Lucía Bilbao era en serio la mejor. De no ser por ella yo me hubiera tirado de un puente años atrás. No literalmente, pero era así como me sentía el día que la conocí, con ganas de tirarme de un puente, y ella me salvó.
Mi vida era la típica vida de una protagonista de telenovela, sin la parte del desconocido padre millonario que le solucionaba la vida a la pobre chica huérfana y endeudada de los talones al cuello.
Yo no estaba endeudada, pero sentía que el agua me llegaba justo al cuello. Siendo hija de una mujer soltera mi vida no inició fácil, además, por si eso no era suficiente drama, mi madre murió joven, ella tenía veintitrés, yo tenía siete entonces y, como yo era la vergüenza de la familia, o ella lo era por mi culpa —no entendí bien esa parte nunca— pues no fui recibida con l
