—No le hagas caso —dijo Eadric—. No hay nada malo en tus dones. Mykal sacudió la cabeza. Dejó que las palabras de su padre calaran hondo. Su madre era maga. Ella le transmitió los dones. No eran malvados. Él no era malvado. —Rey Nabal, hemos pasado demasiado tiempo aquí. Por favor, apártese. —No puedo hacer eso —dijo Nabal. Mykal dijo: —No quiero hacerle daño, a ninguno de ustedes. Por favor, no me obliguen. El rey Nabal sonrió y sacudió la cabeza. Mykal sabía que las palabras pronunciadas no serían alentadoras. El momento de las advertencias había llegado y pasado. Levantó los brazos por encima de la cabeza. Las llamas azules se elevaron e iluminaron el techo en forma circular. Las brasas de fuego goteaban sobre ellos. El rugido del fuego creciente era ensordecedor. Mykal sintió el