El bosque de la Cicade se alzaba justo delante. Bajo la luz de la luna, los árboles eran indefinidos, aparte de una gran masa; era como si se acercaran a un gigantesco muro n***o. Mykal y los demás no aminoraron la marcha de los caballos con el destino al alcance de la mano. Habían cubierto mucho terreno en poco tiempo, y el sol no saldría hasta dentro de unas horas. Una vez dentro del bosque, entre los árboles, se detuvieron al llegar al río Eridanus. En algunas partes del río, los caballos podían cruzarlo a pie. En otras, la corriente era demasiado fuerte y sólo podían cruzarlo con un puente. Dejaron beber a los caballos. Mykal se arrodilló en la orilla, ahuecó las manos y se echó agua fresca sobre la cabeza. Presionó la nuca con las manos mojadas y utilizó el agua del río para lavarse