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1112 Words
— Por nada — intervine rápidamente, antes de que mis amigos dijeran algo. — Aun así… yo no puedo… — comencé a decirles. — Si lo que tiene miedo es que sea ese tipo de jefes que acosan a sus secretarias, no se preocupe. No pienso pasar de la línea roja que separa el terreno profesional con el personal — me dijo Stefan con seriedad, pero sin dejar de mostrar esa sonrisa que mostraba y decía que estaba seguro de sí mismo. Cerré los ojos y mordí la tostada, enseñando unos perfectos dientes blancos. Continuamos conversando hasta que acabamos el desayuno. Sin poderlo evitar, ada vez que Stefan me hablaba, le contestaba ariscamente. Al acabar, volvimos a sus puestos de trabajo. Durante el día, tuve que hacerme a la idea que tenía que tenía que cambiar de puesto de trabajo. No me hacía mucha gracia, ya que pensaba que ese hombre sólo era un estúpido engreído y más cuando veía que él salía de su despacho y veía a más de la mitad de las mujeres de la empresa, esperando a que saliera de la oficina. Éste demostraba una sonrisa encantadora a todas. Ese tipo de comportamiento me molestaba. Siempre intentaba no mirar cuando la puerta del despacho se abría pero, al no poder evitarlo, retiraba la mirada al segundo. Ese hombre no me gustaba para nada. Alrededor de las cuatro de la tarde, mientras que me encontraba en el despacho de los archivadores, la puerta de cristal que había en lado derecho, y que daba al despacho del Director/Dueño de Verlag, se abrió. Giré la cabeza hacia él pero quité la mirada, mientras negaba con la cabeza. No me apetecía encontrármelo. Sin duda, este no era su día. Suspiré. Continué buscando el archivo por el cual había entrado en ese lugar. En este momento, deseé poder volver pronto a casa para estar con mi pequeño. — ¿Por qué será que pone mala cara cada vez que me ve? — me preguntó Stefan desde la puerta. — Pensaba que, después de ayudarla en el ascensor, sería más amable conmigo. — No es que no sea amable con usted por gusto, pero tampoco lo seré porque sea mi jefe. Es mi carácter y un hombre que piense que tiene a cualquier mujer detrás, no suelen gustarme. — Es dura de roer — comentó con voz jocosa. — Lo soy. Los hombres sólo piensan con la parte de abajo y no con la cabeza — le miré de reojo, tomando el archivo que buscaba. Salí del despacho del archivador, mirando el interior de la carpeta que tenía entre las manos. Me senté en mi silla, dejando el archivador encima de la mesa y empecé a mirar hoja por hoja. Tenía que introducir una hoja en el lugar donde correspondía. Esas hojas estaban ordenadas por fechas de salida. Me gustaba lo que hacía y gracias a ese trabajo, había conocido a mucha gente y ahora, sin pensar que eso podía sucederme, tenía más amigos… y a Adri, mi hijo. A pesar de lo que me había pasado cuando tenía veintidós años, siempre había tenido claro que lo tendría, aunque me encontrara sola para criarlo. Eso hizo que pensara en Oscar, mi última pareja y el padre de mi hijo. Apreté la mano derecha mientras respiraba lentamente e intentaba no llorar. No podía negar que lo echaba de menos, pero si se lo decía a Madeleine o a Joshua, sabía que me dirían: que se olvidara de Oscar. Volví a la realidad cuando escuché la puerta del despacho del Director General abrirse. Joshua salía con una sonrisa y, al verme mirándole extrañada, se acercó a la mesa, se puso de cuclillas, y tras poner las manos sobre la mesa de ella, me dijo: — Tengo algo que decirte. — ¿Qué es? — le dije sin mucha ilusión. — Madeleine va a recoger a los niños y cenaremos todos en el chino, en el Restaurante Shang Hai. — ¿Al Restaurante Shang Hai? —repetí extrañada. — ¿Por qué? — Madeleine ha dicho de ir, ya sabes cómo es — me sonrió con picardía. — Dice que te ha visto un poco decaída… — No estoy decaída. Es sólo que… — Al quedarte encerrada, has recordado lo que ese cabrón te hizo, ¿no es así? — no me quedó de otra que asentir. — Es cierto. Desde aquel entonces, no te has vuelto a quedar encerrada con un hombre. — Créeme que estoy feliz con Adri y que si no hubiera sido por eso, ahora no lo tendría a mi lado y… bueno, la marcha de Oscar hubiera sido más dura. — Lo sabemos muy bien, pero como no estás con él, es nuestro deber cuidarte a ti y a tu hijo. Además, Adri es muy amigo de Madeleine — le dijo él con una sonrisa. — ¡Están todo el día juntos! — reímos los dos. — Termina con eso y ve a tu casa a cambiarte. Hoy nos espera una noche larga con los dos bichos — comentó divertido. — Eso haré — le sonreí. — Así me gusta. A las ocho pasamos por ti. — Ah, se me olvidaba que Adri estará en mi casa. A las cinco lo recoge a las cinco — le conté. — De acuerdo. A las ocho pasamos por ustedes — me anunció Joshua. Asentí con la cabeza, mientras sonreía. Joshua se levantó también sonriendo y se marchó. Yo continué con lo que estaba haciendo hasta la pequeña visita de mi jefe. *** N/O: Sin que ninguno de los dos lo supiera, Stefan había escuchado todo desde la puerta de los archivos. Había entornado la puerta, para continuar mirando a la joven que se sentaba en la mesa que había delante de la puerta del Director General. Ahora tenía más curiosidad de saber que había pasado. Abrió la puerta un poco más y se quedó completamente mirándola. Algo dentro de él, le decía que esa chica no era como todas las que había estado. Decidió volver a su despacho y dejarla tranquila. A pesar de que iba a intentar que ella se fijase en él, sentía que debía protegerla. Era la primera vez que sentía algo como eso. Sonrió de medio lado, sentándose en su silla de cuero n***o y se puso a buscar algo en internet. No sabía por qué no podía dejar de pensar en ella y menos el rostro que había visto esa mañana. Ese rostro se le había quedado grabado en la mente. Apoyó el brazo sobre la mesa y se cogió la barbilla sin quitar la vista sobre la pantalla.
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