ROMINA Al salir del la casa decidí tomar un taxi, nos internamos al tráfico de la ciudad para llegar lo más rápido posible al zoo, sería más rápido en metro, pero me daba pánico perder a Luciano en este. Mi hijo estaba extasiado en el auto mientras mamá y yo reíamos viviendo su felicidad y su parloteo incesante y lo hacía cada vez que estaba emocionado, hasta el taxista estaba sonriendo mientras lo veía por el espejo retrovisor y era en esos momentos que pensaba mucho en el padre de Luciano. Me hubiera gustado que lo conociera y que viera lo maravilloso que es nuestro hijo. —¿ Estás bien mami? — preguntó mi hijo casi llegando al zoológico— te pusiste triste, ¿ Estás triste? Todos nos quedamos callados en el taxi y sentí más de una mirada puesta en mí. —Es solo que todavía tengo sueño,