Cuando giramos la esquina no podía creer lo que vi. Dos niños, uno llevaba un pequeño oso de peluche y en pijama sucio con pies, deambulaban en la calle. El otro llevaba pantalones cortos y una camiseta rasgada, parecía ser unos años mayor que el otro. Instantáneamente cambié a mi forma humana, mostrándoles que no les hacía daño. Se quedaron congelados de miedo ante el grupo de licántropos detrás de mí. Di una señal a mis guerreros para que se calmaran y se alejaron unos pasos. Me dieron el espacio que necesitaba para poder tener una conversación segura con los niños. No queríamos asustarlos y no poder brindarles la ayuda que obviamente necesitaban. —Hola pequeños —les hablé suavemente. —¿Están heridos?— Les pregunté a ambos. Había sangre seca en sus rostros y en la ropa que llevaban pues