron a que volviera de un momento a otro, moreno tras unas relajadas vacaciones en el Mar Rojo, su destino habitual, y a lo mejor, profeso ateo, exclamaría «la paz sea con vosotros» y haría el gesto de bendecirlos. Y lo mismo me pasó a mí cuando me comunicó la noticia con el aire distraído propio de sus bromas. A pesar de que conocía los antecedentes, me costó creerlo, me pareció inverosímil. Mientras yo aún vivía con los padres, a pesar de que ya no era un niño, Girolamo, que no era de Torino,